Para saber celebrar

Joaquín Muñoz López | Sección: Historia, Sociedad

Nuestras Fiestas Patrias son una festividad muy importante. De hecho, son la principal festividad cívica. Por ello, se vuelve imprescindible reflexionar sobre su verdadero significado para poder celebrar como realmente corresponde. Afortunadamente, ya no es necesario decir que no se trata de festejar la Independencia, pero aún está pendiente saber cómo celebrar.

Las ideologías predominantes en la actualidad plantean un desafío enorme, puesto que un gran bastión en su contra –tal vez el principal– son los sentimientos de nacionalidad, y las Fiestas Patrias consisten en una festividad para reafirmar y ensalzar la nacionalidad.

Una de las ideologías predominantes es el indigenismo, que solapadamente aparece con el fin de “hacer su contribución”. Es el momento “ideal” para plantear que existen pueblos originarios y otros foráneos, ajenos a nuestra identidad, por lo que deben ocupar un lugar secundario en nuestras festividades y quehaceres culturales.  Obviamente, esos denominados “pueblos originarios” son aquellos pueblos indígenas de esta tierra, es decir, los pueblos precolombinos.  Sin embargo, el término originario indica origen, o sea, bien tratado este asunto, deberíamos incluir en esta categoría a los pueblos europeos de los que tenemos una ascendencia importante.

Si se trata del componente genético, la sangre indoeuropea llega, por lo menos, al 52%, mientras que la de los indígenas precolombinos anda en la barrera del 40% (hay una pequeña proporción de africanos).

Después tendríamos que analizar los aspectos culturales. La religiosidad indígena llega sólo al 0,11%.  Las confesiones cristianas alcanzan, en cambio, el 85%. El resto de la población también adhiere a credos venidos del Viejo Mundo, y muy pocos, a ninguno. Otro tanto ocurre con el idioma, pues, dejando fuera a los inmigrantes recién llegados, casi todos hablamos español como idioma de primer uso, hay muy pocos que hablan en idiomas indígenas, pero también hay quienes hablan en otros idiomas indoeuropeos.

Tal vez el cariño un poco poético por nuestro terruño nos haya llevado a considerar lo que pertenece a éste como lo nuestro, lo que nos representa, así, cuando hablamos de nuestras raíces, normalmente nos referimos a los mencionados pueblos originarios.  Craso error.

Un claro ejemplo de esto es nuestra cultura culinaria.  ¿Por qué se le denomina “chilenitos” a ciertos pasteles? Porque se deben diferenciar de otros que no son de origen chileno y que siempre se encuentran a su lado en las fiestas costumbristas, ferias u otras instancias tradicionales, aquí están el strudel, el kuchen, el berlín, todos alemanes; otro buen ejemplo es la marraqueta, pan chileno de origen francés.  ¿Cuántos de nuestros platos típicos tienen sólo ingredientes indígenas?  Muy pocos.

En esta misma línea, está la música y la danza.  La cueca, nuestro baile nacional, tiene cinco instrumentos basales: la guitarra, el arpa, el pandero, el acordeón y el tormento.  Los tres primeros vinieron de la Península Ibérica; el acordeón, de la cultura alemana –fue inventada en Austria–, y solamente el tormento es autóctono, nació en la Zona Central durante el período imperial español.

Con todo lo ya mencionado, resulta apropiado preguntarse si son los pueblos catalogados de “originarios” los únicos verdaderamente “originarios”. La respuesta es ¡no!  La falta de consciencia al respecto tiene doble efecto: no reconocer el aporte no indígena y darle una sobrevaloración a ciertos aportes.  La mejor constatación de esto último es la gran importancia dada a etnias muy minoritarias, especialmente a la pascuense.  En los habituales eventos folclóricos, se muestran manifestaciones muy escasas o extintas de grupos que, por su aislamiento, se mezclaron poco.  Muchos de éstos no tienen más de 5.000 integrantes, frente a los miles con ascendencia europea (al respecto, consultar en http://eurochilenos.blogspot.cl), sobre un universo de más de 17 millones.

