El poder profético de la “Humanae vitae”

Mary Eberstadt | Sección: Familia, Historia, Política, Religión, Sociedad, Vida

Un tema recurrente en la enseñanza del Papa Francisco es que las realidades humanas superan a las abstracciones eruditas. “La realidad es superior a la idea”. Su famosa frase sobre los pastores con “olor a oveja” constituye la versión popular de esa máxima. A menudo en su trabajo, y en el de sus colaboradores, aparecen advertencias contra la “rigidez”, la “retórica vacía” y el peligro de “quedar atrapado en el ámbito de las ideas abstractas”. Lo más importante son, como ha señalado recientemente el Card. Blase Cupich en una conferencia impartida en Cambridge, “las realidades con las que se enfrentan cotidianamente las personas”.

Resulta especialmente pertinente centrarse en “la realidad” hoy, cuando conmemoramos el 50 aniversario de una de las más famosas –y más desacreditadas– encíclicas de la historia de la Iglesia. Hace diez años, con motivo de su 40 aniversario, First Things publicó un ensayo mío titulado  “Vindicación de la Humanae vitae. Allí, haciéndome eco de datos de distintas procedencias –la sociología, la psicología, la historia, la literatura feminista actual–, decía:

Al cabo de cuatro décadas, se han confirmado empíricamente las predicciones de la encíclica, y además como pocas predicciones se han confirmado: de una manera que sus autores no podían haber previsto, con datos que no se conocían cuando se escribió el documento, por investigadores y especialistas que no tenían interés en su contenido, en ocasiones sin percatarse de ello y, también, por muchos que se declaraban contrarios a la Iglesia”.

Resistencia

Por supuesto, que haya pruebas abundantes no significa que un argumento válido sea aceptado siempre por todos, ni hace cincuenta años, ni hace diez, ni tampoco hoy. La promesa de sexo a petición, sin límite o restricción alguna, tal vez sea la tentación colectiva más fuerte que la humanidad haya conocido nunca. De ahí que, desde la invención de la píldora anticonceptiva, haya sido implacablemente feroz la resistencia contra la moral cristiana tradicional y que muchos, tanto en el mundo laico como clerical, quieran rebajar su exigencia. Como dijeron en son de queja los discípulos de Jesús al escuchar su doctrina sobre el matrimonio, esas enseñanzas son “duras”.

Pero confundir “duro” con “falso” es un grave error. Si en verdad hemos de tener en cuenta la “realidad”, de la gran cantidad de pruebas empíricas de las que hoy disponemos solo es posible sacar una única conclusión. Es la misma conclusión que era visible hace diez años, y que seguirá siéndolo dentro de otros diez, o cien, o doscientos años. Y es simplemente esta: el documento más vilipendiado a nivel mundial del último medio siglo, y el más ampliamente incomprendido, es, al mismo tiempo, el más profético y el que más nos ilustra sobre nuestra época.

Pero dejemos de lado la teología, la filosofía, la ideología y demás abstracciones, y reflexionemos, una por una, sobre las nuevas realidades que vindican la Humanae vitae.

De la píldora al aborto

La primera realidad empírica es la siguiente: con independencia de las intenciones de las personas, ateniéndonos solo a hechos no controvertidos, resulta meridianamente claro que la difusión de la anticoncepción ha conducido a un aumento de los abortos. Hace cincuenta años, cuando se empezaron a generalizar los anticonceptivos, muchas personas de buena fe defendían su uso justamente porque creían que harían superfluo el aborto. Pensaban que un control responsable de la natalidad prevendría el aborto. Pero las estadísticas de las que disponemos desde los sesenta demuestran que esta extendida idea era errónea.

Muchos estudios realizados en el campo de las ciencias sociales durante las pasadas décadas han intentado explicar lo que, para la opinión secular común, resulta asombroso. Tras la invención de la píldora, la anticoncepción, lejos de prevenir el aborto y los embarazos no deseados, ha traído justo lo contrario: el uso de anticonceptivos, los abortos y los nacimientos extramatrimoniales se dispararon simultáneamente.

