Homo sapiens narcotizados

Mauricio Riesco Valdés | Sección: Familia, Política, Sociedad

En sus dos gobiernos, la Presidenta, señora Michelle Bachelet, nos ha demostrado su tenacidad para alcanzar la “modernización” de algunos cimientos morales que siempre sustentaron y protegieron a nuestra comunidad; teniendo mayoría en el Congreso, las retroexcavadoras han acompañado su trabajo sin cesar. Es cierto que ella ha sido, en parte, continuadora del proceso trágico que en esta materia ha vivido Chile en los últimos años; pero, avezada y perseverante, ella ha imprimido en su mandato la fuerza y velocidad que no traían gobiernos anteriores, de los que recibió la posta. Debemos recordar que ya en mayo del 2004 (gobierno de R. Lagos), se promulgó la ley de divorcio en nuestro país, para “perfeccionar la legislación sobre el matrimonio”, según quedó anotado graciosamente entre los considerandos del proyecto. Por su parte, en junio de 2010 parlamentarios de lo que en Chile se llama “derecha”, patrocinaron un proyecto denominado Acuerdo de Unión Civil, indiscutible antesala del matrimonio homosexual, aunque la ley lo disfraza sutilmente como “el propósito de regular los efectos jurídicos derivados de [la] vida afectiva en común”, ambigüedad que lo dice todo, pero no dice nada. “Será una institución transversal que contribuirá (…) al término de la discriminación de las parejas del mismo sexo”, nos aseguró el gobierno. Éste, se aprobó (ley N°20.830) en abril del 2015, durante la actual Presidencia de la señora Bachelet. Empezaba a quedar más despejado el camino para avanzar con mayor confianza y velocidad en iniciativas legales mucho más atrevidas. Así, el 21 de agosto pasado culminó, “exitosamente” para sus promotores, el empeño verdaderamente esquizofrénico por legalizar los sacrificios humanos en Chile; el tribunal Constitucional dio luz verde a la ley de aborto. «Sin duda, hoy día Chile es un mejor país«, señaló la Jefa de Estado en su discurso de celebración en la Moneda ante 1.500 personas. Eso fue el 14 de septiembre pasado, durante la ceremonia de promulgación de la ley.

Y como no queda tiempo que perder, en estos días concluirá en el Parlamento la tramitación de la ley sobre “Identidad de Género”. Las demandas de la cada vez más influyente comunidad LGBTI, que agrupa a homosexuales, lesbianas, transexuales, bisexuales, intersex, y otras varianzas de lo mismo, consiguieron que parlamentarios de distintas corrientes apoyaran el proyecto de ley para “conseguir un desarrollo sexual saludable”, es decir, para dejar de lado la testaruda biología y que, en su lugar, sea la ley la que reconozca la “sexualidad con la cual una persona se identifica psicológicamente, o con la cual se define a sí misma”. La redacción de esta próxima ley nos garantiza que la sexualidad en Chile, ahora sí, será saludable.   

Asimismo, el 28 de agosto pasado la Presidenta dejó instalado en el Congreso su proyecto denominado eufemísticamente “matrimonio igualitario” que incluye, además, la adopción homoparental. Esta vez se trata de re-definir el concepto de matrimonio para incluir en él a las parejas del mismo sexo. “Lo hacemos cumpliendo nuestra palabra frente a Chile y al mundo, lo hacemos en la certeza que no es justo poner límites al amor”, dijo tiernamente la señora Bachelet, y aseguró que “no puede ser que los prejuicios antiguos sean más fuertes que el amor”. Agregó que la ley es para que “quienes desean compartir su vida lo puedan hacer del modo en que ellos o ellas decidan”. Con esta iniciativa se le dará gusto, además, a algunos que, tristemente extraviados, contribuyen en esta campaña edulcorante para destruir nuestras instituciones. El sacerdote católico, Padre F. Berríos, por ejemplo, declaraba hace algún tiempo, “¿Por qué los homosexuales no pueden casarse? ¡basta ya!” (…) “¿Cuál es el problema del matrimonio homosexual? Los homosexuales son hijos de Dios. Dios los creó homosexuales y lesbianas y Dios está orgulloso que ellos sean eso. El problema está en nosotros, que no lo comprendemos. No en ellos”. (El Informante, TVN, 24 junio 2014).        

Para confundir a la ciudadanía en este proceso obsesivo, se ha estado utilizando sibilinamente un estimulante y eficaz alucinógeno; me refiero al uso de términos rimbombantes y de una estudiada ambigüedad, tales como “dignidad”, “igualdad”, “derechos humanos”, “sociedad más justa e inclusiva”, “no discriminación”, “libertades fundamentales”, y otros del mismo tipo. Éstos han sido parte de los discursos de no pocas autoridades públicas de nuestro país, de ONGs, de entidades afines, y de muchos que sirven como estratégicos colaboradores políticos, entre ellos, parlamentarios autodenominados “cristianos”. El plan era y sigue siendo, desorientar conciencias poco acostumbradas al análisis reflexivo, ese que permite reconocer la paja y separarla del trigo.

