Faltan Niños

Roberto Ruiz | Sección: Familia, Política, Sociedad, Vida

Además de registrar un acelerado aumento de adultos mayores, anota Chile una importante baja en su porcentaje de niños; tendencia que comparada con sus vecinos, acusa un declive agudo, persistente y probablemente irreversible. El Censo 2017 confirma una moneda de dos caras: envejecimiento poblacional y baja tasa de natalidad. Un proceso que avanza sin prisa, pero sin pausa.

Según Cepal-Celade, si en 1980 el 34% de la población chilena tenía menos de 14 años (Argentina ,30,3%; Perú, 42,3% y Bolivia, 42,4%), en 2017 se redujo a un 20,4% (Argentina, 24,7%; Perú, 27,4% y Bolivia, 31,9%). Cifra que caerá a un 15,5% en 2050. Es decir, si en 1980 una de cada tres personas tenía menos de 14 años, hoy es una de cada cinco, y en 2050 se proyecta a uno de cada 9 habitantes.

Estamos ante una tendencia global y regional de distintas velocidades, que en el caso de Chile se acelera, ya que entre los países vecinos es el único (y casi de la región) que con una tasa de fecundidad de 1,8 niños nacidos por mujer, no le alcanza para reemplazar su población (2,1%).

Ello a pesar de los empeños que tanto el Estado como el presupuesto fiscal desde hace algún tiempo realizan para revertirlo. Sobre todo a raíz de las elecciones presidenciales, se ha advertido preocupación de la política en este campo, aunque en su mayoría ordenada en torno a propuestas que, probadas en otras regiones del mundo, no han resuelto la carencia de recién nacidos.

Al enterarse el Canciller alemán Konrad Adenauer en 1953 de que la cifra de nacimientos había bajado a 15,7 por cada 1.000 habitantes, habría pronosticado la defunción de Alemania. Tal vez por eso impulsó en 1955 la primera de 156 medidas profamilia que registra el Estado alemán al 2009; pero aún con estas y un flujo inmigratorio de los mayores en la época contemporánea, la tasa de fecundidad bordea los 1,3 niños por mujer, muy debajo del necesario para estabilizar su población. El ejemplo germano es el de otros países europeos, incluso cercanos culturalmente al nuestro -por ejemplo, España o Italia-, con poblaciones en franco envejecimiento.

Los datos del censo proyectan algo más profundo y complejo, que obligan a una autocrítica sobre los roles e instrumentos con que el país encara sus propios cambios demográficos, lo cual amenaza con convertirse en uno de los problemas estructurales para su viabilidad futura.

Dejar solo al Estado ofreciendo más salud, más salas cuna, más posnatal o más educación gratuita, está visto que no es suficiente, ya que las tasas de fecundidad en Europa -y desde hace algunos años en nuestro país- son cada vez más inmunes a esta clase de impulsos estatales. El verdadero crucigrama que debe resolver el país es que a pesar de que cada día hay más política familiar, las tasas de niños son cada vez menores.

Superadas están las teorías que explican a través de los costos de oportunidad (abstinencia laboral) la decisión de no tener hijos; el caso europeo lo ejemplifica. El Censo 2017 obliga a una lectura más fina sobre los cambios sociales ocurridos en Chile en estas tres últimas décadas y cómo estos han incidido en el comportamiento de nuestra población. Entre estos están la incorporación de la mujer a la fuerza laboral, que ha aumentado del 22,36% al 40,21% entre los años 1960 y 2011; el alejamiento de la participación religiosa; el auge del individualismo; la revalorización de la libertad; el encarecimiento de tener hijos en sociedades urbanas y desarrolladas, etcétera.

Tal vez el problema no sean las mujeres, sino que los hombres. A pesar de que cultural y socialmente se responsabiliza a las mujeres por la baja de la tasa de natalidad, un estudio divulgado por el diario alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung señaló que si bien para un 71% de los padres sus hijos han enriquecido sus vidas, solo el 41% de los hombres solteros afirman estar dispuesto a dar el paso a ser padres. A diferencia de las mujeres, para un gran porcentaje de hombres solteros tener hijos es una interrogante donde los factores materiales juegan un papel tan importante como los emocionales. El gran foco del problema en este caso es la predisposición a ser padre.

Es posible que nuestra sociedad haya perdido la capacidad de conmoverse o asombrarse al observar a un niño descubriendo el mundo construyendo castillos de arena; o ante sus sueños, llantos o emociones por un hecho meramente infantil. Confrontada entonces nuestra sociedad a revertir el drama de la falta de niños, no alcanza con más y mejores políticas públicas.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio.