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Irlanda y la libertad que viene

Los partidarios del aborto han ganado en Irlanda; dudo que quede alguien que no se haya enterado, porque los principales medios de comunicación han celebrado la noticia con alborozo comparable al de los aficionados madridistas tras la victoria de su equipo en la final de Kiev. El día anterior al referéndum, El País titulaba: Irlanda se enfrenta a su último tabú: el aborto. Debo decir que no estoy de acuerdo. Quedan muchos otros tabúes, como el incesto, la antropofagia o la venta de órganos, y no quisiera dar más ideas.

Nicolás Gómez Dávila escribió: “Entre el animal y el hombre no hay más barrera que una empalizada de tabús.” Claro, ¿qué se puede esperar de un reaccionario católico? La gente que sigue dominada por las supersticiones se empeña en sostener tabúes como que la vida es un don sagrado, sobre el cual no tenemos ningún derecho absoluto. Y así no hay manera de poder tener una vida sexual totalmente animal, digo libre, sin temor a consecuencias indeseadas.

Desde luego, cada vez hay menos personas que sigan creyendo en esos rollos de la sacralidad de la vida humana. En la gran mayoría de países de nuestro entorno y más allá, hace muchas décadas que ni derecha ni izquierda debaten sobre este tema. El consenso es casi total. En España, sin ir más lejos, ha gobernado varios años el Partido Popular, incluso con mayoría absoluta, sin que haya osado derogar las leyes despenalizadoras del aborto del PSOE.

Esto se debe a los complejos de la derecha, dicen algunos. No lo creo. Se debe a que conocen demasiado bien a sus votantes, personas que en su mayoría se han alejado primero de la práctica católica y luego –consecuentemente– de las creencias. O que aún acuden a misa los domingos, pero ahí se encuentran con sacerdotes que tampoco está muy claro en qué creen. Personas que votan al centroderecha porque opinan que su bolsillo peligra menos con aquel en el gobierno, pero que si una hija de diecisiete años les llegara a casa con un embarazo la animarían sin recato alguno a “interrumpirlo”, no sea que se trunque una magnífica carrera en la hostelería por culpa de esos engorrosos biberones y pañales.

Pero no cantemos victoria demasiado pronto. Quedan bolsas de irreductibles que sostienen que cuando un óvulo es fecundado por un espermatozoide, empieza una nueva vida humana, con su ADN irrepetible. Gente con escasa formación democrática, que hace más caso a la embriología que a sus representantes políticos.

Contra estos individuos parece que sirven poco los dramáticos relatos de experiencias individuales que ofrecen los medios de comunicación. No se conmueven ante esas historias desgarradoras de mujeres que abortaron clandestinamente, sin contárselo a nadie, por vergüenza. Historias que son muy reveladoras de la mentalidad moderna. El hombre y la mujer contemporáneos no sólo quieren libertad total, sino que además les aplaudan por hacer lo que les dé la gana, como si se tratara de algo meritorio y valiente.

Las mujeres que abortan no se conforman con hacerlo, ni con que sea gratis y con pocos trámites. Reivindican que socialmente se vea como algo normal, qué digo, elogiable. Análogamente, los homosexuales tampoco se conforman con tener relaciones con personas de su mismo sexo; ahora luchan por lo que llaman visibilidad y no discriminación: desfilar públicamente en actitudes obscenas, adoptar niños mediante vientres de alquiler e iniciar a los más pequeños en sus prácticas sexuales desde las aulas escolares.

Las asociaciones feministas y LGTB ya han conseguido todo esto, o están muy cerca de conseguirlo, en muchos lugares. Van quedando pocos países en los que no se ampare la libertad de matar a los no nacidos, y estamos haciendo grandes avances en la libertad para corromper a los niños. Queda, eso sí, una tarea ineludible: callar esas voces disidentes y perturbadoras, esos ultracatólicos y fachas que se obstinan en defender a los fetos y a la familia tradicional. No seremos verdaderamente libres hasta que las leyes no castiguen con dureza ejemplarizante los delitos de homofobia y abortofobia. Sólo seremos auténticamente libres cuando todos pensemos igual.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por el autor en su blog Cero en progresismo, https://ceroenprogresismo.wordpress.com.