A Aldous Huxley: Feliz anestesia

Enrique Monasterio | Sección: Sociedad

Querido Aldous:

Desde que Hobbes escribió “El Leviatán” en 1641, todos los escritores de anticipación —los futurólogos— coincidís en que nos aguarda un porvenir sombrío. Al parecer estamos destinados a ser esclavos de un poder que crece y crece, y que acabará por controlar las vidas y las conciencias de sus súbditos.

Es lo que sostiene Orwell en su famosa novela “1984”. El escritor británico imagina una nación encarcelada por “el gran hermano” que todo lo ve, todo lo sabe, todo lo fiscaliza, y castiga hasta los malos pensamientos.

Orwell escribía en 1948, en plena expansión del comunismo estalinista, y supuso que el mundo acabaría hecho pedazos por las guerras nucleares, y los supervivientes vivirían encerrados en un inmenso y sucio gulag sin escapatoria posible.

Gracias a Dios, el comunismo saltó por los aires y los negros auspicios de Orwell también. Tú fuiste mejor profeta a pesar de haber escrito mucho antes que él.

Tenía yo 16 ó 17 años cuando leí “Un mundo feliz”, tu novela más conocida. La compré a precio de saldo en el quiosco de la estación de ferrocarril pensando que se trataba de ciencia ficción. Supongo que me engañó el dibujo de la portada. Pronto me di cuenta de que tenía entre mis manos un peligroso veneno.

Me la bebí de un tirón con cierta sensación de culpa. Creo recordar que, al acabar, la tiré por la ventanilla del tren o la olvidé voluntariamente en el vagón.

Han pasado 60 años. Ahora he vuelto a repasarla en formato digital y compruebo que aún se conserva casi intacta en mi memoria.

Un mundo feliz” es una parábola brutal, una profecía lúcida y terrible que habla de un futuro muy lejano, del año 632 de la “era fordiana”. También es un cuento desagradable que produce rechazo a cualquier lector con un mínimo de sensibilidad, pero no diría que es inmoral. Se trata más bien de una bebida amarga que sin embargo puede servir para despertar conciencias adormecidas.

Tú vaticinas una tiranía muy distinta a la de Orwell. En tu mundo feliz los esclavos besan la mano de su dueño y señor. Es una dictadura amable, que reparte sonrisas y proporciona todo lo que un ciudadano-mascota puede desear: alimentos exquisitos, pornografía gratuita, sexo variado y obligatorio, un menú ilimitado de experiencias sensoriales, buena salud y una droga mágica —el “soma”— que proporciona felicidad por horas sin efectos secundarios.

En ese “mundo feliz” los niños no nacen; se fabrican en serie sin padre ni madre, sin familia y sin más ideas que las que reciben en su etapa embrionaria en forma de eslóganes. Es un mundo con castas, pero ya no hay envidias; todos aceptan risueños su situación en el mundo.

He escrito el párrafo anterior de corrido, y, por un momento he sentido la extraña impresión de que, en realidad, “el mundo feliz” está ya aquí. Nuestro envidiable “estado del bienestar” camina en esa dirección.

Tú me enseñaste que, para domesticar al hombre, es inútil encadenarlo. El marxismo, con todo su poder, no logró anular la libertad interior de millones de personas. Sin embargo, un materialismo opulento centrado en el placer como supremo bien; una sociedad de derechos a veces imaginarios, con un Estado-nodriza guardián de las “libertades”, que sustituya a la familia y sea maestro de moral, puede conseguir que los hombres dejen de buscar la verdad y el bien, que se despreocupen del sentido de su vida y se conviertan en esclavos de sus pasiones, en seres conformistas, inmaduros, y manipulables como mascotas.

En tu novela, querido Aldous, hay sólo un hombre libre: un “salvaje” que se rebela contra esa sociedad anestesiada, y lucha porque cree en Dios, en el amor y en la verdad. En él nos vemos reflejados los cristianos. Ojalá, querido amigo, sepamos estar a la altura y enseñemos a los anestesiados la gozosa asignatura de la libertad.

Nota: El autor publicó originalmente este artículo en su blog Pensar por libre, https://pensarporlibre.blogspot.cl