Ha llegado carta

Gonzalo Cordero | Sección: Política

En tiempo de redes sociales, mensajes de 140 caracteres y aplicaciones diversas que permiten transmitir más mensajes y menos ideas, nos parece extraño el género epistolar, esa antigua costumbre de enviar cartas mediante las cuales se expresaban sentimientos, ideologías y testimonios de diverso orden. Kafka le escribe a su padre la famosa carta que nunca llegará a destino, pero que cada padre debiera leer; Havel, desde la cárcel en que lo enclaustra el régimen comunista, le escribe a Olga; y Gramsci, en la prisión fascista, no solo escribirá sus famosos cuadernos, sino también una importante correspondencia. Acá, en Sudamérica, el intercambio entre Carmela Carvajal y el Almirante Grau, es ejemplo de lo más noble a lo que puede llegar el ser humano.

Es que las cartas son, en cierta forma, un testamento, un legado intelectual cuyo destinatario final es, generalmente, más universal que la persona a la que se dirige. La carta es, en sí misma, una toma de posición, ya que el autor conscientemente decide fijar por escrito un punto de vista y entregarlo a un tercero, perdiendo el control de sus palabras. Por eso, también, las legislaciones consideran la reserva de la correspondencia como un bien jurídico a tutelar. Es mucho lo que se puede decir en una carta y de una carta.

Esta semana un grupo de políticos de izquierda -esa me parece una definición más objetiva que la de “los demócratas chilenos” que ellos mismos se asignan- suscribieron una de apoyo a Lula da Silva, encarcelado por corrupción, en que manifestaron su preocupación por la democracia brasileña y apelaron al Poder Judicial de ese país, para que libere al expresidente, permitiéndole competir en las próximas elecciones. La expresión “intervenir en asuntos internos de otros estados” encuentra aquí un ejemplo insuperable, porque los firmantes no sólo son dirigentes de partidos políticos -están la expresidenta Bachelet, el presidente y la presidenta de ambas cámaras del Congreso y varios parlamentarios en ejercicio-, sino que su objetivo explícito es incidir en procesos judiciales y políticos de la nación carioca.

Si se juzga sólo por su tenor, la corrupción importa poco a sus firmantes; desde luego, menos que las opciones electorales de la izquierda brasileña, que parece ser lo primero que los motiva. Lo más chocante es la falta de pudor para contradecir mucho de lo que han dicho antes, ahora que el condenado por la justicia es un aliado político. Mal que les pese a sus autores, nadie colocará nunca esta carta en una recopilación de obras destacadas, sus autores no acompañarán a Havel ni a Kafka, pero en la memoria de la inconsecuencia y la torpeza burda sin duda que los acompañará por mucho tiempo.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Tercera.