España y Chile: crisis del Estado nación

Benjamín Lagos | Sección: Política, Sociedad

Noviembre en Cataluña, empezó con su parlamento disuelto y su presidente regional y gobierno destituidos y querellados por sedición, rebelión y malversación, arriesgando sus autores hasta 30 años de cárcel. Completa el cuadro la esperpéntica huida de Carles Puigdemont a Bélgica tras declarar la independencia, en un intento de asilo político y de promoción de su causa ante la euroburocracia.

El Ejecutivo español actuó, con tardanza, frente a apenas uno de los efectos de un problema institucional descomunal: la insalvable contradicción entre “nación” y “nacionalidades” que se desprende de la Constitución de 1978. Esa norma ha permitido el desarrollo de las autonomías y los consiguientes focos de conflicto, no solo en Cataluña y Vascongadas, sino en Andalucía, Navarra, Galicia, etcétera. Así, de hecho España ha mutado a una confederación, sin soporte real para la actuación de los poderes públicos en diversas regiones y, por tanto, para la afirmación de la soberanía nacional.

La lección de España, que se nos imparte en vivo y en directo, parece no haber sido suficientemente aprendida en Chile. Siete de las ocho candidaturas presidenciales, como tratando de apaciguar el cuadro de insurgencia indigenista en el sur del país, plantean, entre otras medidas, el reconocimiento constitucional de los “pueblos originarios”. Esta propuesta, más allá de su mera declamación, significaría en lo jurídico una gran contradicción con el carácter unitario del Estado chileno -y por lo demás con el principio de igualdad en y ante la ley- y, en lo fáctico, una amenaza a su integridad territorial.

En uno y otro caso, no se trata de un clásico nacionalismo. Es bien conocido el vínculo de estos planteamientos con el multiculturalismo, teoría de origen marxista, basada en la creación de una nueva dialéctica opresor-oprimido, dejando ahora a los Estados nacionales el lugar del primero. Para esa corriente el Estado nacional debe ser deconstruido por hegemónico, eurocéntrico y, sobre todo, porque a la izquierda posmoderna le repugna el concepto de nación como un hecho que viene dado por la historia y por tanto inmodificable. Lo sustituye por un concepto enteramente subjetivo: el “sentirse” perteneciente a una cultura (vaya Ud. a averiguar cómo la definen ellos, si es que lo hacen), eludiendo todo parámetro objetivo (etnia, lengua, etc.). Las alusiones a la “autonomía”, personal y territorial, son frecuentes hoy en cada debate sobre la Araucanía.

Nuestra época se caracteriza por la crisis de los Estados nacionales: Cataluña y la Araucanía son dos laboratorios de su deconstrucción. Chile, lejos de seguir recetas complacientes, debe observar a España y tomar nota de lo que (no) se debe hacer.