En verdad, todo esto está siendo un lastimoso rompecabezas para la gran mayoría de los chilenos. Es que hasta no hace tanto, todos entendíamos que, por una elemental y simple disposición natural, se unía de por vida el hombre y la mujer para procrear y formar una familia, sin eliminar libre y voluntariamente a sus miembros antes de nacer. De igual forma, todos, o casi todos, creíamos que entre nosotros sólo existe el género humano, solo uno, si bien la naturaleza distingue en él dos especies, y sólo dos: el hombre y la mujer, cada cual con sus distintos roles, con sus características propias de lo masculino y de lo femenino, del macho y la hembra. Hoy, sin embargo, el asunto consiste en reconocer tantos “géneros” como cada cual lo sienta; si macho, si hembra, si algo de los dos, si ni lo uno ni lo otro, y la ley permitirá redefinir el sentimiento que se tenga para, según ello, “corregir” lo que corresponda sin importar la realidad biológica o anatómica de cada uno. Todos los patrocinantes de estas leyes saben, sin embargo, que el hombre seguirá siéndolo, al igual que la mujer. Saben que el que se “siente” lo que no puede ser, seguirá siéndolo, aunque la cirugía lo intente revertir. Saben que es inútil ir contra natura, porque ni mediante leyes inicuas que legalicen la corrupción, el “laissez faire”, el relativismo, podrán doblarle la mano a la naturaleza.

No obstante, por ser la nuestra una sociedad legalista, para muchos resulta obvio asumir que “si la ley lo permite”, entonces esto o aquello no es malo; así dirán algunos por ignorancia. Es bueno, dirán otros cuántos, por conveniencia. Es un desenfreno inmoral y escandaloso, pensará la mayoría, pero ya empieza a ser tarde; así como solo en el año pasado se produjeron 58.707 divorcios, pronto habrá también miles de criaturas inocentes asesinadas antes de nacer, “matrimonios” homosexuales, adopciones homoparentales, etc. Es indiscutible que el reblandecimiento colectivo de las conciencias, se convierte en terreno fértil para sembrar la duda respecto de la legitimidad de los actos, de los límites de lo auténtico, lo genuino, lo recto y lo verdadero. Se está legislando en materias que tocan directamente el orden moral y la ley natural, y aunque es obvio que no siempre lo legalmente autorizado está moralmente permitido, y pese a que una ley no convierte el error en verdad, el daño ya estará hecho; y ahí estará la ley para disfrazar la verdad.

Ante todo esto, se me viene encima la pregunta ¿qué somos? ¿homo sapiens? Homo creo que sí, o más o menos, pero, ¿Sapiens? También quiero creer que sí, pero, ¿narcotizados o víctimas de esa reingeniería social a la que estamos sometidos por fuerzas siniestras e implacables? Cuando la vida, el matrimonio, la familia, la fe, es blanco de ataques; cuando la dictadura del relativismo (Papa Emérito Benedicto XVI) hipnotiza las conciencias; cuando la moral se multiplica por la cantidad de habitantes que tiene nuestra sociedad y valen “todas” lo mismo, no podemos cegarnos: existe una planificación que obedece a propósitos perversos, en los que nuestros gobernantes están consciente o inconscientemente envueltos, ya sea como actores independientes o como meras marionetas dirigidas por instrucciones de entidades foráneas pagadoras de servicios con empleos (ONU y sus agencias… por ejemplo) u otras dádivas.

La falta de liderazgo para sostener la moralidad es un asunto antiguo en Chile; el país necesita con urgencia de personas que logren aglutinar a esa mayoría silenciosa que no aprueba lo que hacen las autoridades en esta materia. Y el líder que trabajaba exitosamente para lograrlo, lo mataron terroristas hace ya 26 años. Sin embargo, ha emergido otro que, valerosamente, ha sabido hablar con claridad y convicción; ha iniciado con entusiasmo el trabajo de unir a la ciudadanía en torno a la defensa de valores y principios intransables que permitan revertir la situación actual. Ya en los umbrales de una elección presidencial se debe tener en cuenta que los cambios son urgentes, que una dirección correcta y un timón firme los hacen posibles, porque las medias tintas jamás podrían diluir los elementos corrosivos que actúan en la sociedad. En Chile el olor a descomposición moral es cada vez más fuerte. Aún es tiempo de desintoxicar al homo sapiens que habita en nuestro país, dando nuestro voto a quien ha sabido encarnar nuestra esperanza. No debemos votar por el menos malo, hay que votar por el mejor, por el que no teme decir la verdad, que no se acompleja por decir aquello que para muchos pudiera ser “políticamente incorrecto” como, por ejemplo, reconocer el valioso legado del gobierno militar. Chile se juega mucho en estas próximas elecciones presidenciales.