El gran éxito del indigenismo neomarxista queda de manifiesto en un hecho muy contradictorio: muchas personas izan el Pabellón Nacional junto con la bandera –supuestamente– del pueblo mapuche.  Esto es una contradicción absoluta porque ambas representan significados distintos y abiertamente contrapuestos.  La bandera de la mal llamada “causa mapuche” simboliza el desmembramiento de nuestra patria, la división de los chilenos, mientras que el Pabellón Nacional nos une.  Además, la bandera mapuche es muy cuestionable como tal, puesto que el kultrún que está en su centro no tiene la Guñelve, la estrella de ocho puntas, un símbolo sagrado, se le reemplaza por una de cinco puntas; tampoco tiene los soles de cuatro rayos gamados.  Si se busca en cualquier publicación anterior al surgimiento de la “causa mapuche”, se puede constatar que el kultrún tiene los símbolos mencionados, los dos o, al menos, uno.  También hay que considerar que los mapuches han tenido varias banderas por no ser una unidad política –aun cuando lo son culturalmente–, de hecho, el término “mapuche” es de fines del siglo XVIII, es decir, en un comienzo se veían a sí mismos de una forma distinta a la actual.  Antes usaban otros nombres, el más importante fue “reche”.  Usar banderas de otros pueblos indígenas también es un error si se enmarca esta práctica dentro del indigenismo.  A la larga este fenómeno resultará dañino porque debilita la cohesión social.

El otro aspecto fundamental son los símbolos patrios.  En lo que respecta a nuestro pabellón, ya es vergonzoso cómo se ha desdibujado el significado heráldico.  Los colores no se deben al cielo, la nieve y la sangre araucana.  El azul representa el cielo, pero como símbolo del pensamiento, además, el significado heráldico del azul es la justicia; el blanco es el color de la divinidad, representa la trascendencia, y el rojo fue puesto en homenaje a los héroes del Desastre de Rancagua.  Estos significados son coincidentes con los significados indígenas (al respecto consultar de Gastón Soublette “La Estrella de Chile”).  Sin embargo, hay algo peor aún: cómo se trata nuestro pabellón.  Se le usa como lienzo para escribir cualquier cosa.  ¿Y la autoridad? Bien, gracias.

En concordancia con lo anterior, se encuentra la forma en que se está cantando nuestro Himno Nacional, una verdadera chacota.  Es un himno marcial, por ello, se debe cantar con los brazos a los lados, no con la mano en el pecho o agitando los brazos.  La mano en el pecho se usa en muchos países, pero no corresponde a nuestra tradición, se trata de una vulgar moda impuesta por futbolistas que quería demostrar su compromiso con la camiseta.  Sólo “pan y circo” porque cuando los resultados no andan bien o el dinero es poco, ese compromiso desaparece.  Muchos practican este ritual, pero horas después su indisciplina los delata.

Las Fiestas Patrias son una ocasión para celebrarnos a nosotros mismos, sí, porque la Patria somos nosotros, no es un ente impersonal ajeno.  Patria” significa “tierra del padre”, o sea, de nuestro linaje, de nuestros antepasados, de quienes nos entregan un testimonio en una posta de interminables relevos que debemos correr dando lo mejor de nosotros mismos, por ello, la importancia de conocer nuestros orígenes en su totalidad y no sólo parcialmente.  Debemos saber bien qué celebramos para no caer en un simple “carrete”.  Y, para celebrar como corresponde, no puede estar ausente el sentido de trascendencia, pues, un país no se construye sólo con valores materiales, también los hay espirituales.  Entre éstos, uno muy importante es la gratitud.  Estas festividades son el momento ideal para reflexionar sobre qué debemos a quienes nos han antecedido, sea como personajes públicos o privados, en tiempos de paz o de guerra.  También se trata de una oportunidad para conocernos mejor y muy especialmente para inculcar en los niños y jóvenes los valores patrios que los harán dignos de correr esta posta llamada Chile.