En un artículo publicado hace 22 años en el Quarterly Journal of Economics, los economistas George A. Akerlof, Janet L. Yellen y Michael L. Katz resumían así la imprevista conexión entre esos fenómenos:

Antes de la revolución sexual, las mujeres tenían menos libertad, pero se esperaba que los hombres cargaran con la responsabilidad de su bienestar. Hoy las mujeres son más libres de elegir, pero los hombres se han concedido la correspondiente opción. “Si ella no está dispuesta a abortar o a usar anticonceptivos –puede pensar un hombre–, ¿por qué debería yo sacrificarme para casarme con ella?”. Al convertir el nacimiento del hijo en una opción física para la madre, la revolución sexual ha convertido el matrimonio y el sostenimiento de los hijos en una opción social para el padre.

En otras palabras, los anticonceptivos han traído consigo más embarazos y más abortos porque han servido para debilitar la creencia de que los hombres tienen igual responsabilidad en caso de embarazo imprevisto. Como explicaron esos economistas, la anticoncepción redujo drásticamente los incentivos que tenía el hombre para casarse, también para casarse con su novia embarazada. En el nuevo orden pospíldora, el embarazo se ha convertido en responsabilidad de la mujer, y si el control de la natalidad “falla”, eso no es problema del hombre.

Leyes paralelas

Entre anticoncepción y aborto hay también un vínculo jurídico. Como ha señalado recientemente, entre otros, Michael Pakaluk:

Por lo que atañe a la jurisprudencia, el fruto de la anticoncepción es el aborto. Hasta la década de los sesenta, en muchos estados [de EE.UU.] estaban vigentes las leyes Comstock y, por tanto, la venta de anticonceptivos era ilegal, también en el caso de parejas casadas. Esas leyes se anularon en 1965 con la polémica sentencia sobre el caso Griswold dictada por el Tribunal Supremo. Pero en 1973, solo ocho años después, el Tribunal Supremo, en Roe v. Wade, del derecho a la anticoncepción dedujo que existía un derecho al aborto.

Dicho de otro modo: se ha empleado el mismo razonamiento legal para justificar la libertad anticonceptiva que para justificar la libertad de abortar, y esa conexión hace tambalearse la tesis de que entre anticoncepción y aborto se puede fijar una separación estricta. O bien, podríamos decir, la anticoncepción no era suficiente. Hacía falta además la libertad para eliminar el fruto de una anticoncepción fallida.

También la historia muestra la misma relación causal. El impulso a favor de la despenalización del aborto a través del mundo no comenzó hasta el primer tercio del siglo XX, cuando los métodos de control de la natalidad empezaron a difundirse ampliamente. En EE.UU., los estados no despenalizaron el aborto hasta después de la aprobación federal de la píldora anticonceptiva, en 1960. Roe v. Wade llegó después de la píldora, no antes. Y es un hecho histórico que el uso masivo de anticonceptivos provocó una mayor demanda de abortos.

En un artículo publicado en National Catholic Bioethics Quarterly, en 2015, el investigador Scott Lloyd concluía también que la anticoncepción lleva al aborto; claro está que no de manera inexorable en cada caso particular, pero sí regular y repetidamente en cuanto fenómenos sociales relacionados. “Con los anticonceptivos, la sensación de riesgo es menor, y eso favorece encuentros sexuales y relaciones que no ocurrirían en otro caso, lo que ocasiona embarazos en situaciones en las que la mujer no se siente preparada”.

Generación equivocada

Al repasar la historia, resulta patente que se imponen la misericordia y el perdón, esto es, hacia la generación de posguerra que abogó por la anticoncepción. ¿Quién, en aquel momento, podía haber sabido que la anticoncepción llevaría al aborto a una escala nunca antes vista? ¿Se habría atenuado la polémica sobre la Humanae vitae si todos los que la criticaron hubieran entonces conocido lo que los datos nos muestran hoy? ¿No habrían tal vez actuado de otro modo algunos católicos disidentes –y otros– que criticaron públicamente a la Iglesia, si se hubieran dado cuenta de que admitir la anticoncepción iba a abrir el camino a más abortos? En retrospectiva, es evidente que la “degradación general de la moralidad” prevista por la Humanae vitae [n. 17] incluía el desprecio no solo de la mujer, sino también del feto humano.

