Crisis en la Iglesia

Gonzalo Larios M. | Sección: Historia, Religión, Sociedad

La Iglesia Católica se ve afectada en Chile por una de las crisis más profundas de su historia. La que estamos viviendo no es la única que ha sufrido la Iglesia Católica. Precisamente hace 50 años, en torno al rebelde «1968«, Chile se vio afectado por una profunda crisis posconciliar, como hemos demostrado en la «Historia de Chile 1960-2010» (CEUSS/Universidad San Sebastián, 2018). En efecto, nada más finalizar el Concilio Vaticano II, por torcidas interpretaciones sobre este, se desató durante la siguiente década un ánimo de contestación y disenso al interior de la Iglesia, que se manifestó en una grave crisis sacerdotal. Reflejo de todo ello fue la toma de la Catedral de Santiago en agosto de 1968, realizada por un grupo de laicos y algunos sacerdotes autodenominados «Iglesia Joven«, bajo los posters del Che Guevara, a quien llamaron «el cristiano perfecto«.

El espíritu de disenso se reflejaba ese mismo año desde una influyente revista religiosa, que pauteaba la reforma de las universidades católicas estimulando el diálogo cristiano-marxista. Instigaba a su vez a formar «comunidades rebeldes» donde los sacerdotes se debían volcar a las poblaciones para alentar la conciencia revolucionaria; asimismo, exaltaba al Che Guevara como «ejemplo y lección para los cristianos«; criticaba la encíclica Humanae vitae y prácticamente justificaba la acción de la toma de la Catedral. Este desmedido compromiso temporal, extendido en un sector relevante de la Iglesia, favoreció no solo una profunda confusión, sino además una división entre los fieles, y le significó a la revista en cuestión una pública desaprobación por parte de las autoridades eclesiásticas. Por su parte, el Sínodo de Santiago fue reflejo de un asambleísmo eclesial politizado y, por lo mismo, expresión de la división de la Iglesia.

Más conocida y de mayor magnitud fue la crisis sacerdotal que sorprendió hasta al mismísimo Pablo VI. Como lo describieron entonces los obispos, «el temporalismo va a afectar también a un sector importante del clero que cree más en la eficacia social que en la apostólica. Más tarde terminará en política«.

Por otra parte, el Seminario de Santiago se cerró, se dispersaron sus escasos seminaristas, que decidieron irse a vivir a las poblaciones. La sociología postergó a la teología y a la filosofía en la formación religiosa, que pretendieron debía realizarse entonces «por correspondencia«. Este peregrino proyecto terminó en un rotundo fracaso. El cardenal Silva Henríquez recordó en sus Memorias que en 1970 «se batió un triste récord: ninguna vocación entró al seminario«. Fue el impulso del pontificado de Juan Pablo II el que permitió rectificar aquella crisis, en definitiva religiosa, por desborde de la política. En Puebla, el Papa polaco debió recordarles a los obispos que asistían a la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano que la asamblea que los reunía era eclesial y no política o económica.

La crisis, en definitiva, era diferente de la que vive hoy la Iglesia en Chile, pero la historia nos ayuda a mirarla con mayor perspectiva. Una solución podría ser la misma que en ese tiempo. Que lo temporal, que sin duda debe considerarse conforme a la Doctrina Social de la Iglesia, no nuble, sino que ayude a despejar la misión esencialmente espiritual de la Iglesia. Como nos acaba de recordar el Papa Francisco, en carta dirigida directamente «al Pueblo de Dios que peregrina en Chile«: «El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu» ( Jn 3,8).

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio.