Cavernario

P. Raúl Hasbún | Sección: Política, Sociedad, Vida

Quienes otorgaron en 2010 el Nobel de Literatura a Mario Vargas Llosa, lo justificaron por “su cartografía de las estructuras de poder y mordaces imágenes de la resistencia, la rebelión y la derrota del individuo”. Tan evidente era el sesgo y criterio ideológico-político de la distinción, que el propio agraciado reaccionó con un “espero que me lo hayan dado más por mi obra literaria que por mis opiniones políticas”. Todos saben que en lenguaje diplomático eso significa exactamente lo último.

Escribir con elegancia es un talento nato que se cultiva con esfuerzo. Si el talento se utiliza para maquillar una opinión política, su valor dependerá de cuán verdadera sea esa opinión y cuán consistente con ella sea la trayectoria personal de quien la maquilla. Tras posicionarse como un escritor intelectual comprometido con la izquierda política latinoamericana (fue miembro de una célula clandestina del PC, admirador y defensor de la Revolución cubana) Mario Vargas Llosa fue ganando muchísimo dinero con la publicación de sus libros y paulatinamente identificándose con el lenguaje, opiniones e intereses de la high society occidental. Declaró “no haber duda de que Estados Unidos es una democracia con un régimen muy abierto y gran capacidad de crítica” y terminó apoyando con entusiasmo la invasión militar de Irak y sus atroces crímenes de guerra. Le llovieron premios, distinciones, membresías académicas y cátedras universitarias, culminando con el Nobel de Literatura. Y tras su fallida aventura presidencial en Perú, aceptó honrado la nacionalidad española y el título de Marqués otorgado por el Rey Juan Carlos.

En su discurso de aceptación del Nobel (su antes admirado Sartre lo había rechazado, por coherencia) Vargas Llosa afirmó que “las ficciones y mentiras de la literatura” son una “hechicería” que “al ilusionarnos con ser lo que no somos introduce en nuestros espíritus la inconformidad y la rebeldía que están detrás de todas las hazañas que han contribuido a disminuir la violencia en las relaciones humanas”.

Que en ese momento de suprema victoria literaria el agraciado se refiriera a “las cavernas y al garrote” y describiera el arte de escribir como una hechicería y mentira ilusionista probadamente eficaz para erradicar la violencia, da cuenta del caos que reina en su mente. Mentira y violencia conforman una perversa alianza: así lo testimonió su coherente antecesor en el Nobel, Solzhenitsyn. Y esa alianza perversa, intrínsecamente homicida, es más antigua que el cavernícola. El padre de la mentira, construyendo una elegante novela mentirosa, convenció a Eva y Adán de que Dios era mentiroso y celoso y había que liberarse de El. El mismo, novelado discurso para deshacerse de Cristo en la Cruz. El mismo, hipócrita argumento para deshacerse del niño que espera nacer.

El fervor abortista de Vargas Llosa es mucho más antiguo y retrógrado que el hombre de las cavernas.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Diario Financiero, www.df.cl.