A la vista de lo que ha ocurrido en realidad desde 1968, es imposible creer que la anticoncepción no ha desempeñado un papel decisivo en la catástrofe del aborto. El propio Papa Francisco ha dicho del aborto que es “un pecado muy grave” y “un crimen horrendo”. Los hechos han refutado la vieja defensa del control de la natalidad como alternativa al aborto. El tiempo ha demostrado que en realidad lo fomenta.

Reconsideraciones protestantes

Gracias en gran parte a que la realidad número uno de la que hablamos ha sido confirmada por cincuenta años de experiencia, también se ha hecho palpable una segunda realidad. Personas ajenas a la Iglesia católica –sobre todo, aunque no solo, algunos líderes protestantes– contemplan la Humanae vitae bajo una luz nueva y más favorable.

Esta fuerte tendencia, una de las noticias menos difundidas de nuestro tiempo, puede transformar el cristianismo y cambiar la división en torno al control de la natalidad por una nueva unidad. Al reflexionar sobre lo que la revolución sexual ha deparado, cada vez más voces se han alzado en el seno del protestantismo para cuestionar la indiferencia con la que antes se trataba la anticoncepción. Sin embargo, este nuevo enfoque está lejos de ser mayoritario. Ahora bien, tiene lo que cualquier punto de vista minoritario necesita para convencer a la mayoría: pruebas y fuerza moral. Veamos algunos ejemplos de los últimos diez años.

Los protestantes se han hecho un flaco favor al ignorar la importante enseñanza que contiene la Humanae vitae sobre antropología y sexualidad humana… Los protestantes sacarían provecho si estudiaran la encíclica de Pablo VI y prestaran atención a sus advertencias (Evan Lenow, profesor del Southwestern Baptist Theological Seminary).

Muchos evangélicos se están implicando en el debate sobre el control de la natalidad y su sentido. Los evangélicos llegamos tarde al tema del aborto y hemos llegado también tarde a la cuestión del control de la natalidad, pero ahora ya estamos aquí (R. Albert Mohler Jr., presidente del Southwestern Baptist Theological Seminary).

Entre los evangélicos, ya no se considera que una postura contraria a la anticoncepción sea exclusiva de los católicos romanos, como ocurría en el pasado (Jenell Paris, antropólogo, Messiah College).

Siempre que hay un hecho de actualidad relacionado con el tema de la vida, los evangélicos como yo nos sentimos cada vez más incómodos con la cultura anticonceptiva. Nos damos cuenta de que tenemos mucho más en común con los católicos, que reverencian la vida, que con el feminismo radical, que venera por encima de cualquier otra cosa los derechos de la mujer (Julie Roys, autora y bloguera evangélica).

Más protestantes se oponen al control de la natalidad (titular del New York Times, 2012).

Vuelta a los orígenes

Estas reconsideraciones de protestantes y otros no católicos no suponen una ruptura radical con la tradición cristiana, sino una vuelta a ella. Las enseñanzas de la Iglesia sobre la anticoncepción, también las de las Iglesias protestantes, siguieron una misma línea durante siglos. No fue hasta que la Comunión anglicana admitió la primera excepción, en la Conferencia de Lambeth de 1930, cuando católicos y protestantes se separaron en este punto de la doctrina moral. La famosa Resolución 15 estaba pensada únicamente para parejas casadas y bajo circunstancias precisas, pero marcó el comienzo de la anticoncepción por conveniencia. Su lenguaje coincide con la terminología que emplean quienes aspiran a convertirse hoy en “reformadores” católicos:

En aquellos casos en que se sienta claramente una obligación moral de limitar o evitar la paternidad, y siempre que exista una razón sólida desde un punto de vista moral para evitar la abstinencia, la Conferencia acepta que se puedan emplear otros métodos, siempre y cuando se haga a la luz de los mismos principios cristianos.

Entonces, como ahora, los protestantes que no estaban de acuerdo con la decisión de abandonar la enseñanza tradicional volvieron a la autoridad de Roma. Charles Gore, obispo de Oxford, fue uno de los que se opuso a la Resolución 15. Tenía “muchas razones para creer que, en el tema de la prevención de los nacimientos, la arraigada tradición de la Iglesia católica estaba en lo cierto y contaba con la sanción divina”. El movimiento favorable a la Humanae vitae de algunos protestantes en la actualidad es, en parte, un reconocimiento tácito de que, volviendo la vista atrás, la postura del obispo de Oxford podría haber sido la acertada.

Neocolonialismo anticonceptivo

En África, tanto protestantes como católicos tienden a mantener la tradición moral cristiana. En este caso, como en otros de la historia, es válida la máxima del sociólogo Laurence R. Iannaccone: “Las Iglesias estrictas son sólidas” y, por lo mismos, las laxas son débiles. Es en esa África que mantiene una mentalidad más tradicional donde el cristianismo ha crecido exponencialmente desde la publicación de la Humanae vitae, a diferencia de lo que ha ocurrido en aquellos lugares del mundo donde los líderes religiosos se han esforzado, y se esfuerzan todavía, por cambiar la tradición.

Así lo reflejaba un estudio realizado por el Pew Research Center hace unos años: “Los africanos se encuentran entre los más contrarios a la anticoncepción por razones morales”. Un número importante de personas en Kenia, Uganda y otros países subsaharianos –católicos o no– considera que el uso de anticonceptivos “es moralmente inaceptable”. En Ghana y Nigeria, más de la mitad de la población mantiene esta opinión. A pesar de décadas de proselitismo anticonceptivo, muchos en África se han resistido al empeño de aquellos reformadores que pretendían incorporarlos al programa sexual del Occidente secularizado, programa que incluye, por supuesto, disminuir el número de africanos.

Obianuju Ekeocha, de origen nigeriano, autora del reciente libro Target Africa: Ideological Neo-Colonialism of the Twenty-First Century, escribió una carta abierta a Melinda Gates, cuya fundación dedica gran cantidad de recursos a difundir el control de la natalidad entre los africanos: “Veo que estos 4.600 millones van a traernos desgracias. Van a traernos maridos infieles, calles sin el alboroto inocente de los niños y una vejez sin el tierno y cariñoso cuidado de nuestros hijos”.

Los africanos no son los únicos destinatarios de esa campaña empeñada en difundir una Weltanschauung anticonceptiva. Pero tampoco son los únicos en rechazar la idea de que el mundo sería mejor si fueran menos. Un destacado hindú afirmó algo similar hace años: “Es ingenuo creer que el uso de anticonceptivos se limitará meramente a regular la descendencia. Solo hay esperanza de una vida decente mientras el acto sexual esté claramente relacionado con la transmisión de la vida”. El autor de tales afirmaciones no es Elizabeth Anscombe, quien en su famoso ensayo de 1972, Contraception and Chastity, defendió la Humanae vitae con esa misma lógica. Quien así hablaba era Mahatma Gandhi, otro no católico que coincidía con las razones que subyacen en las enseñanzas morales del cristianismo. “Insto a quienes defienden el uso de métodos artificiales a que piensen en las consecuencias”, señaló en otro lugar. “Es probable que el amplio uso de esos métodos lleve a la disolución del vínculo matrimonial y al amor libre”.

También está bien fundado el miedo a que las “autoridades públicas” puedan “imponer” esas técnicas al pueblo, como advertía la propia encíclica. Esto es lo que ha ocurrido, evidentemente, en China, con su larga e inhumana política del hijo único, repleta de abortos forzados y esterilizaciones involuntarias. En Estados Unidos y otros países occidentales, donde se ha querido lograr ciertos objetivos mediante el control obligatorio de la natalidad, se ha usado un tipo de coerción más suave. Por ejemplo, en los noventa y años posteriores, algunos jueces norteamericanos respaldaron la implantación de anticonceptivos de larga duración en mujeres que habían sido condenadas por la comisión de delitos. La coacción implícita que conlleva esta medida provocó la crítica, entre otras organizaciones, de la American Civil Liberties Union: “Los recientes intentos de obligar a las mujeres a usar Norplant nos retrotraen a un período de racismo abierto y eugenesia”, dijo.

En perjuicio de las mujeres

La realidad número tres está relacionada con la situación de la mujer moderna. La anticoncepción, se afirmaba y se sigue afirmando repetidamente, hará a las mujeres más libres y más felices que nunca. ¿Es así? Las pruebas apuntan a lo contrario, desde las que, aportadas por las ciencias sociales, indican que la felicidad femenina en Estados Unidos y Europa ha descendido con el transcurso del tiempo, hasta las frecuentes lamentaciones del feminismo académico y el popular, pasando por el creciente temor entre mujeres no creyentes de que casarse se haya vuelto imposible y tengan que resignarse a vivir solas. Diez años después de que en mi artículo documentara estas tendencias, hay muchos más datos a favor de que la Humanae vitae acertaba al divisar un aumento inminente de la división entre los sexos. Veamos dos ejemplos. Consideremos de pasada dos instantáneas ilustrativas.

En 2012, la división inglesa de Amazon dio a conocer que Cincuenta sombras de Grey, de E.L. James, había superado en ventas a los libros de Harry Potter, de J.K. Rowling, y se había convertido en el libro más vendido de toda su historia. Este fenómeno muestra la extraordinaria demanda comercial a la que ha dado lugar el interés de las mujeres por la historia de hombre un rico y poderoso que humilla, acosa y ejerce violencia contra ellas una y otra vez.

El sadomasoquismo es un tema destacado en otros ámbitos de la cultura popular, también en la femenina. En relación con la industria de la moda, John Leo señaló: “Me di cuenta por primera vez de la conexión entre moda y pornografía en 1975, cuando la revista Vogue publicó siete fotos de un desfile de moda en las que aparecía un hombre en albornoz golpeando a una modelo que gritaba vestida con un precioso mono rosa (marca Saks, 140 dólares; foto: Avedon)”. Bazaar, de Harper, ha señalado algo parecido: “Mucho antes de que llegara la fiebre por ‘Cincuenta sombras de Grey’, los diseñadores ya se inspiraban en el BDSM. Desde auténticas fustas hasta todo tipo de ataduras para cintura, muñecas y tobillos –por no mencionar la abundancia de cuero–: sin duda, Christian Grey se sentiría orgulloso”.

La violencia contra la mujer, tanto implícita como explícita, satura los videojuegos y, naturalmente, la pornografía. También en la música pop se ha extendido ese estilo sadomasoquista; cada vez son menos las cantantes famosas que no han rendido tributo a la pornografía y al sadomasoquismo. ¿Por qué tantas mujeres subvencionan esa imagen femenina de subyugación e inferioridad en una época en que su libertad es mayor que nunca? ¿Acaso nos enseña el éxito de Cincuenta sombras de Grey que los hombres son tan difíciles de conquistar que se ha de emplear cualquier medio para atraerlos, por degradante que sea?

Depredación sexual

La alegría tampoco abunda en otra de las realidades pospíldora: los escándalos sexuales de 2017 y 2018, y el movimiento #MeToo. Es como si la revolución sexual hubiera dado carta blanca a la depredación. Esto no es un juicio teológico, sino empírico, y fue en parte vaticinado por el teórico social Francis Fukuyama. En La gran ruptura (1999) señala algo importante, que hace eco a la Humanae vitae, aunque su análisis es totalmente secular:

Uno de los más grandes fraudes perpetrados durante la Gran Ruptura fue la idea de que la revolución sexual era neutral desde el punto de vista del género y que beneficiaba por igual a hombres y mujeres… De hecho, la revolución sexual sirvió a los intereses del hombre y al final impuso fuertes límites a los logros que, de otro modo, las mujeres podrían haber alcanzado al liberarse de sus roles tradicionales.

Casi veinte años después, esta afirmación resulta irrefutable. Los escándalos de los abusos demuestran que la revolución sexual democratizó el acoso. Ya no es necesario que un hombre sea rey ni amo y señor del universo para abusar impunemente de una mujer o asediarla de modo implacable, repetido y persistente. Basta un mundo en el que se suponga que las mujeres usan anticonceptivos, es decir, el mundo que tenemos desde los años sesenta, el mundo que la Humanae vitae supo ver.

¿Qué fue de la superpoblación?

Esto nos lleva a otra realidad: cincuenta años después de la revolución sexual, uno de los temas más urgentes y cada vez más importantes para los expertos no es la superpoblación, sino la baja natalidad. Hace diez años hice un repaso de las pruebas que demostraban que las advertencias contra la superpoblación de finales de los sesenta eran puro alarmismo. No por simple casualidad resultaron ser ideológicamente útiles a los activistas que querían que la Iglesia cambiara su doctrina moral. Como señalé en 2008:

La teoría de la superpoblación está tan desacreditada científcamente, que este mismo año, el historiador de la Universidad de Columbia Matthew Connelly ha podido publicar Fatal Misconception: The Struggle to Control World Population y recibir una crítica favorable en Publishers Weekly: todo en beneficio de la que probablemente sea la mejor refutación de los argumentos antinatalistas que, según confiaban algunos, socavarían las enseñanzas de la Iglesia. Lo que es una ratificación tanto más satisfactoria, cuanto que Connelly pone interés en dejar constancia de su hostilidad personal a la Iglesia católica…‘Fatal Misconception’ es una prueba incontestable de que el circo de la superpoblación, que se utilizó para intimidar al Vaticano en nombre de la ciencia, fue desde el principio un error grotesco.

Epidemia de soledad

La pasada década ha dejado las cosas claras. No es solo que la “superpoblación” sea una quimera ideológica que se tambalea, sino que se ha verificado lo contrario. Un gran número de personas, especialmente en Occidente, cada vez más gris y estéril, están sufriendo lo que los especialistas en esas sociedades afligidas denominan la “epidemia” de soledad.

Este fenómeno no toma por sorpresa al Papa Francisco, que en una entrevista con el diario La Repubblica en 2013 dijo que la “soledad de los mayores” constituía uno de los peores “males” del mundo actual. Cincuenta años después de la píldora –y, sin duda, a causa de ella– se está extendiendo la soledad por los países del planeta que disfrutan de una mejor situación económica.

A finales del año pasado, The New York Times publicó una desgarradora historia sobre la carestía de nacimientos:

4.000 muertes en soledad en una semana… Cada año, japoneses ancianos mueren sin que nadie lo sepa y sus vecinos se dan cuenta después únicamente por el olor.

La primera vez que ocurrió, o al menos la primera que atrajo la atención del país, el cadáver de un hombre de 69 años que vivía cerca de la señora Ito llevaba tres años tendido en el suelo, sin que nadie se hubiera percatado de su ausencia. Su alquiler y sus recibos se abonaban automáticamente con cargo a su cuenta bancaria. Finalmente en 2000, cuando se agotaron sus ahorros, las autoridades fueron al apartamento y encontraron su esqueleto junto a la cocina –su carne había sido pasto de gusanos e insectos–, a unos pocos metros de sus vecinos de al lado.

El artículo prosigue: “El extremo aislamiento de los ancianos japoneses es tan común que ha hecho nacer toda una industria especializada en limpiar los apartamentos donde se encuentran restos en estado de descomposición”. Según otro reportaje reciente, publicado por The Independent, las empresas de limpieza están en auge y las compañías de seguros ofrecen pólizas para cubrir a los caseros en el caso de que algún “solitario” fallezca en su propiedad.

