Dólares K

Joaquín García-Huidobro | Sección: Política, Sociedad

En los sectores políticos siempre hay héroes, villanos y posturas intermedias. En este sentido, no creo que las personas de izquierda tengan una propensión mayor a apropiarse de lo ajeno que las de derecha, o al revés. Sin embargo, a los políticos decentes de izquierda les suceden dos cosas que los ponen en una situación vulnerable a la hora de enfrentar la corrupción ajena.

La primera, consiste en que tienen una fe ciega en sus figuras emblemáticas. Si el Che luchó por la liberación del pueblo latinoamericano, entonces -independientemente de lo que haga- nunca será un asesino. Lula ama al pueblo brasileño y todo lo hace por su bien, de modo que es imposible que adquiera un lujoso departamento de manera turbia.

¿Por qué?, ¿qué hay en ellos que los transforma en seres impecables, y que lleva a que figuras correctas en lo personal (Lagos, Bachelet) tengan una especial ceguera a la hora de advertir ciertas cosas elementales? Así, Ominami ha pedido la intercesión del Papa para liberar a su amado Lula, que de pronto se transformó en una suerte de Nelson Mandela.

El segundo problema que enfrentan muchos políticos de izquierda es que están convencidos de que el interés de la nación coincide con el bienestar de su causa y sus adherentes. Eso lleva a que personas que jamás se echarían un centavo público al bolsillo no sientan remordimientos a la hora de dejar endeudado al país o hacer multitudinarias contrataciones justo antes de dejar el gobierno.

Yo no digo que los políticos de derecha sean inmunes a esas prácticas, particularmente en materia de financiamiento electoral. Pero sus principales figuras se sienten mal cuando incurren en ellas. Solo la izquierda goza del privilegio de disfrutar de una envidiable tranquilidad de conciencia. Está tan convencida de su superioridad moral y de la nobleza prístina de su causa, que piensa que su generosidad en el uso de los recursos de todos no puede mancharla.

Estos dos factores -la adoración irreflexiva de sus ídolos y su peculiar concepción de los dineros públicos- ponen a nuestros políticos de izquierda en una situación especialmente delicada, que los lleva a ser excesivamente indulgentes con los errores (o delitos) en el manejo del dinero en que incurren sus camaradas. Lamentable, porque dan una mala señal a las nuevas generaciones. ¿Podrán ellas mantener esa curiosa combinación de integridad en lo personal y tolerancia con la corrupción ajena? Me temo que las nuevas generaciones no sufrirán esa esquizofrenia, y que las cosas tenderán a emparejarse para mal.

Con todo, la historia es implacable con la izquierda, y de vez en cuando le proporciona algunas sacudidas que permite a sus políticos despertar de su sueño autocomplaciente. Eso fue lo que sucedió esta semana con el episodio de las coimas al kirchnerismo. No obstante, hay que reconocer que nuestra izquierda nunca se arrojó en los brazos de Cristina con la misma pasión con que abrazaba a Lula. ¿Será porque muchos chilenos prefieren a Brasil antes que Argentina? Lo dudo. Sucede que Cristina es agresiva, malhumorada, y en sus discursos siempre está retando a alguien; Lula, en cambio, es como un osito sonriente y benévolo, que jamás ha odiado a persona alguna.

Así, a nadie se le ocurriría tener un póster de Néstor en las paredes de su pieza, ni llevar la imagen de Cristina estampada en la polera. Además, las noticias acerca de los «métodos K» para incrementar el patrimonio familiar vienen de los tiempos en que eran amos y señores de la sureña provincia de Santa Cruz. Por eso, nuestra izquierda ha reaccionado con cautela y ha evitado poner las manos al fuego por ella, ni siquiera en estos fríos días de agosto.

Los K tienen esa grandiosidad que solo poseen nuestros hermanos argentinos. Pensábamos que el episodio de los sacos de dólares arrojados a un convento era ya suficiente para el guion de una película como «Tiempo de valientes«, pero los 200 millones de dólares registrados con todo detalle por un taxista obsesivo superan todo lo que cabía esperar de ellos. No sé qué opinan ustedes, pero mi escena favorita en esta película que aún no se ha filmado es la de Daniel Muñoz, el ex secretario privado de Néstor Kirchner. Cuenta el periodista Luis Majul que obtuvo 65 millones de dólares sobre la base de sustraer un puñadito de billetes en cada saco de dinero que recibía su patrón. Es lo que llaman robo de hormiga. Pero unas hormigas argentinas y de izquierda, unas hormigas grandiosas.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio.