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La insoportable levedad de la derecha

Hacia fines de los años ochenta se puso de moda una novela titulada “La insoportable levedad del ser”. El título me llamó tanto la atención que, aunque no sabía qué significaba “levedad” (“inconstancia de ánimo y ligereza en las cosas”) leí el libro. No me acuerdo de qué se trataba porque no lo entendí y me aburrió enormemente, tal vez por la levedad de mi sensibilidad literaria.

En estos días de campaña electoral ese título se me viene a la memoria cada vez que escucho o leo las propuestas de los candidatos de derecha; las encuentro insípidas, insulsas, insustanciales, intrascendente y otros “in”, pre fijo que indica privación o carencia. Es que la derecha chilena de hoy carece de convicciones y, por tanto, de trascendencia. O tal vez sea más preciso decir que son sus líderes quienes carecen de sustancia porque están más interesados en obtener cargos y poder que en influir positivamente en la cultura de nuestra sociedad. Los líderes viejos viven haciendo “mea culpas” y explicando por qué ya no piensan como antes, mientras sus pares jóvenes, de tanto comprarse cuanta pelotudez políticamente correcta anda volando por ahí, se mimetizan con los progresistas al punto de ser una patética copia de ellos. Qué contraste con la actitud de Jaime Guzmán cuando proclamaba en una entrevista “mi lealtad al gobierno de las Fuerzas Armadas llega hasta las últimas consecuencias”, poco antes de ser asesinado, o la de Sergio Onofre Jarpa cuando afirmaba: “el progreso de Chile pasa por la proyección de la obra política, económica e institucional del gobierno militar”. Por lo menos había que tener cojones para hablar así.

Mientras tanto la izquierda da ejemplo de consecuencia con su historia. La presidenta Bachelet, a pocos meses de iniciar su segundo gobierno, proclamó que iba “a continuar la obra inconclusa del gobierno del Presidente Allende” —y vaya que se ha esforzado en ello—. El presidente del Partico Comunista, flamante diputado de la República, ha declarado con orgullo su autoría en el atentado al Presidente Pinochet y el asesinato de cinco guardaespaldas. El líder del PRO no deja de manifestar el orgullo que siente por su padre, fundador del extremista Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR), afirmando que sus integrantes fueron “jóvenes lúcidos” y que los hechos criminales que pudieron haber cometido consistieron “sólo” en asaltos a bancos, como si en las tomas de fundos no se hubiesen lesionado propiedad, la vida y hasta la intimidad de los latifundistas, como ocurrió con Antonieta Maachel, quien se suicidó después de que una banda del MIR ocupara su fundo en Panguipulli y fuera violada por todos sus integrantes.

La verdad es que no importa cuán grande haya sido el desastre que significó el gobierno de la Unidad Popular para el país, o que el Partido Socialista haya proclamado que la lucha armada era la única vía para para llegar al poder y perpetuarse en él, o que José Gregorio Liendo, segundo del MIR, haya declarado su intención de asesinar a “un millón de chilenos para que la revolución tomara fuerza”, o que durante los 17 años del gobierno militar la izquierda haya realizado numerosos actos de terrorismo asesinando a militares y civiles…; ni siquiera importa que la ideología que la sustenta haya causado más de cien millones de muertos en el mundo durante el siglo XX (además de los incontables atentados a la libertad de movimiento, de expresión, de culto, de propiedad y otros que sería interminable enumerar). No importa: los líderes de la izquierda siempre estarán orgullosos de ser lo que son y han sido y, por eso, más allá de sus resultados electorales, logran influir en la sociedad. Sólo quien está convencido convence y por eso ellos logran reescribir la historia de Chile y que las nuevas generaciones acepten sus anti valores que tienden a destruir nuestras tradiciones cristianas.

Mientras tanto, la derecha, con una ingenuidad que raya en la estupidez, pretende enfrentar esa labor destructiva con una propuesta presidencial tecnocrática, consistente en 750 medidas con las que su eventual gobierno solucionaría los problemas de los chilenos. Como un columnista ha hecho notar, ello resulta más socialista que la propia propuesta de la Nueva Mayoría, no sólo por el protagonismo del Estado que implica sino por el hecho de que el costo fiscal sería superior al del programa de la candidatura oficialista. Sería una contradicción si no fuera porque el propio candidato de la derecha… ¡ha dicho que no es de derecha! ¿Por qué los partidos de derecha lo apoyan entonces? Simple: lo que les importa a sus líderes no es influir en la cultura de nuestra sociedad sino acceder al poder.

Solzhenytsin dijo una vez: “El comunismo sólo se detiene cuando encuentra una muralla, aunque ésta sólo sea una muralla de resolución”. Por eso la derecha chilena, así como es hoy, es incapaz de detener a la izquierda y los triunfos electorales que obtenga serán tan pasajeros como intrascendentes. Por mi parte, prefiero ignorar las promesas tecnocráticas y los patéticos llamados al “voto útil” que no pasan de constituir una apelación a la cobardía; la herencia de nuestros antepasados y el porvenir de nuestros hijos y nietos merecen mucho más que el apego a un plato de lentejas. Que mi voto, y también el suyo estimado lector, sirva para construir esa muralla de resolución que representa la defensa de Dios, la Patria y la Familia.