Japón es solo uno de los países que se enfrentan al cambio demográfico pospíldora. “La soledad se está convirtiendo en un fenómeno común en Francia”, señalaba Le Figaro hace unos años. El artículo, que citaba un estudio sobre la nueva “soledad” publicado por la Fondation de France, menciona la causa principal de ese fenómeno: “la ruptura familiar”, especialmente el divorcio. También un estudio sobre “Predictores sociodemográficos de soledad entre adultos en Portugal” coincidía en que el divorcio aumenta la probabilidad de la soledad, aunque no se planteaba si tener hijos podía mejorar la situación. Por extraño que parezca, se pueden leer muchos estudios sobre la soledad sin encontrar referencia alguna a los hijos, una omisión sorprendente que dice mucho de nuestra época.

Sin hijos

La cultura secular se está percatando de ello. En Suecia, un documental de 2015, La teoría sueca del amor, cuestionaba el predominio del ideal de “independencia” en el país. Parece más maldición que dicha cuando hoy la mitad de los suecos viven solos. Como señalaba un reportaje:

Un hombre se encuentra solo en su piso. Lleva muerto allí tres semanas: no se dan cuenta de su desaparición hasta que aparece un olor nauseabundo en los pasillos de la comunidad. Cuando las autoridades suecas estudian el caso, descubren que el difunto no tenía familiares cercanos ni amigos. Con toda probabilidad, llevaba años viviendo solo, y pasaba horas sentado sin compañía frente al televisor u ordenador. Después de un tiempo, se llega a saber que tenía una hermana, pero no pueden localizarla… Resulta que tenía mucho dinero en el banco. Pero ¿de qué sirve eso si no se tiene a nadie con quien compartir?

Y ocurre lo mismo en Alemania. En un artículo publicado en Der Spiegel, titulado “Solos a millones: Una crisis de aislamiento amenaza a los ancianos alemanes”, el Centro de Gerontología de ese país informa:

Más del 20% de los alemanes mayores de 70 años están en relación habitual con una sola persona o con ninguna. Uno de cada cuatro recibe visitas de amigos o conocidos menos de una vez al mes, y casi uno de cada diez, nunca. Muchas personas mayores no tienen a nadie que se dirija a ellos por su nombre de pila o les pregunte cómo están.

Tal pobreza humana es la que abunda en las sociedades inundadas de riqueza material. Tampoco supieron prever esto quienes en 1968 argumentaban a favor o en contra de la Humanae vitae. Sin embargo, lo que indudablemente vincula estas trágicas situaciones es la revolución sexual, que por la década de los setenta iba a todo gas en los países occidentales, aumentando las tasas de divorcio, reduciendo los índices de nupcialidad y vaciando cunas. No hace falta ser demógrafo para relacionar estos fenómenos; nos basta la realidad que está ante nuestros ojos. Como resumió agudamente una víctima en Der Spiegel:

Aparte de los pájaros, ya casi nadie visita a esta anciana. Erna J. tiene el pelo blanco y un aparato ortopédico negro en sus piernas; como muchas personas de su edad, está sufriendo una soledad extrema. Nació poco después de la II Guerra Mundial y se mudó a este apartamento hace cincuenta años. Diez años después, murió su marido. Ha sobrevivido a sus hermanos y cuñadas. Su marido no quería tener hijos: “Debería haberle insistido” –dice esta excocinera–. Si lo hubiera hecho, tal vez hoy no estaría tan sola”.

Iglesias en decadencia

Otra realidad sobre la que reflexionar es histórica, y merece la pena recordarla ahora que en algunos ámbitos aún arde una llama de esperanza en que la Iglesia católica cesará en su intransigente insistencia sobre los puntos supuestamente retrógrados de su doctrina. Las Iglesias que se han acomodado a la revolución sexual se han derrumbado desde dentro. Así lo señalaba un titular en The Guardian en 2016, en vísperas de la celebración de una polémica Conferencia de Lambeth, en la que los anglicanos de África se mostraron en contra, una vez más, de cambiar la doctrina moral: “El cisma anglicano sobre la sexualidad marca el fin de una Iglesia global”.

