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A defender la honra

Se está haciendo habitual que la crítica a los profesores universitarios sea formulada por algunos alumnos -muy agresivos- a través de las redes o de modo presencial. (Por supuesto, lo primero es mucho más frecuente, ya que se hace bajo el amparo de “los grupos cerrados”).

Yo he sido objeto de tres agresiones -ésas son las que conozco, por ahora- en los últimos meses.

La primera tuvo lugar al finalizar una clase de Pensadores del Siglo XX, dedicada a Juan Pablo II. Un alumno pidió la palabra y delante del curso me enrostró “haberme burlado del movimiento feminista”, mientras de paso se quejaba de que las alumnas presentes no hubiesen reaccionado. Mal podían hacerlo, porque yo no había manifestado burla alguna sobre el tema, tal como lo testificaron después dos de las presentes, por escrito.

Llevé el caso al Ombuds de la Universidad, el que como buen mediador, obtuvo la reparación que yo buscaba: que el alumno ofensor diera por escrito una explicación al curso, lamentando su actitud ofensiva al profesor.

Invité después al alumno a conversar a mi oficina, sin obtener respuesta. En todo caso, el problema parecía haber terminado de modo sensato, hasta que en mi calificación académica -obviamente está destinada a que yo la lea y los alumnos lo saben- me encontré con este comentario: “El profesor es un facho fanático y egocéntrico. Abre espacios para debatir y expresar nuestra opinión, pero cuando no le gusta lo que le dicen, envía el caso al Ombuds en un ataque de ira por su ego golpeado. Una vergüenza.

La segunda situación tuvo lugar paralelamente, cuando una alumna manifestó por Facebook que ella sentía que dos profesores, entre ellos el suscrito, discriminábamos en diversas materias. La invité a conversar a mi oficina. Esperé dos semanas sin respuesta y presenté entonces mi reclamación al Comité de Ética y disciplinario de mi Facultad. En esos días, la alumna se ofreció para conversar, pero le manifesté que ya estábamos en otra instancia. Citada por el Comité, se allanó también a publicar en Facebook una aclaración, retractándose.

Y entonces, vino una reacción masiva de muchísimas decenas de personas -en su mayoría alumnos- que en esa misma red protestaron, insultaron y amenazaron, por el solo hecho de que la alumna hubiese sido animada a reparar la ofensa a la honra de un profesor, y ella se hubiese allanado a hacerlo con la publicación de sus excusas.

Uno de los comentarios más ofensivos provenía de un ex alumno, profesional ya, quien también fue invitado a conversar, negándose a hacerlo. Como esta situación está aún en curso, omitiré los detalles hasta una próxima columna.

¿Qué queda en claro?

Primero: que hay sectores del alumnado que creen que la libertad de expresión no lleva aparejados derechos para quienes son ofendidos.

Segundo: que el deterioro de la comunidad universitaria es muy alto y seguirá produciéndose en grados aún mayores: estos son los alumnos que elegirán representantes a los cuales el rector Sánchez y el Consejo Superior de la PUC les han otorgado ahora derecho a voto.

Tercero: Que la pasividad de los profesores en la defensa de su honra, de sus derechos, debe terminar. Es un deber.