El sacerdocio, atacado

Gonzalo Rojas S. | Sección: Religión, Sociedad

Dentro de las muy variadas opiniones que se han emitido en los últimos meses sobre la situación de la Iglesia en Chile, ha llamado la atención la proliferación de comentarios contra el sacerdocio.

Algunas de esas opiniones son especialmente dolorosas, porque provienen incluso de algún obispo y de uno que otro presbítero.

¿A qué aspectos apuntan esos descarnados críticos?

Por una parte, intentan disolver la dignidad sacerdotal, calificando a los presbíteros como un cristiano más, privándolos de  toda facultad especial; por otra, quieren desvincular al sacerdocio ministerial del celibato, gran don; en tercer lugar, los más audaces buscan alterar la constitución original del sacerdocio instituido por Cristo, ofreciéndolo a las mujeres; finalmente, no ha faltado incluso un par de presbíteros que han sostenido que las comunidades cristianas pueden celebrar sus propias cenas con pan y vino, reemplazando a la Misa en la medida que el sacerdocio, como postulan ellos, tienda a desparecer.

No vamos  a hacernos cargo de cada una de estas lamentables miradas, sino solamente a recordar al gran olvidado en estos días, aquel conjunto de documentos magníficos que han inspirado y fortalecido la vida de la Iglesia en los últimos 50 años: el Concilio Vaticano II.

Tantas veces citado de modo mañoso por los progresistas de todas las calañas, esta vez ha sido silenciado como fuente en la que puedan inspirarse. La razón es obvia: el Decreto Presbyterorum Ordinis, sobre el Ministerio y la vida de los presbíteros, es un notable texto sobre el sacerdocio.

Sólo unos párrafos para que todo quede claro:

El ministerio de los presbíteros, por estar unido al Orden episcopal, participa de la autoridad con que Cristo mismo forma, santifica y rige su Cuerpo. Por lo cual, el sacerdocio de los presbíteros supone, ciertamente, los sacramentos de la iniciación cristiana, pero se confiere por un sacramento peculiar por el que los presbíteros, por la unción del Espíritu Santo, quedan marcados con un carácter especial que los configura con Cristo Sacerdote, de tal forma, que pueden obrar en nombre de Cristo cabeza.«

Su mismo ministerio les exige de una forma especial que no se conformen a este mundo pero, al mismo tiempo, requiere que vivan en este mundo entre los hombres, y, como buenos pastores, conozcan a sus ovejas, y busquen incluso atraer a las que no pertenecen todavía a este redil, para que también ellas oigan la voz de Cristo y se forme un solo rebaño y un solo Pastor.

Los presbíteros, por su parte, considerando la plenitud del Sacramento del Orden de que están investidos los obispos, acaten en ellos la autoridad de Cristo, supremo Pastor. Estén, pues, unidos a su obispo con sincera caridad y obediencia.”

Son defensores del bien común, del que tienen cuidado en nombre del obispo, y al propio tiempo defensores valientes de la verdad, para que los fieles no se vean arrastrados por todo viento de doctrina.”

«Recuerden los presbíteros que nunca están solos en su trabajo, sino sostenidos por la virtud todopoderosa de Dios: y creyendo en Cristo, que los llamó a participar de su sacerdocio, entréguense con toda confianza a su ministerio, sabedores de que Dios es poderoso para aumentar en ellos la caridad”.