Todo el mundo se habría sorprendido si en 1930 se hubiese dicho que la batalla doctrinal sobre el sexo iba a fracturar la comunión anglicana; que las diferentes facciones del anglicanismo se embarcarían en una batalla legal, además de doctrinal, sobre iglesias y jurisdicciones; que la separación entre Norte y Sur, episcopalianos y anglicanos, África y Europa, causaría divisiones y subdivisiones a escala mundial, además de dolor y tristeza.

En 1998, John Shelby Spong, obispo de Newark (Nueva Jersey), uno de los líderes de la Iglesia episcopaliana que instó a abrazar la revolución sexual, publicó un ensayo titulado Why Christianity Must Change or Die, en el que insistía aún más en el desmantelamiento de la tradición. El cristianismo al que él se refería en efecto cambió, como él y otros deseaban. Pero ahora esa versión “modernizada” por la que lucharon está agonizando. Según David Goodhew, editor de Growth and Decline in the Anglican Communion: 1980 to Present (2016), las investigaciones de Jeremy Bonner sobre la Iglesia episcopaliana muestran lo siguiente:

En torno al año 2000 se produjo un importante declive… la asistencia al culto dominical disminuyó casi un tercio entre 2000 y 2015… El índice de bautismos se ha reducido casi a la mitad en treinta años… Pero los datos más dramáticos son los relativos al matrimonio… En 2015, el número de matrimonios celebrados en la Iglesia episcopaliana fue menos de la cuarta parte que en 1980.

Estos tristes hechos de historia religiosa hablan por sí solos a favor de la visión profética de Pablo VI. Precisamente por hacer justo lo que quienes criticaban la Humanae vitae querían que hiciese la Iglesia católica, es decir, admitir excepciones a las normas que la gente encuentra difíciles, el anglicanismo se ha precipitado al desastre. Cualquiera que exija hoy que Roma se encamine por la misma senda que se tomó en Lambeth, debería primero explicar por qué el futuro del catolicismo iba a ser diferente. Como ha advertido David Goodhew en un artículo publicado en Internet con el título Facing Episcopal Church Decline: “Si creemos que la fe cristiana es la buena nueva, deberíamos procurar su expansión y preocuparnos por su retroceso”.

La encíclica incombustible

Los manuscritos no arden”. En El maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgákov, una gran obra de la literatura del siglo XX, un autor desesperado que vive bajo la opresión soviética trata de quemar su propia obra inédita, solo para darse cuenta, ya en el desenlace redentor, de que es imposible. Bulgákov supo ver con el alma lo que nunca presenciarían sus ojos. Su mismo libro, demasiado peligroso para publicarlo bajo el comunismo, no aparecería hasta casi treinta años después de la muerte del novelista, acaecida en 1940, para convertirse en un fenómeno literario mundial, como sigue siendo hasta el día de hoy.

Los manuscritos no arden” se convirtió en un inmortal grito de guerra para defender la naturaleza indomable de la verdad. La verdad, artística o no, puede que sea indeseable, inconveniente, molesta, ridiculizada en los ambientes de buen tono, o aun hostigada, reprimida, forzada a la clandestinidad. Pero eso no la hace nada distinto de lo que es: la verdad.

En estos momentos de vigilia, dentro y fuera de la Iglesia, una comunidad mundial reconoce la verdad de la Humanae vitae y las enseñanzas relacionadas, por impopulares o duras que sean. Son los más recientes de una sucesión de peregrinos que se prolonga dos mil años hacia atrás. Se han sacrificado, y siguen sacrificándose, para permanecer donde están, e incluso han renunciado a la buena fama en un mundo que se burla de ellos.

Estos católicos –de cuna, conversos o reconvertidos–, compañeros de viaje no católicos, clérigos y laicos, cuentan con el consuelo de una última realidad, quizá la más importante de todas. En medio de las ansiedades del momento, por grandes que sean las dificultades o extendidas que estén, las pruebas empíricas que no paran de acumularse siguen dando la razón a la encíclica de Pablo VI. La Humanae vitae no arde.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Aceprensa, www.aceprensa.com.