Señales de nuestro tiempo

Monseñor Fulton Sheen | Sección: Religión, Sociedad

¡Dios los ama!  Quiero que estas sean mis primeras palabras para saludarlos, así como serán las palabras que utilizaré para concluir cada uno de mis programas. «Dios los ama» significa Dios es amor; Dios los ama; y ustedes deberían devolverle ese amor.

¿Por qué son tan pocos los que se dan cuenta de lo serio de nuestra crisis actual? En parte porque los hombres no quieren creer que sus tiempos son malvados, en parte también porque involucra demasiada auto-acusación y principalmente porque no tienen estándares que estén por fuera de ellos mismos para medir sus tiempos. Solo aquellos que viven por la fe saben en verdad lo que está pasando en el mundo. Bien podría Nuestro Salvador decirnos lo que dijo a los Saduceos y Fariseos en Su tiempo: “Al atardecer ustedes dicen: habrá buen tiempo porque el cielo está rojo. Y en la mañana: Hoy habrá tormenta porque el cielo está rojo y tiene nubes. Saben entonces discernir el tiempo por el cielo, ¿y no pueden discernir los signos de los tiempos?”.

¿Conocemos las señales de nuestros tiempos? Ellas nos muestran dos verdades ineludibles. La primera, que hemos llegado al final del capítulo del post-renacimiento de la historia que hizo del hombre la medida de todo. Los tres dogmas básicos del mundo moderno se están disolviendo ante nuestros propios ojos. Primero, somos ahora testigos del fin del hombre económico, o la presunción de que el hombre, como animal altamente desarrollado no tiene otra función en la vida sino la de producir y acumular riqueza, y luego, cual ganado en los pastizales, llenarse con edad avanzada y morir. Segundo, estamos siendo testigos del fin de la idea de la bondad natural del hombre, que no hay necesidad de que Dios le dé derechos, ni tampoco de un Redentor que lo salve de culpa y pecado porque el progreso es automático gracias a la ciencia, la educación y la evolución, las que llevarán al hombre a ser una especia de dios.

Estamos siendo testigos también del fin del racionalismo, o de la idea de que el propósito del hombre no es descubrir el sentido o el objetivo de la vida, es decir, la salvación del alma, sino el diseñar avances tecnológicos que hagan de esta tierra una ciudad del hombre que desplace a la ciudad de Dios. Puede muy bien ser que el liberalismo histórico de nuestras generaciones modernas sea solo una era de transición en la historia entre una civilización que alguna vez fue cristiana y otra que definitivamente será anti-cristiana.

La segunda grande verdad que los signos de los tiempos auguran es que estamos definitivamente al final de una era no religiosa de civilización, y por esto quiero decir una en la que la religión considerada como un apéndice para la vida, algo pío extra, una construcción moral para el individuo pero sin relevancia social y en la que Dios es un compañero silencioso cuyo nombre es utilizado por una empresa para tener un grado de respetabilidad pero Quien no tiene nada que decir de la manera como los negocios se llevan a cabo.

La nueva era en la que estamos ingresando podría llamarse la fase religiosa de la historia humana. No me malentiendan; por “religiosa” no quiero decir que los hombres se volverán hacia Dios, sino más bien la indiferencia hacia lo absoluto que caracterizó la fase liberal de la civilización que será sucedida por una pasión por lo absoluto. De aquí en adelante la lucha no será por colonias ni por los derechos de las naciones sino por las almas de los hombres. Las filas del frente de batalla están claramente siendo dibujadas, los problemas básicos no serán más puestos en duda. De aquí en adelante los hombres se dividirán a sí mismos entre dos religiones que se entienden de nuevo como rendición hacia un absoluto. El conflicto del futuro es entre un absoluto que es el Dios-Hombre y un absoluto que es el hombre-dios; entre Dios que se volvió hombre y el hombre que se hace a sí mismo dios; entre los hermanos en Cristo y los camaradas en el anti-Cristo.

Pero el anti-Cristo no será llamado así, de lo contrario no tendría seguidores. No llevará ropa roja, ni vomitará azufre, tampoco llevará una lanza ni meneará una cola como el Mefistófeles en Fausto. En ninguna parte de la Sagrada Escritura encontramos evidencia de este mito popular del demonio como un tipo de bufón que se viste como aquel primer “rojo”. Más bien, se le describe como un ángel caído, como el “Príncipe de este mundo” que se dedica a decirnos que no hay otro mundo. Su lógica es simple: si no hay cielo no hay infierno; si no hay infierno no hay pecado; si no hay pecado no hay juez, y si no hay juicio, entonces el mal es bien y el bien es mal. Pero sobre todas estas descripciones Nuestro Señor nos dice que será muy parecido a Él, tanto que engañará incluso a los elegidos, y ciertamente ningún demonio que hayamos visto alguna vez en los libros puede engañar a los elegidos.

