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Hay jóvenes y jóvenes

El 9 y 10 de julio de 1882, en la sierra peruana, 77 jóvenes compatriotas al mando del capitán Ignacio Carrera Pinto prefirieron morir antes de arriar su bandera, manteniendo así el principio de que “un chileno no se rinde”.  Más de noventa años después, otro soldado, el presidente Augusto Pinochet, con gran acierto se apegó a este principio, pero en tiempos de paz.  ¿Cómo lo hizo?  Muy simple: decretó el 10 de julio como el “Día de la Juventud”.

Ésta era una fecha en que se premiaba a jóvenes destacados de los más diversos ámbitos y desde los niveles comunales hasta el nacional.  Estos jóvenes verdaderamente se destacaban; podían ser los de mejores notas en el colegio, deportistas de elite, promisorias figuras en alguna disciplina, etc., pero nunca inadaptados que cuanto más vociferaban más se destacaban.

Los héroes de La Concepción representan el ideal de lo que debe ser un buen ciudadano y una buena persona y, muy especialmente, de lo que debe ser un joven íntegro.  Teniendo ellos toda una vida por delante -la mayoría tenía entre 16 y 21 años- optaron por defender hasta la muerte un bien espiritual superior, a saber, el honor de su patria.  Lo que cuenta aquí es la supremacía de lo trascendente por sobre cualquier bien material.  Su adversario les dio la oportunidad de rendirse con amplias garantías de respeto a sus derechos como prisioneros de guerra, pero rechazaron ese ofrecimiento.  Estaban conscientes de que había una tradición que honrar y que las futuras generaciones les exigirían cuentas de sus actos, por ello, el valor y la responsabilidad superaron cualquier canto de sirena en un sentido opuesto.  Esta fecha ha pasado al olvido en los últimos años; no tendría por qué ser de otra forma, considerando que hace tiempo que nos gobiernan políticos marxistas, o sea, políticos que rechazan cualquier forma de espiritualidad, llegando incluso a sostener que el alma no existe.  Sería absurdo pedirles que ordenen sus vidas según bienes espirituales superiores, tales como la tradición, el honor, la generosidad, el heroísmo, sólo por nombrar algunos de los que guiaron a los jóvenes de La Concepción.

Si bien esta efeméride ha sido silenciada, no significa que haya perdido su vigencia y sentido.  Los jóvenes necesitan referentes, más aún en el presente.  Hoy en día, el hedonismo, la irresponsabilidad, el materialismo, el egoísmo, el antipatriotismo y muchos otros “ismos” se están convirtiendo en grandes atractivos para ellos, por lo que pueden catalogar  cualquier actitud noble como anticuada.  No obstante, esto no es tan difícil de revertir porque es fácil desenmascarar a los paladines de estos “ismos”, considerando que tenemos verdaderos modelos de jóvenes en nuestra historia.  Los héroes de La Concepción son referentes en tiempos de guerra, pero también los hay en tiempos de paz.  Quienes le dan al país un año de sus vidas en el servicio militar están entre estos últimos, también quienes realizan voluntariado los fines de semana en hogares de ancianos, de huérfanos y hospitales, lo mismo sucede con los jóvenes que integran los cuerpos de bomberos.  El listado es interminable y también incluye a los miles de jóvenes que se empeñan en rendir como trabajadores o estudiantes, mención aparte merecen quienes estudian y trabajan a la vez.

Desgraciadamente, también hay jóvenes dañinos para la sociedad.  Los dirigentes estudiantiles violentistas están entre éstos.  Ellos se toman su casa de estudios, fomentando el desorden social, la baja calidad de la educación y también el saqueo.  Una toma no es violenta”, nos dicen descaradamente, pero lo es, pues, qué sucede si alguien quiere entrar a estudiar: se le impide por la fuerza el ingreso a su casa de estudios.  Este fenómeno podría ser sólo un mal rato si no fuera por las consecuencias que trae y por sus fines.  Los más perjudicados son los verdaderos estudiantes, que representan la casi totalidad del estudiantado.  Los fines que persiguen estos movimientos no tienen nada que ver con la calidad de la educación, sino con la imposición de ideologías que han mostrado ser dañinas donde han llegado; además, aseguran una carrera política a sus líderes, lo que es muy atractivo para ellos porque les permite vivir a costa del erario nacional o de las cuantiosas donaciones de las “altruistas” ONG internacionales, así se pueden dedicar a sus correrías sin preocuparse de trabajar como cualquier ciudadano y sin correr el riesgo de los perjuicios de sus actos.  Si su propuesta educacional perjudica a los colegios públicos, no les importa porque ellos pueden pagar uno privado. Son muchos los ejemplos: recientemente unas “cuatro” feministas marcharon semidesnudas por la dignidad de las mujeres. ¿Acaso ese acto lleno de vulgaridad no es lo más atentatorio contra la dignidad de sus congéneres supuestamente defendidas y representadas por ellas?

Una forma de desenmascarar a estos “jóvenes idealistas” es preguntarles en qué beneficiaron sus acciones violentistas a la educación, sin duda, en nada; cuánto trabajan y por cuánto en relación con sus “supuestos defendidos”; cuántos negociados tienen con el Estado -los tienen-; qué tipo de voluntariado han practicado; cuánto tiempo dedican a reflexionar sobre lo privilegiados que son con su estilo de vida, mientras muchos jóvenes son víctimas de las malas decisiones políticas que ellos han tomado o pueden corregir y no lo han hecho.

La nueva camada de jóvenes políticos, principalmente zurdos, no se condice con lo que el país y sus jóvenes necesitan.  No pasan de ser grandes vociferantes proponiendo medidas populistas que no conducen a nada.  Este nuevo Día de la Juventud da el marco especial para analizar este fenómeno: mientras nuestros juveniles líderes (?) viven sin sentido de responsabilidad histórica, hace 106 años otros jóvenes morían por dicho sentido.  Ellos representan lo que nuestra patria exige y que, sin duda, está presente en todos los ámbitos del quehacer nacional, sólo que ocultado por el griterío progresista.