¿Puede levantar la mano el verdadero Donald Trump?

Candela Sande | Sección: Política, Sociedad, Vida

Donald Trump se ha convertido esta semana en el primer presidente en dirigirse a la Marcha por la Vida que se congrega cada año en Washington desde que el aborto se convirtiera en un ‘derecho constitucional’ por obra y gracia del Tribunal Supremo.

El presidente por sorpresa está haciendo méritos para convertirse en el gran enigma del panorama político internacional, aunque no es exactamente el tipo de persona que, de primeras, una etiquetaría bajo el epígrafe de ‘hombre misterioso’.

Es, más que locuaz, bocazas; grosero, extrovertido, vanidoso hasta la exageración, prepotente, populachero y con ese gusto por el rococó plástico y de purpurina que suele asociarse al millonario americano hecho a sí mismo.

En suma, parece hombre sin demasiados recovecos, pero entre sus palabras y sus obras está dibujando un personaje con dos interpretaciones tan enfrentadas que parece imposible adjudicarlas a un mismo individuo.

Es un aislacionista ‘America-firster’ que bombardea Siria, aumenta las tropas en Afganistán, ‘trolea’ a China y amenaza a Corea del Norte.

Es un íntimo admirador y amigo de Vladimir Putin, su cómplice en una oscura trama, y ha buscado más puntos de fricción con Rusia que los últimos cinco presidentes, llevando las relaciones entre ambos países a su extremo más tenso en décadas.

Es un multimillonario ultracapitalista que irrita a Wall Street, un ‘showman’ televisivo al que aborrecen con saña los reyes del postureo hollywoodiense, un payaso frívolo que está cumpliendo como pocos mandatarios sus promesas electorales, un hombre aupado por las ‘fake news’ que está empujando a los medios serios a multiplicar las noticias falsas contra él.

Sus enemigos le ven tan simple, tan simplón incluso, que se devanan los sesos tratando de entender por qué sigue ahí; por qué no solo sale airoso de cada ataque calculado para hundirle, sino que sus propios enemigos quedan peor, más maltrechos y  en ridículo tras cada intentona.

A veces, incluso, parece jugar con ellos como un gato como un ratón. Los medios levantan la ceja despectivos ante la última ridiculez que ha soltado el presidente en Twitter y luego se pasan una semana diseccionando la ridiculez en cuestión hasta resultar patéticos. Trump impone el ritmo informativo, condiciona los contenidos de la prensa enemiga, les hace bailar a su son.

Y, ahora, el potentado inmoral que parece coleccionar mujeres y que no ha vivido exactamente la vida de un asceta se presenta como un defensor de la causa de la vida.

No, borren eso; eso lo han hecho otros, especialmente como candidatos; no: Donald Trump ha ido más lejos, y hasta la fecha ostenta el historial provida más impresionante de cualquier presidencia.

Ha puesto fin a todas las ayudas al aborto en el exterior -Estados Unidos financiando muertes del nasciturus en el Tercer Mundo- y ha recortado las subvenciones al nacional hasta el punto de que la multinacional del aborto, Planned Parenthood, ha tenido que cerrar clínicas en todo el país. Creo recordar que el Ohio hace poco cerró la última que quedaba en todo el Estado.

Aquí no valen demasiadas interpretaciones. Hablamos de vidas humanas, de vidas salvadas que en algún momento se podrán cuantificar de manera aproximada.

Los católicos antitrumpistas, que abundan como en cualquier otro sector, no pueden dejar de reconocer que si hay un campo de batalla crucial en la guerra cultural es el aborto; y tampoco pueden dejar de admitir que ningún otro mandatario americano ha hecho tanto contra esta lacra convertida en sacramento de la modernidad como Donald Trump.

Quedarnos en la antipatía personal, instintiva, que causa el personaje sería de una frivolidad insondable y demostraría que no somos serios en lo que decimos defender.

Y, mientras, ¿podría el verdadero Donald Trump, por favor, levantar la mano?

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Actuall, www.actuall.com