Por sus propios méritos

Max Silva Abott | Sección: Política, Sociedad

La llamada “ola feminista” sigue ocupando un lugar destacado en la actualidad nacional e internacional, aunque ya comienzan a escucharse voces disidentes o al menos, suavizadoras de su discurso que por lo demás, se ha ido haciendo cada vez más radical.

En realidad, es una lástima que una aspiración tan lógica como el igual trato para hombres y mujeres en aquellas materias que no ameritan una reglamentación distinta (como la maternidad, por ejemplo), esté siendo aprovechada por diversos sectores para introducir la cizaña en nuestras sociedades, al hacer un planteamiento que divide al mundo entre buenos y malos, entre amigos y enemigos.

Como hemos dicho otras veces, es la vieja dialéctica marxista, que en vez de incentivar la unión y la colaboración mutua, siembra la división, la discordia y la desconfianza, de lo cual nada bueno puede surgir. Lo anterior, gracias a las nociones de discriminación y de intolerancia, al punto que casi cualquier conducta puede ser incluida dentro de estas categorías.

Pero a nuestro juicio, surgen al menos tres problemas fruto de este planteamiento. El primero, es que si se lleva al extremo, se produce una “discriminación positiva”, al exigir, por ejemplo, cupos iguales para ambos sexos en diversos trabajos, aun cuando existan muchos más hombres o mujeres para el mismo. Lo anterior es injusto además, porque muchas veces no existen las mismas capacidades ni conocimientos en la mayoría de los miembros de uno u otro sexo para una labor determinada, y se discrimina a personas del otro sexo, pese a estar más capacitadas, a fin de lograr la paridad ordenada. Y esto no sólo atenta contra la igualdad ante la ley, sino también, genera un servicio de menor calidad para los usuarios.

El segundo problema es que con una mentalidad como esta, todo lo que no satisfaga las aspiraciones de este movimiento, por nimias o incluso absurdas que sean, es considerado automáticamente como discriminatorio e intolerante, fruto de este lamentable clima de discordia tan nefasto al que se hacía referencia. De esta manera, no es difícil que muchos de los supuestos discriminados pasen a ser discriminadores, obteniendo –al más puro estilo de “Animal Farm”– los mismos privilegios que tanto criticaban en sus rivales. Incluso, para evitarse problemas, lo anterior podría hacer que en muchos lugares sencillamente, no se contraten mujeres, a menos que sean obligados por leyes de cuota.

Finalmente y como tercer problema, en no pocos casos, considerarse discriminado puede generar la idea de ser acreedor de un trato especial y preferente, lo cual puede atentar contra la iniciativa y el esfuerzo que surgirían al no partir de esta premisa. Por eso en lo personal, creo que la gran “receta” para superar las desigualdades es el propio esfuerzo de las mujeres. Como ejemplo, en el área de la educación superior hace ya varios años que la mayoría de los estudiantes son mujeres y además, por regla muy general, resultan ser más maduras, esforzadas y estudiosas que los varones. No pasará mucho tiempo para que por sus propios méritos y no por favoritismos forzados, lleguen a los mismos puestos de los hombres que tanto ansían; o si se prefiere, la igualdad de trato no será fruto de la introducción de la discordia y la desconfianza, sino del esfuerzo y de una auténtica igualdad ante la ley.