¿Cómo vendrá él a esta nueva era a ganar elegidos para su religión? Aparecerá disfrazado como el Gran Humanitario; hablará de paz, de prosperidad y de la abundancia, no como medios para llevarnos a Dios, sino como el fin en sí.  Escribirá libros sobre una nueva idea de Dios que se ajuste a la manera como las personas viven. Inducirá a la fe en la astrología de modo que no sea la voluntad sino las estrellas responsables de nuestros pecados. Le dará una explicación psicológica a la culpa diciendo que es sexo reprimido. Hará que los hombres se encojan avergonzados si es que los demás les dicen que no son de “mente abierta” ni liberales. Identificará la tolerancia con la indiferencia ante lo bueno y lo malo. Fomentará los divorcios bajo el disfraz de que es vital tener a otro compañero. Incrementará el amor por el amor y disminuirá el amor por la persona. Invocará la religión para destruir la religión. Hablará incluso de Cristo y dirá que Él fue el hombre más grande que alguna vez vivió. Dirá que su misión será la de liberar al hombre de la servidumbre de la superstición y del fascismo, al cual nunca definirá.

Pero en medio de todo este supuesto amor por la humanidad y esa elocuencia sobre la libertad y la igualdad, tendrá un gran secreto que a nadie dirá; él no creerá en Dios. Debido a que su religión será de hermandad sin la paternidad de Dios, engañará incluso a los elegidos. Creará una contra-Iglesia que será imitación de la Iglesia, porque, él —el demonio— es imitación de Dios. Ésta será el cuerpo místico del anti-Cristo que en toda su forma exterior se parecerá a la Iglesia, el cuerpo místico de Cristo. En su desesperada necesidad por Dios, inducirá al hombre moderno a una soledad y frustración que le alimentará un hambre cada vez mayor por pertenecer a su comunidad que le dará al hombre un propósito mayor sin ningún tipo de necesidad de corregirse ni de admitir su culpa personal. Serán estos días a los que se le dará al demonio un lazo particularmente largo. Será la hora del demonio en que el Pastor será golpeado y las ovejas dispersadas. ¿Ha hecho la Iglesia preparativos para esta noche oscura en el decreto del Santo Padre indicando las condiciones en las que ahora se pueda realizar un Conclave fuera de la ciudad de Roma?

Los hombres que conocen de historia han visto estos días oscuros acercarse.  En 1842 —hace 105 años— (nota: este discurso es de 1942), Heine el poeta alemán escribió: «El comunismo, aunque ahora se discuta de él poco y ande merodeando en áticos secretos sobre tarimas de paja, será el héroe oscuro destinado para un gran rol temporal en la tragedia moderna mientras tiempos sombríos rugen sobre nosotros, y el profeta que desee escribir un nuevo apocalipsis tendría que inventar bestias completamente nuevas, bestias tan terribles que los viejos animales de san Juan parecerían en comparación gentiles palomas y cupidos. Los dioses se cubren su rostro de pena por los hijos de los hombres y sus penas duraderas. Los olores futuros huelen a cueros rusos, sangre, maldad y muchos azotes. Debería recomendar a nuestros nietos que nazcan con piel muy gruesa en sus espaldas.”  Eso fue en 1842.

Estemos pues bien advertidos. Por primera vez en la historia, nuestra era ha sido testigo de la persecución del Antiguo Testamento por los nazis y de la persecución del Nuevo Testamento por los comunistas. Cualquiera que tenga que ver con Dios es odiado hoy, sin importar si su vocación fuera anunciar a su Divino Hijo, Jesucristo, como los judíos, o seguirlo, como los cristianos. Debido a que los signos de nuestros tiempos apuntan a una lucha entre absolutos debemos esperar que el futuro sea un tiempo de prueba por dos razones. Primero, para detener la desintegración. La impiedad continuaría una y otra vez de no ser por las catástrofes. Lo que la muerte es para un individuo, la catástrofe lo es para una civilización malvada. La interrupción de la vida y la civilización es la interrupción de la impiedad. ¿Por qué razón Dios puso un ángel con una espada ardiente a la entrada del Paraíso después de la caída sino para evitar que nuestros primeros padres entraran y comieran de nuevo del árbol de la vida? Si lo hubiesen hecho, hubieran inmortalizado su culpa, y Dios no permitirá que la iniquidad sea eterna. Él permite que la revolución, la desintegración y el caos, vengan como recuerdo de que nuestro pensamiento ha estado equivocado, que nuestros sueños no han sido santos. La verdad moral es vindicada por la ruina que sigue cuando es repudiada. El caos de nuestros tiempos es el argumento negativo más fuerte que se haya podido hacer (anticipar, adelantar) para la Cristiandad. La catástrofe revela que el mal se auto derrota y que no nos podemos alejar de Dios, como lo hemos hecho, sin herirnos a nosotros mismos.

