La Revolución rusa en la literatura

Adolfo Torrecilla | Sección: Educación, Historia, Sociedad

La conmemoración del centenario de la Revolución rusa está provocando un aluvión bibliográfico, de novedades y reediciones. Además de recurrir a  ensayos y libros históricos, podemos acercarnos a aquellos sucesos –y sus consecuencias en las décadas siguientes– mediante diarios, memorias, novelas, relatos, reportajes, etc., de escritores y testigos.

Primero hay que destacar el trabajo realizado por Vitali Chentalinski (Siberia, 1939) para conocer la represión comunista a intelectuales y escritores, que para el régimen eran “los ingenieros del alma”, encargados de educar al proletariado y de dar forma estética al ideal revolucionario. Eso explica el severo control que se ejerció sobre ellos, que se tradujo en persecución a los que no se plegaron. Chentalinski documenta todo en De los archivos literarios del KGB, donde analiza los casos de Pasternak, Boris Pilniak, Platónov, Bábel, Mandelstam, Bulgákov, Tsvietáieva, Ajmátova, Nina-Hagen-Torn… “Durante los años del poder soviético –escribe Chentalinski– represaliaron a más de tres mil escritores y otros dos mil fueron fusilados o murieron en las cárceles y en los campos, sin esperanza para la libertad”.

Un testimonio impresionante es el de Nadiezhda Mandelstam, viuda del poeta Ósip Mandelstam (1891-1938), muerto en uno de los campos de tránsito hacia Siberia. En Contra toda esperanza, Nadiezhda escribió “la historia de mi lucha contra las ciegas fuerzas de la naturaleza que intentaron arrasarme a mí y a los pobres trozos de papel que conservaba”.

En los primeros días de la Revolución

Ya desde los primeros pasos de la Revolución de octubre encontramos testimonios de escritores que describieron la instauración del totalitarismo. Lo vemos, por ejemplo, en los diarios del Nobel de Literatura en 1933 Iván Bunin (1870-1953), quien al poco de triunfar la Revolución ya señalaba los peligros de esa deriva totalitaria en Días malditos.

Numerosos testigos de aquellos primeros sucesos aparecen también en el ensayo de Helen Rappaport, Atrapados en la Revolución rusa (Palabra, 2017), que describe los meses transcurridos desde la Revolución de febrero a la de octubre, centrándose en los testimonios de un grupo de extranjeros que vivían en Petrogrado.

Las purgas

Después llegaron las purgas estalinistas. Victor Serge, Jirí Weil, Arthur Koestler y Víktor Krávchenko fueron de los primeros en darlas a conocer al mundo.

Merecen ser citadas tres novelas de Victor Serge (1890-1947), un anarquista de origen belga que desempeñó importantes cargos en el Komintern hasta que fue denunciado por trotskista, expulsado del Partido y deportado a Siberia, aunque gracias a la intervención de intelectuales extranjeros, consiguió abandonar la URSS. En Ciudad conquistada (Página Indómita, 2017), publicada en Francia en 1933, describe la vida en Petrogrado en los primeros meses de la Revolución. En Medianoche en el siglo (1939) cuenta la deportación a Siberia de Mijaíl Kostrov, profesor de Materialismo Histórico, acusado de promover ideas burguesas y contrarrevolucionarias. Y su obra más conocida, El caso Tuláyev, describe la purga que hace Stalin en el aparato del Partido con la excusa del asesinato de un influyente miembro.

Muy temprana, de 1937, es Moscú: frontera, del checo Jirí Weil, en la que se cuentan los cambios en la vida del protagonista, Jan Fischer, en la URSS: del entusiasmo inicial se pasa a la sospecha y después a la represión. Bastante más impacto mediático tuvo El cero y el infinito (Debolsillo, 2011), del húngaro nacionalizado británico Arthur Koestler (1905-1983), que convierte en novela el clima de terror que extendió Stalin contra los miembros de la vieja guardia comunista, encarnados en el personaje ficticio de Rusbashov.

Por su parte, Víktor Krávchenko fue un revolucionario que desempeñó importantes cargos dentro del régimen comunista hasta que en 1943, cuando se encontraba en Estados Unidos como agregado comercial, pidió asilo político. En 1946 publicó Yo escogí la libertad, donde muestra los privilegios de los dirigentes comunistas y las entrañas de la maquinaria de terror del régimen soviético, confesiones que provocaron una gran polémica.

Represaliados

Tras los primeros testimonios del terror publicados en el extranjero, hubieron de pasar muchos años hasta que salieran a la luz los de perseguidos que permanecieron en la Unión Soviética.

