Lavín de nuevo

Alfredo Jocelyn-Holt | Sección: Política, Sociedad

Cuesta entender a Lavín. Desde que irrumpió en 1987 con Chile Revolución Silenciosa su propósito ha sido subirse al carro de lo que aparece como última tendencia, marca de avance, u oportunidad. En 1999 casi superó a Lagos en las presidenciales, claro que si hubiese ganado se podría haber sospechado que el suyo iba a ser el tercer gobierno concertacionista, no el primero de derecha. En 2007 se definió como “bacheletista-aliancista” y, antes, se disfrazó de aimara, le dio por fotografiarse con camareras de cafés con piernas firmándole alguna parte de su anatomía, además de figurar en la prensa como visitante de Cuba.

En 2010, siendo ministro, anunció una “verdadera revolución educacional” y sabemos qué pasó. En 2011 respaldó la toma de un liceo por bullying de alumnos. Si tuviésemos que sintetizar su peculiar manera de enfocar la política, eso que se ha venido a llamar “cosismo”, a ello apunta el lavinismo (botones de pánico, playas de arena y nieve, drones, prohibición de bolsas plásticas, persecución de piropeos callejeros…).

De ahí que no sorprenda promoviendo viviendas sociales aunque sean de las cosas más serias por encarar en Chile. La segregación urbana es azote real, puede que nos explote en la cara si no se atiende. Y el que tengamos una muy respetable tradición en viviendas sociales, lo vuelve más delicado. De modo que ¿cómo tomamos lo de Lavín? Cuando Alejandro Aravena obtuvo el Pritzker, hablando de lo que se podría hacer, señaló: “yo no reniego del poder. El poder pueden ser los ciudadanos. Finalmente hay políticos que tienen una visión. Son esos por los que uno vota”. ¿Valida la propuesta de Lavín, se puede decir de él que sería un político con visión?

Ni idea. Arquitectos y urbanistas apenas se han manifestado. La torre que se planea hacer no llama la atención, no impacta especialmente. Calza con lo que se ha venido ofreciendo en este ámbito: edificación en altura, con bastante menos superficie si se compara con viviendas sociales de hace 50 o más años, y un diseño anodino para no afectar la plusvalía inmobiliaria.

Nuestros alcaldes, y Lavín no es excepción, no se destacan por ser visionarios. Valparaíso es un desastre. La destrucción del barrio El Golf para acomodar una ciudadela corporativa debe de ser una de nuestras principales aberraciones históricas. Y nada de esta propuesta hace pensar en la derecha, salvo apropiarse de banderas de izquierda. No me imagino alguien diciendo, fíjese qué bien está hecho, como se hacían antes las cosas, con solidez, dignidad, se lo quisiera uno para los nietos. Y puesto que progresistas de izquierda no se expresarían en tales términos, se anotaría un punto. Pero no Lavín.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Tercera.