La segunda razón por la cual la crisis debe venir es para prevenir una falsa identificación de la Iglesia con el mundo. Nuestro Señor quería que aquellos que fuesen sus seguidores fueran diferentes de aquellos que no lo son. Pero esta línea de demarcación se ha difuminado. En vez de un blanco o negro, solo hay una línea difusa. La mediocridad y la falta de compromiso caracterizan la vida de muchos cristianos. Leen las mismas novelas que los paganos modernos, educan a sus hijos de la misma manera impía, escuchan a los mismos comentaristas quienes no tienen otro estándar más que el de juzgar el hoy por el ayer, y el mañana por el hoy, permiten prácticas paganas que se van instaurando en la vida familiar, tales como el divorcio y el volverse a casar; hay deficientes líderes sindicales que se hacen llamar católicos  que recomiendan a comunistas para el congreso, o escritores católicos que aceptan liderar medios comunistas que promueven ideas totalitarias en películas. Ya no existe el conflicto ni oposición que nos debe caracterizar. Influenciamos al mundo menos de lo que el mundo nos influencia. No hay un apartarse. Nosotros, los que fuimos enviados a establecer un centro de salud hemos sido contagiados, y por lo tanto hemos perdido la capacidad de sanar. Y, debido a que el oro ha sido mezclado con una aleación, la totalidad de nosotros debe ser arrojada al horno para que las impurezas sean eliminadas. El valor de la prueba reside en que nos separará. La malvada catástrofe vendrá para rechazarnos, menospreciarnos, odiarnos, perseguirnos, y luego habremos de definir nuestra lealtad, afirmar nuestra fidelidad y decidir en qué lado nos quedamos. Nuestra cantidad seguramente disminuirá, pero nuestra calidad aumentará. No tememos por la Iglesia, sino por el mundo. Nos estremecemos, no porque Dios vaya a perder su trono, sino porque la barbarie llegue a reinar.

Finalmente, tres sugerencias prácticas para los cristianos cuando se den cuenta que un momento de crisis no es un momento de desesperación sino de oportunidad. Hemos nacido en la crisis, en la derrota, en la crucifixión. Y, una vez reconocemos que estamos bajo la ira divina, somos elegidos para la divina misericordia. La disciplina de Dios crea esperanza. El ladrón de la derecha se convirtió en la Crucifixión. Y Segundo, los católicos deben armarse de fe, colgar un crucifijo en su casa, recordar que tienen una cruz que cargar; reunirse cada noche a recitar el Rosario, ir a misa diaria, hacer la hora santa cada día en presencia del Santísimo y particularmente en las parroquias donde los pastores son conscientes de la necesidad del mundo y llevan a cabo servicios de reparación. Y, finalmente, judíos, protestantes, católicos, americanos, todos nosotros, debemos darnos cuenta que el mundo convoca a heroicos esfuerzos hacia la espiritualización. No es unidad religiosa lo que buscamos porque eso es imposible sin arriesgar la unidad de la Verdad, sino una unidad de las personas religiosas, en la cual cada uno marcha de manera separada de acuerdo a la luz de su consciencia, pero que atacan juntos por el mejoramiento moral del mundo. Las fuerzas del mal están unidas; las fuerzas del bien están divididas. Puede que no podamos unirnos en el mismo banco (asiento) —ojalá lo hiciéramos— pero podemos arrodillarnos juntos. Pueden estar seguros de que no hay compromisos sórdidos ni interés en aprovecharse de ustedes. Aquellos con fe, es mejor que se mantengan en estado de gracia y aquellos que no tienen ni la una ni la otra, es mejor que busquen lo que esto significa, porque en el tiempo que se acerca solo habrá una forma de dejar que las rodillas tiemblen y es usarlas para arrodillarse y rezar.

Recen a Miguel, Miguel el Príncipe de la mañana, quien venció a Lucifer quien se hizo a sí mismo como Dios. Cuando el mundo una vez se agrietó por el arrebato de desdén en el cielo, fue él quien se levantó y derribó de los siete cielos al orgullo que se atrevió a mirar con desprecio al Altísimo.

Y oren también a Nuestra Señora, díganle: «Fue a Ti a quien se le dio el poder de aplastar la cabeza de la serpiente que mintió a los hombres diciéndoles que serían como dioses. Tú, la que encontraste a Cristo cuando estuvo perdido por tres días, encuéntralo de nuevo para este mundo que lo ha perdido. Dale la mayor incontinencia verbal para reprender al mundo. Y así como la Palabra se formó en tu vientre, fórmala en nuestros corazones. Señora del cielo azul, en estos días oscuros enciende nuestras lámparas. Danos de nuevo la Luz del mundo y que una Luz brille incluso en estos días de oscuridad”

¡Dios los ama!

Nota: Monseñor Fulton Sheen (1895-1979) fue Obispo de Rochester (New York, USA) y Arzobispo de Newport (Gales) y declarado Venerable por Benedicto XVI en 2012. Este discurso fue emitido radialmente en 1947.Este artículo fue traducido generosamente por Gastón Escudero Poblete.