¿Quién las ayudará?

Gonzalo Rojas S. | Sección: Educación, Política, Sociedad

¿Cómo se sienten algunos profesores de la Facultad de Derecho de la P. Universidad Católica de Chile? ¿Cómo me siento yo, en concreto?

Son preguntas que me han hecho muchas personas desde que unos días atrás más de 120 alumnas de la Facultad acusaran a su profesorado de proferir expresiones denigrantes, algo que a su juicio “ocurre y que seguirá ocurriendo dentro de Derecho UC todos los días,” lo que las llevará, afirman, a luchar para “detener la violencia que se perpetúa a través de la educación, tanto dentro como fuera de nuestra Facultad”.

Vamos por parte. Razonemos.

Las expresiones que las  alumnas consignan, cuatro, son ciertamente groseras y dañan la dignidad humana. Dudo que haya quien quiera justificarlas. Incluso quienes las han repetido o inventado -algunas son antiquísimas- seguramente están arrepentidos de haberlo hecho.

Pero como la acusación de las alumnas no individualiza ni precisa nombres o situaciones  -sólo usa en una oportunidad la expresión “ciertos profesores”- la impresión que dejan en el lector es que los 226 profesores hombres de esta Facultad son, somos, todos parte de una realidad “brutal e indignante”. Difícilmente se puede difundir una injusticia mayor, al haber hecho una acusación al voleo, sin  especificaciones, sin matiz alguno.

Voy a cumplir 43 años de contrato en esta Facultad, dentro de 5 semanas. En este lapso he recibido personalmente 4 denuncias respecto de otros profesores: tres de mujeres y una de un hombre. Este último se quejaba de comentarios contra la homosexualidad, mientras que ellas vinieron a verme, respectivamente, por una frase denigratoria del cuerpo femenino, por un acoso durante una fiesta y por una incitación en clase a la masturbación, proveniente de un profesor del Instituto de Historia, quien enseñaba una asignatura de esa unidad académica en nuestra Facultad. Derivé las cuatro denuncias al Decano respectivo y me consta que el osado historiador jamás volvió a enseñar acá, tal y como me lo anunció el Decano que sucedería. Del resultado del resto de las denuncias no tuve conocimiento.

A eso se suma que el Rector de la Universidad informa que hay 6 denuncias en curso contra profesores de la Facultad y que la Secretaria Académica me comunica que son 17 los profesores cuyos casos están siendo estudiados en el Comité de ética interno, sin que me pueda especificar, por obvias razones de confidencialidad, cuántas de esas denuncias se refieren a materias de mal comportamiento con mujeres y cuántas se refieren a otros asuntos académicos, ni tampoco cuántas de ellas han sido planteadas por algunas de las firmantes de la declaración. Me consta, además, que por sus faltas, un profesor ha sido sancionado con dos años de suspensión de enseñanza en pregrado.

Entonces, ¿en qué condición quedamos los restantes 200 profesores hombres de la Facultad que, dentro de nuestra natural debilidad y limitaciones humanas, hemos procurado servir a nuestros alumnos y alumnas con rectitud, constancia y excelencia?

Ante la sociedad chilena, en virtud de la declaración de las estudiantes, como una casta de violentistas que dejan en la inseguridad y no valoran a sus alumnas. Justamente por eso, muchos de nosotros habríamos esperado que tanto la rectoría como el decanato actual dejaran en claro cuál ha asido el comportamiento abnegado y ejemplar de gran parte de los profesores de la Facultad de Derecho, pero nuestro dolor se ha acentuado al ver que en sus respectivas declaraciones nada de eso  -hasta ahora-  se ha dicho. Estamos a la espera.

Por otra parte, las manifestaciones de este miércoles 16 nos han causado un nuevo dolor. En medio de apelaciones a una femineidad efectivamente herida, algunas manifestantes ofendieron gravemente la dignidad de la Universidad, de sus compañeros y compañeras, de sus profesores. No es ése el camino que pueda cambiar la cosas para mejor. Tampoco bastarán los protocolos y los sumarios. Lo que hará falta, una vez más, será el despliegue esforzado de las virtudes.

Pero entonces se abre una duda enorme: ¿Si los profesores no podemos ayudar a nuestros alumnos a mejorar, porque se nos descalifica, ¿quién lo hará?