Prat: la nacionalidad frente al neomarxismo

Joaquín Muñoz | Sección: Educación, Historia, Política, Sociedad

Cada día resulta más difícil hablar de ciertos temas, la razón: el sinnúmero de ideologías deshumanizadoras que debilitan el sentido trascendente del ser humano.  Sin duda, este 21 de Mayo será otro ejemplo de ello; treinta años atrás, los medios de comunicación masiva dedicaban a la gesta heroica de esta fecha sendos artículos y reportajes, en cambio, hoy, menos de lo justo y necesario.  Si alguien cree que se debe a que la cuenta anual de S. E. el Presidente de República ocupa un lugar de privilegio, está completamente equivocado porque una cosa no impide la otra.  Me atrevo a decir que este año será exactamente igual, pese a que la cuenta anual se haya trasladado a otra fecha.

El motivo de esta grave situación es fácil de encontrar, pero decirlo, políticamente incorrecto.  No se trata de un agotamiento natural dado por el tiempo, sino de uno impulsado racional y deliberadamente.  En una sociedad con un discurso tolerante, lo más común es la intolerancia, pero qué es lo que no se tolera: todo cuanto ha dado sustento a la sociedad que debe “ponerse al día” en sus prácticas, según sostiene el progresismo reinante y bullicioso.  El derecho a la libre expresión pasa a ser intocable, pero sólo para algunos.  Desgraciadamente, las buenas prácticas están indefensas porque son eso, buenas prácticas, no son rivales para las pequeñeces de quienes las atacan.  ¿Cómo podría defenderse la figura del capitán Prat frente a un termocéfalo que lanza un tarro de pintura a uno de sus numerosos y merecidos monumentos?  Sólo con la limpieza que harían de éste los partidarios del heroico capitán.  La Ley ha demostrado reiteradamente ser incompetente para frenar estas malas prácticas, por ser, precisamente una “Ley inspirada en el dogma moderno de la tolerancia”.

Si los ataques a Prat y a todo lo que él representa fueran una moda de niñitos inmaduros o algo parecido, sólo se trataría de una insolencia mayúscula, solucionable con algún castigo ejemplar, p. e., los fines de semana sin auto o trabajar en las vacaciones, pero no es así.  Se trata de debilitar el espíritu de nacionalidad.  Sí, de esto se trata, y son muchos nuestros  personajes víctimas de esta campaña.

Por tratarse del ya olvidado “Mes del Mar”, el foco de este artículo es nuestro héroe naval, pero son incontables las víctimas de la propaganda deshumanizadora.

Una vez fracasada la ortodoxia marxista, tuvo que aparecer Gramsci para crear el neomarxismo.  Como, gracias a la economía liberal, los trabajadores podían llegar ser empresarios, o sea, burgueses detestables, empezó a debilitarse la lucha de clases como dogma para alcanzar el poder total.  La religión puede ser abandonada o cambiada por quien la profesa, lo mismo sucede con cualquier forma de espiritualidad, además, a veces unen y otras, separan, es decir, una buena propaganda -Gramsci sabe hacerla- puede destruir estos baluartes antimaterialistas.  La familia depende de sus valores, los que pueden ser manipulados por la propaganda de los activistas primeramente y, luego, del régimen totalitario -basta recordar cómo Mao Zedong logró que los jóvenes llevaran a sus padres a la muerte-.  ¿Qué va quedando entonces que pueda unir a los integrantes de una sociedad en torno a bienes materiales e inmateriales de manera tal de poder enfrentar con éxito al neomarxismo?  La nacionalidad, por ello, el ataque constante a las figuras históricas que la fortalecen.  No importa cómo sea tal figura: civil o uniformado, de tiempos de paz o de guerra, del mundo intelectual o popular, etc. También caen en esta situación los símbolos patrios y las tradiciones en general.

Nadie puede dudar que nos une Chile, así lo constatamos cuando juega nuestra selección de fútbol o de otra disciplina o cuando, estando en el extranjero, nos emocionamos con sólo ver un producto con la frase “made in Chile” y qué hablar si nos topamos con nuestro pabellón. Cabe mencionar que a veces se trata de mero chauvinismo, pero algo es algo.  Lo importante es que existe el sentimiento de unidad provocado por la identificación con una entidad superior.

La historia nos muestra que los pueblos, o sea, las personas formando un colectivo, se inmolan por su tierra y su sangre.  Dicho de una manera menos poética, por el territorio que ocupan -su espacio vital- y por quienes ven como iguales gracias a sus ancestros comunes y su identidad cultural común, acá entran la religión, las tradiciones, todas las expresiones artísticas, la historia, la organización política, entre otras.  No se inmolan por una clase social, salvo bajo engaño; ya no por una religión, mucho antes del marxismo, sí; por una familia, sí, la de cada cual.  Sin embargo, en conjunto, sí lo hacen por su patria.  De qué se trata esto, de algo simple: de las raíces, de la pertenencia, de una identidad.  El materialismo choca así estrepitosamente con un muro de valores trascendentes que aglutinan a personas muy distintas en lo individual, pero muy similares en lo colectivo, mas no un “colectivo” a la manera marxista, uno que niega la espiritualidad y la libertad y que propone un “ser humano deshumanizado”.

La patria es el colectivo conformado por personas que heredan un pasado, lo enriquecen y lo proyectan.

A lo antes dicho se deben las campañas de asesinato de imagen del heroico capitán Arturo Prat y de otros patriotas.  Ellos mantienen viva la idea de patria y, con ello, instan a que surjan sus sucesores, nos unamos en torno a principios y causas nobles y mantengamos la creencia en los valores trascendentes.

La grandeza de Prat ha sido tal que aún no podemos dimensionarla.  Pese a todas las aberraciones sostenidas por sus detractores, se le reconoce a nivel mundial:  el año 1985 en la Isla de Tajimo, la Academia Naval del Japón rindió tributo a quienes consideraba los 3 héroes máximos en la historia naval mundial: el almirante inglés Nelson (héroe de Trafalgar), el almirante japonés Togo (héroe de Tsushima) y, junto a ellos, nuestro capitán Prat.  Todo sabemos que dos países de gran tradicional naval, tal vez los más icónicos, son Japón e Inglaterra.

Estamos en una ocasión ideal para preguntarnos por qué un hombre, en la plenitud de su vida y con un futuro promisorio, prefirió morir por una causa superior y no vivir cómodamente.  Pudo haber huido; todo el mundo lo habría comprendido por la gran superioridad de su adversario.  Lo podemos entender gracias a nuestro sentido de trascendencia, algo que los seguidores de Marx y Gramsci jamás van a tener y que odian porque saben que no lo pueden vencer.