Rearme moral en educación

Raúl Leiva | Sección: Educación, Política

La educación ha producido demasiadas noticias negativas desde hace décadas, una historia oscura de estancamientos y fracasos, y se ha convertido en una especie de agujero negro que absorbe cuanto recurso hay a su alrededor, con raros destellos. Pobres que seguirán siendo pobres, porque no recibieron una educación que les sirviera para algo; y no tan pobres, que también seguirán esperando. Un sistema desencantado, sin espíritu, sin metas, sin aliento vital.

La educación necesita un rearme moral que debe proyectarse en a lo menos tres ámbitos. Primero, mejorar los aprendizajes de los más pobres. No más 40.000 niños que terminan 4° Básico sin saber restar y leyendo a trastabillones, después de haber asistido a 1.120 clases de Matemáticas y un número igual de Lenguaje en cuatro años. No más proyectos fracasados, auspiciados y financiados por el Mineduc, que contabiliza 10 proyectos fallidos a valor de miles de millones de dólares, por cada uno que cumple sus metas. No más expertos que antes de embarcar al país en un nuevo plan, reciten la consabida monserga: «Los resultados de un proyecto en educación tardan unos 30 años en dar resultados«, anticipando que cuando estos se conozcan, ellos no estarán visibles. La educación chilena necesita un rearme moral, con los pobres aprendiendo como si fueran ricos. Rearmar la esperanza con aprendizajes medibles, no con discursos.

El segundo aliento tiene que ver con la falta de valores de la enseñanza actual. Si uno revisa las toneladas de instructivos, planes curriculares, programas y orientaciones emanados del Mineduc, no encuentra en ninguna parte «respeta a tus padres«, tampoco nada de «cumple tus compromisos«, «honra a tu familia» ni «respeta la palabra empeñada«. En la práctica, todo se reduce a enseñar -malamente- algunas asignaturas, aunque los papeles estén llenos de frases rimbombantes. Para el sistema público, salvo excepciones, y para una parte importante de la educación subvencionada que atiende a los más pobres, no se plantea una formación mínima en valores universales como los señalados, donde cada uno reciba lo que corresponda. En algunos, como una enseñanza de virtudes derivadas del concepto del bien y del mal; en otros, como preceptos desprendidos de filosofías racionalistas. Niños, especialmente vulnerables, que se forman bajo un modelo literalmente sin Dios ni ley, muy distinto del que plantearon educadores como José Abelardo Núñez y César Bunster quienes, viniendo de distintas vertientes, estimularon la formación moral y del carácter de millones de niños en su tiempo.

También necesitamos salas de clases que alienten el espíritu emprendedor (concepto más amplio que el de espíritu empresarial). De la pobreza se sale con educación en el intelecto, y con el emprendimiento, como rasgo del carácter, y se necesitan palabras que para el sistema están en desuso sobre la «perseverancia«, «el valor del trabajo«, «el ahorro» y «superar el fracaso«. Una disposición del ánimo para acometer cualquier tarea en la vida, eso es el espíritu emprendedor.

Todo esto es aprendizaje, empezando por los logros académicos, las matemáticas, el lenguaje, las ciencias. ¿El costo monetario? ¿Cuánto cuesta en dinero dejar de hacer las cosas de una manera, para hacerlas de otra, dentro de una misma sala? Muy poco. ¿El tiempo? En todo lo que es medible de inmediato -como los logros académicos-, un proyecto en educación escolar debe dar resultados en tres a cuatro años como máximo, y a los dos años ya se sabe si está fracasando o va a ser exitoso.

Aprendizaje, valores universales, emprendimiento. Un potente aliento para dar un salto adelante. Eso es lo que están anhelando las familias más pobres, y las no tan pobres. Recién ha asumido un gobierno cuyo programa pondrá el énfasis en la sala de clases y en la educación inicial. Allí es donde debe comenzar el rearme moral.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio.