Una izquierda contra el globalismo

Fernando Paz | Sección: Política, Sociedad

Aunque en el tablero de la política juegan un papel de simetría que les hace aparecer como opuestos, lo cierto es que, en las últimas décadas, la izquierda ha venido fraguando la infraestructura moral que sustenta el diseño mundialista de los grandes intereses plutocráticos.

Detrás de cada slogan, de cada consigna, de cada movilización, se agazapan los intereses transnacionales: los temas del racismo y de la liberación femenina han servido, funcionalmente, para nutrir los ejércitos de reserva que hacen posible el imperio del mundialismo globalista.

Por eso, implícitamente al principio, y con absoluto descaro después, en Occidente la izquierda ha abandonado al asalariado para pasarse a la defensa de los inmigrantes y de los grupos sexualizados.

No es casualidad que la derecha gobernante en toda Europa haya asumido entusiástica las políticas de inmigración y la sexualización de las políticas sociales, incluso frente a quienes en origen constituían su base social, lo que ha conducido a algunos pensadores de izquierdas a reaccionar ante este hecho y reparar en quiénes son los beneficiarios de estas políticas.

Y han comenzado a cuestionar el papanatismo globalista de la izquierda convertida en coartada de los grandes intereses.

Las mejores cabezas de la izquierda, hartas quizá de jugar el papel de enfant terrible amaestrado, parecen percibir los cambios reales que están teniendo lugar. Porque, contra lo supuesto, la izquierda jamás llega a tiempo de reconocer una crisis, y siempre les madruga alguien más avispado y, sobre todo, menos dogmático.

Como agitado por esta posibilidad, el sociólogo radical James Petras ha defendido el programa de Marine Le Pen, detectando y celebrando los hallazgos de su mensaje social frente a los intereses de la oligarquía mundialista de Bruselas que ha colocado a Macron en el Elíseo.

Mientras, el enfurruñado Slavoj Zizek mantiene que las causas de “liberación sexual” perjudican las verdaderas luchas de la izquierda, en línea con su idea de que “la autoridad social no nos dirige como sujetos que deben cumplir con sus deberes y sacrificarse”, sino que el discurso dominante hoy nos hace “sujetos de los placeres”, lo que abre una vía muy interesante hacia una reflexión ulterior sobre el papel del hedonismo en nuestras sociedades, relacionado con la ausencia de restricción como característica específica del capitalismo.

Quizá piensa en esto cuando afirma que “en el sistema toda ideología funciona como un contenedor vacío abierto a todos los significados”; que le hace concluir con que salirse de la ideología dominante es una experiencia dolorosa.

Resulta particularmente interesante el que proponga un cambio en las relaciones económicas internacionales para evitar la problemática de los refugiados. Porque considera que la de los refugiados es una problemática, no una “oportunidad” (ni tampoco un destino).

A Zizek le indigna la asunción del multiculturalismo por parte de la izquierda, algo que considera una trampa, por cuanto el multiculturalismo comienza por aceptar la despolitización de la economía. Y es esa temática la que le hace sospechoso.

Es el mismo caso – corregido y aumentado – de Goram Adamson, el radical sueco que, enfrentado a la inmigración masiva que vive su país (y el continente en su conjunto) denuncia la locura imperante. El multiculturalismo, asegura con rara presciencia izquierdista, “es un invento progre-neoliberal-derechista”, lo que relaciona con la labor de las oenegés, a las que considera culpables de buena parte de lo que está sucediendo.

Sociólogo y profesor en Londres, señala que su país, en lugar del paraíso multiétnico prometido, se está convirtiendo en un polvorín multicultural que genera gettos y discriminación sexual, maginalidad, violencia colectiva e interétnica. Fenómenos todos ellos que alimentan el fundamentalismo islámico.

Adamson critica particularmente el racismo “anti-racista” que concede a los inmigrantes mayores derechos que las poblaciones de acogida, considerando que “ser anti-racista es el buque insignia de la diversidad, pero de hecho, el multiculturalismo contiene numerosas cuaidades intolerantes que bordean el racismo, como la exotificación el grupo étnico y el delgado velo que existe entre etnicidad y nacionalismo”.

Para Adamson resulta obvio que detrás del impulso a las políticas migratorias se encuentran grandes intereses globalistas, y por eso, “la ideología de la diversidad que ha formado la orientación política de la generaciones más jóvenes tiene numerosas similitudes con el conservadurismo social y con el neoliberalismo”. El descontrol migratorio ha sido propiciado por los gobiernos derechistas de Gran Bretaña, Alemania, Bélgica o Francia y, en el caso español, por el de José María Aznar. Por no mencionar que el decisivo impulso a la emigración proviene de los Estados Unidos pre-Trump, Israel y George Soros.

La sociedad multicultural, tal y como está planteada – prosigue Adamson -, es todo lo contrario de una sociedad progresista: en realidad está dando cobijo a algunas de las ideas más reaccionarias, sexistas y contrarias a todo debate intelectual que quepa imaginar. Para Adamson, la izquierda multicultural es lo contrario de la izquierda clásica, con sus ideales de progreso, ciencia, secularización y debate de ideas. Representa un rechazo del nacionalismo a costa de afirmar una mísitica de lo étnico que rebasa con mucho el conservadurismo de quienes se oponen a la multiculturalidad.

El rechazo de la Ilustración por el multiculturalismo lleva a Adamson a suponer que los multiculturalistas y los derechistas identitarios comparten el mismo principio de buscar una suerte de trascendencia comunitarista, sin percibir la esencial naturaleza posmoderna y, pues, atomizada del multiculturalismo.

En realidad, parece que Adamson se resiste a llegar a la conclusión lógica, para no caer en un inconfesable identitarismo. La reivindicación individualista de raigambre ilustrada en la que se empeña es algo que pertenece al pasado, y el combate hoy es otro. Aunque trata de no mirar, resulta inevitable reparar en que la única oposición a ese globalismo multiculturalista que buscanimponer las élites económicas mundialistas radica, justamente, en la defensa de la identidad; podrá no gustarle, pero no hay otra bandera.

Con todo, consuela saber que, al menos, hay quien hace la crítica correcta, y que no todo en la izquierda es aquiescencia ante los amos del mundo.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Gaceta, https://gaceta.es