De manera especial destacamos las memorias de Evgenia Ginzburg (1904-1977), durante muchos años comunista convencida. Como relata en El vértigo, fue condenada a diez años en Siberia y ocho de deportación. Si duras fueron las torturas que vivió, lo peor fueron las traiciones de sus compañeros de Partido.

Otro impactante testimonio es Lo que no puedo olvidar (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2007), de Anna Lárina (1914-1996), la esposa de Nikolái Bujarin, uno de los grandes líderes de la Revolución de Octubre y amigo personal de Lenin. En sus memorias, publicadas en 1989, Lárina, una joven intelectual educada en la órbita del Partido, cuenta su vida privilegiada como miembro de la aristocracia comunista. Pero más que las memorias personales de la autora, este libro se centra en rehabilitar la figura de su marido, ejecutado en 1937.

La escritora Lidia Chukóvskaia (1907-1996) convirtió en ficción su propia tragedia personal. Fue la esposa de Matvéi Bronstein, un eminente físico ejecutado en 1938. Sofia Petrovna, una ciudadana ejemplar fue escrita muy poco después y cuenta el proceso que conduce a la locura de la protagonista, Sofia Petrovna, entregada completamente al régimen hasta que detienen a su hijo y sobre ella se desatan las sospechas de desviación ideológica.

El Gulag, metáfora de la realidad

El terror se prolongó durante décadas con el Gulag, el organismo que se encargaba de gestionar los más de 500 campos de trabajos forzados que hubo en la Unión Soviética y donde murieron millones de personas. Hoy podemos conocer cómo eran gracias a los testimonios de supervivientes.

Las cumbres de la literatura del Gulag son Aleksandr Solzhenitsyn (1918-2008) y Varlam Shalámov (1907-1982). Además del monumental Archipiélago Gulag, Solzhenitsyn dejó una pequeña obra maestra, Un día en la vida de Iván Denísovich (1962), novela que cuenta la experiencia de un campesino en un campo de trabajos forzados.

Luego vino la publicación de Relatos de Kolimá (1978). En los seis volúmenes que componen esta obra, Varlam Shalámov describe su durísima experiencia personal en los campos donde estuvo preso desde 1937 a 1953. Junto con los libros de Solzhenitsyn, aunque muy distintos a ellos, Relatos de Kolimá es la mejor radiografía de los Gulag, la mayoría en Siberia, en unas condiciones inhumanas. Recientemente se ha completado la publicación en español de estos Relatos con el volumen titulado Ensayos sobre el mundo del hampa.

También es impresionante el testimonio de Lev E. Razgón, quien pasó más de quince años en diferentes campos hasta que en 1955 consiguió la libertad. En Sin inventar nada. El polvo anónimo del Gulag, cuenta las historias de víctimas que conoció en prisión. Y en su reciente novela El meteorólogo, basada en hechos reales, Olivier Rolin cuenta la historia de Alekséi Vangengheim, director del Servicio Hidrometeorológico de la URSS, que en 1934 fue acusado de traición y condenado a diez años de trabajos forzados en las islas Solovkí.

Destrucción social

Otros libros sirven para conocer la huella que dejó el Gulag. Tras la muerte de Stalin en 1953, se decretó una amnistía y se cerraron algunos campos de concentración. Esto provocó un éxodo de miles de prisioneros, muchos de ellos incapaces de recuperar con normalidad su vida anterior. Es lo que describe El fiel Ruslán, novela de Gueorgui Vladímov que se sirve de la perspectiva de un perro guardián de un campo para mostrar la ruptura vital que supuso para tantas personas la prolongada reclusión en el destierro. Esa es la experiencia del protagonista de Todo fluye, la última novela de Vasili Grossman (1905-1964): liberado tras pasar treinta años en el Gulag, un físico se encuentra con la destrucción social provocada por el miedo a la represión y la mentira para sobrevivir.

Pero la obra magna de Vasili Grossman es Vida y destino, un gran fresco sobre la Segunda Guerra Mundial en Rusia, que muestra los estragos causados por dos totalitarismos: el nazi y el estalinista.

Víctimas de los satélites soviéticos

También encajan en este repaso algunos interesantes testimonios de la vida en los otros países comunistas europeos. Uno es Bajo una estrella cruel, de Heda Margolius Kovály, esposa de un ferviente comunista que desempeñó destacados puestos en el régimen checo hasta que fue detenido y condenado a muerte. A partir de ese momento, escribe Heda, “me había convertido en una leprosa, alguien a quien cualquiera que apreciase su propia vida tenía que evitar”.

También debe figurar en esta relación Días felices en el infierno, las memorias del poeta, periodista y traductor húngaro György Faludy (1910-2006). Publicadas en Londres en 1962, contienen un excepcional testimonio sobre los campos de trabajos forzados en su Hungría natal bajo el comunismo.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Aceprensa, www.aceprensa.com.