Incómoda verdad sobre los dispositivos electrónicos

Carolina Melo Hurtado | Sección: Familia, Política, Sociedad

Esta semana, The Economist reportó que Chile es el país de la OCDE que lidera el ranking de los adolescentes que pasan más tiempo conectados a internet, en promedio 230 minutos semanales versus 146 minutos en el resto de los países desarrollados. Es una realidad: la mayoría de los niños chilenos tiene acceso a algún tipo de dispositivo, tablet, playstation, celular, etcétera. Así lo revelan los resultados del Simce. El 77% de los niños usa un celular inteligente. Lamentablemente el acceso a celulares es cada día más temprano. Un estudio realizado por Ricardo Leiva, de la Universidad de los Andes, muestra que a los 10 años la mayoría de los niños ya tiene un celular.

A veces los padres sentimos que no nos queda otra, «es para poder coordinarnos«, nos decimos, «o si no se va a quedar fuera de la vida social«. Ya sabemos que la televisión no aporta demasiado; en cambio «en el iPad están aprendiendo algo al menos, por lo que debe ser mejor» pensamos. Pero últimamente somos varios los que nos damos cuenta de que algo extraño hay. Es común escuchar: «Me preocupa mi hijo, ya no quiere salir a jugar, está obsesionado con Fortnite (o Minecraft)» o «mi hija no come si no le paso el tablet«. A veces estas observaciones van acompañadas de bajas en las notas, problemas sociales, pataletas e irritabilidad emocional.

Estudios confirman que el celular tiene un efecto nocivo en el ambiente escolar. Investigaciones publicadas en la revista de la Asociación de Psicología Americana (APA) reportan que la sola presencia del celular en el aula disminuye el rendimiento académico. El estudio de Leiva con estudiantes chilenos reveló que, a mayor uso del celular, peores notas en el colegio. Cuando se prohíbe el uso de los celulares en el colegio el desempeño académico aumenta en promedio entre un 6,8% y un 14%, siendo más los beneficios para los estudiantes de menor rendimiento, de acuerdo a un estudio del London School of Economics.

Además, el uso del celular aumenta los problemas relacionados con las redes sociales, como el «ciber-bullying«, y la salud mental de los alumnos. De acuerdo al «Center for Disease Control and Prevention» de Estados Unidos, los niveles de depresión y suicidio adolescente han aumentado significativamente, especialmente en niños de quinto y octavo básico y en niñas de enseñanza media. Esta semana lamentamos el caso del suicidio de una alumna de 16 años en un colegio del sector oriente de Santiago, que estaría gatillado por bullying en el contexto de una foto en las redes sociales.

Cuando usamos pantallas interactivas, nuestro cerebro libera altas dosis de dopamina, un neurotransmisor asociado al placer y la motivación. Este proceso no ocurre de la misma forma que cuando hacemos actividades más naturales como el ejercicio. Cuando interactuamos con estos dispositivos, la dopamina se eleva más rápido que lo normal y se genera en cantidades desproporcionadas, lo que el cerebro no puede manejar de forma sana, resultando en una hiperestimulación que tiene efectos nocivos similares a los efectos de la cocaína en la conducta. La dopamina en estas cantidades afecta la capacidad de concentrarse, de conectarse con otros, etcétera. Más aún, las grandes cantidades de dopamina afectan el área encargada de la empatía llamada «Insula«, lo que podría explicar por qué los adolescentes son cada vez menos empáticos. Al igual que con muchas drogas, los receptores de la dopamina requieren cada vez más cantidades de este químico para producir placer, lo que es una característica propia de las adicciones. Esto es especialmente delicado en la adolescencia, que es cuando se asientan los hábitos de consumo que dan paso a la adicción.

Otro problema del uso de estas pantallas ocurre en las funciones cognitivas y en la capacidad de autorregular la conducta, pues eleva los niveles de cortisol, la hormona del estrés. Esto produce un bloqueo del funcionamiento normal del lóbulo prefrontal, que es la parte racional del cerebro que maneja las funciones ejecutivas, incluyendo la capacidad de poner atención, la memoria de corto plazo, la inhibición de impulsos y la flexibilidad cognitiva. Con la liberación de cortisol en estas cantidades, el cerebro entra en modo adaptativo de «pelear o escapar«, acelerando el ritmo cardíaco y elevando el flujo de sangre a las extremidades, lo que explica que, después de entretenerse con videojuegos, muchos niños hacen pataletas, están irritables o explotan.

El mayor problema, no obstante, es someter al cerebro a un estrés sostenido, conocido como «estrés tóxico«. El uso frecuente de pantallas interactivas produce un estrés que podría ser equivalente a vivir en un país en guerra o en condiciones de extrema pobreza.

Lamentablemente, todos estos efectos negativos se exacerban en los niños con dificultades de aprendizaje u otros diagnósticos. La psiquiatra norteamericana Victoria Dunckley describe estos síntomas como el Síndrome de las Pantallas Interactivas y relata que sus expresiones en la conducta de un individuo pueden exacerbar estas condiciones e imitar los desórdenes como el autismo, déficit atencional o bipolaridad.

No podemos ignorar la evidencia. Lo que está ocurriendo es equivalente a lo que ocurrió en los años 50 con el tabaco. Entonces, incluso los doctores salían fumando en la publicidad, hasta que la evidencia empírica y una buena dosis de antilobby lograron revelar los efectos dañinos del cigarro, que hoy nadie se atrevería a negar. Las investigaciones en este tema son relativamente recientes, pero la mayoría revela asociaciones negativas entre el uso de estos dispositivos y la salud de los niños y adolescentes. ¿Nos sorprende entonces que haya bajado el puntaje del Simce para los hombres de octavo año? ¿Nos sorprende que los adolescentes estén más hedonistas y aislados? ¿Y que aumenten los casos de depresión en adolescentes y la violencia? La tecnología es importante para nuestro país y tiene un lugar en la educación, pero no podemos ignorar la evidencia. Debemos educar, conversar, cuestionar y regular su uso para que sea beneficioso.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago.