Liberaciones sexuales para niños

Ignacio Aréchaga | Sección: Familia, Historia, Política, Sociedad

Las ideologías de los adultos sobre la sexualidad repercuten siempre en los niños. Por supuesto, los cambios se justifican invocando el interés superior de los menores. Pero la experiencia indica que muchos quedan heridos. Así ocurrió con la defensa de las relaciones entre adultos y menores. También hoy día la proliferación de “niños transexuales” revela el reflejo en ellos de una ideología de adultos.

Cuando se habla de la revolución sexual, se da por supuesto que desde mayo del 68 ha ido siempre a más. Los tipos de relaciones afectivas serían cada vez más libres, las prácticas sexuales más variadas y las leyes habrían renunciado a imponer normas en un terreno dejado a los gustos personales. Sin embargo, no en todo ha sido así. Basta ver el caso de la pedofilia.

Hoy nos parece un crimen detestable contra la infancia. Pero en los albores de la revolución sexual de los años setenta, las relaciones entre adultos y menores fueron un campo más en el que había que romper los tabúes que aprisionaban la sexualidad. La liberación de los cuerpos debía llegar también a los niños y adolescentes, oprimidos por una estructura familiar arcaica. Como siempre que los adultos imponen sus modas ideológicas a los menores, todo se hacía, por supuesto, en favor del interés del niño.

Un libro del sociólogo francés Pierre Verdrager, L’enfant interdit, que es recordado en un artículo de Le Monde, cuenta cómo las relaciones sexuales entre adultos y menores han pasado de ser una propuesta novedosa en los años setenta a un crimen abominable hoy.

Cuando la pedofilia era liberadora

La concepción de que la pedofilia podía ser algo normal y natural no era entonces solo una idea de un grupo de exaltados. Quizá fuera una inclinación sexual muy minoritaria. Pero, en el fragor de la revolución sexual, otros muchos pensaban que nadie debía ser penalizado por practicarla. Así se explica que hace cuarenta años un texto suscrito por buena parte de la intelectualidad francesa de izquierda más conspicua pidiera la absolución de tres hombres perseguidos por haber mantenido relaciones sexuales con niños y niñas de 13 y 14 años. Entre los abajo firmantes aparecían Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Louis Aragon, Roland Barthes, Gilles Deleuze, Philippe Sollers, André Glucksmann, Jack Lang, Bernard Kouchner…

Las razones que en los años setenta se daban para justificar la pedofilia hoy parecen el típico caso en que la ideología impone su ley para negar la realidad. Se decía que, igual que la revolución sexual había emancipado a las mujeres y los homosexuales, también había que liberar a los niños de la opresiva moral familiar. Entonces era de buen tono pedir que se bajara la edad de consentimiento sexual, reivindicación apoyada por los movimientos homosexuales. A fin de cuentas, ¿no nos había enseñado Freud que la sexualidad está presente desde el nacimiento? En tal caso, la mayoría de edad sexual no sería más que una convención social creada para inhibir las pulsiones del niño.

El sufrimiento del niño ante una experiencia de ese tipo era negado o puesto en duda. El gurú Michel Foucault aseguraba: “Se puede confiar en que el niño sabe si ha sufrido o no violencia”. La inocencia del niño aparecía como un mito. Incluso podían ser vistos como manipuladores que provocan al adulto, al estilo Lolita. Tampoco hay que pensar que quienes propugnaban estas ideas solo pretendían abusar de menores. Es posible que su ideología les llevara a creer que esta experiencia podía ser buena para el niño.

Abolir las limitaciones de edad

También en Alemania, a mitad de los años 80, los Verdes apoyaron la pedofilia dentro de la lucha contra la “hipocresía sexual burguesa” y la “mojigatería antisexual de la Iglesia católica”. Como recordaba Der Spiegel, durante un tiempo a mitad de los 80, “los Verdes prácticamente actuaron como el brazo parlamentario del movimiento a favor de la pedofilia”. Los Verdes tenían incluso un grupo de trabajo nacional, “Gais, Pederastas y Transexuales”, que hacía una labor de lobby ante el Parlamento federal para abolir la norma del Código Penal que prohibía las relaciones sexuales con menores.

También el comité del partido Verde aprobó en 1985 una declaración en la que se pedía “abolir todas las limitaciones de edad para las relaciones sexuales mutuamente consentidas”, porque no respetaban “los derechos a la autodeterminación y a la búsqueda de la felicidad de los niños”. En este ambiente, los pedófilos aparecían como una minoría sexual perseguida. Hoy los Verdes reconocen que el apoyo a la pedofilia fue un error, un exceso en la lucha por la liberación sexual.

De innovación a crimen

El libro de Verdrager recuerda que el clima fue cambiando en los años 80 y 90. En esos años aparecen testimonios de víctimas de abusos sexuales y de incesto; los psiquiatras empiezan a negar que un niño tenga la madurez psíquica y emocional necesaria frente a un adulto para dar su consentimiento sabiendo lo que hace y quiere; algunos casos criminales, como el del asesino belga Marc Dutroux que en 1995 y 1996 secuestró y sometió a abusos sexuales a seis niñas y adolescentes, de las que mató a cuatro, arrojaron un estigma de horror sobre la pederastia.

Después de esto, en los años 90 se produce un vuelco en la consideración de la pedofilia, que pasa a ser vista como una patología criminal. Las leyes se endurecen una y otra vez. Los niños son sensibilizados ante el peligro. Surgen asociaciones de padres para proteger a los niños. Los media dirigen su foco a este problema, y lo que antes era invisible pasa a ser analizado en la prensa, filmado por los cineastas, objeto de debates televisivos con expertos… Ahora lo importante es la protección del niño, no la liberación sexual del adulto.

Dentro de este repliegue, vuelve a elevarse la edad de consentimiento sexual, que antes se había rebajado pretextando la más temprana iniciación sexual de los jóvenes. En España, la última reforma del Código Penal en 2013 elevó esa edad de 13 a 16 años. Con la nueva ley, si un adulto mantiene relaciones sexuales con un chico o chica de menos de 16 años –aunque sean consentidas– puede ser condenado por abusos a una pena de dos a seis años de cárcel.

La erotización de la infancia

Lo curioso, y contradictorio, es que la reprobación de la pedofilia coincide hoy con una creciente erotización de la infancia. La moda infantil hace de las niñas mujeres precoces, que deben estar no solo guapas sino sexis; la ropa sugerente, la cosmética para rostros infantiles, los gestos insinuantes, son cultivados por los fabricantes de ropa y por las revistas juveniles. Una educación sexual cada vez más temprana y explícita ofrece más información que criterios de educación de la afectividad y de la vida de relación. Hasta parece normal hablar de niñas de 12 años con “novio” o “pareja”. Y todo esto dentro de un marco ambiental en el que las letras de las canciones, la publicidad dirigida a los menores, las búsquedas en Internet, incitan a un precoz interés por el sexo.

Así que, por una parte, en la condena de la pedofilia el niño aparece como víctima inocente e inmadura, y, por otra, la sociedad le bombardea con continuos estímulos que normalizan una precoz actividad sexual.

Niños transexuales

La repercusión en los niños de las ideas de los adultos sobre la sexualidad se comprueba también hoy día en la proliferación de “niños transexuales”. La ideología de género nos asegura que la biología no es determinante en la identidad sexual, que ésta es una construcción en la que lo decisivo es qué siente y desea el sujeto. Si se considera de un género distinto al de su sexo, habrá que actuar sobre el hecho biológico para acomodarlo a sus sentimientos.

Y si esto vale para los adultos, ¿por qué no para los menores que experimentan insatisfacción con su sexo? Si en el caso de la pedofilia se trataba de favorecer la autodeterminación del niño y de liberarlo de las imposiciones familiares, ahora el objetivo es respetar la elección del menor insatisfecho y liberar al “niño atrapado en un cuerpo de niña” o viceversa.

Si décadas atrás se pedía que se rebajara la edad de consentimiento sexual, también ahora hay presiones para rebajar la edad en que el menor puede empezar un tratamiento de “reasignación de sexo”. Se pide que pueda empezar cuanto antes un tratamiento hormonal que bloquee el natural desarrollo del adolescente según su sexo biológico; se exige, como hacía un informe de la Federación Sueca de Gais, Lesbianas y Transexuales, que ya a los 15 años un adolescente pueda someterse a la cirugía aun sin consentimiento de sus padres (ver Aceprensa, 1-02-2016). Las asociaciones LGTB reclaman la “despatologización” de la transexualidad, lo que haría superfluo un diagnóstico de disforia de género, como filtro psicológico previo a cualquier tratamiento de cambio de sexo. Son exigencias que siempre se hacen invocando el interés del niño.

Pero no habría que olvidar que, según los especialistas, “los datos de persistencia (de la disforia de género) indican que una gran mayoría (80-95%) de niños prepuberales que dicen sentirse del sexo contrario al de nacimiento, no seguirá experimentando tras la pubertad la disforia de género” (Grupo de Identidad y Diferenciación Sexual de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición). Así que lo menos que cabría hacer es esperar a ver si el diagnóstico persiste o no.

Sobre todo teniendo en cuenta que las consecuencias de la intervención quirúrgica son irreversibles, y que no faltan testimonios de personas que se sometieron a esta operación de “reasignación sexual” solo para comprobar que el cambio no calmaba su ansiedad.

Principio de precaución

Se comprende que grupos especialistas como el American College of Pediatricians (Colegio de Pediatras de EE.UU., ACP), hayan criticado la intervención hormonal y quirúrgica ante un problema que es esencialmente mental y que exige un tratamiento psicológico. La ACP considera peligrosos estos tratamientos hormonales: “El bloqueo de hormonas en la pubertad induce un estado patológico –la ausencia de la pubertad– e inhibe el crecimiento y la fertilidad en un chico previamente sano desde el punto de vista biológico”. Estos pediatras advierten que concebir la discordancia de género como algo normal a través de la escuela y de las leyes, y condicionar a los niños a aceptarla, puede considerarse una forma de “maltrato a menores”, y provocar la confusión de padres e hijos (ver Aceprensa, 30-03-2016).

Es seguro que los padres que apoyan el deseo de su hija de cambiar de sexo piensan que es lo mejor para ella, porque insiste en que se siente niño. Pero una cosa es lo que uno siente y otra lo que le conviene. Si la hija es anoréxica se sentirá gorda aunque esté en los huesos, y no se le ayudará nada siguiéndole la corriente.

Hoy nos encontramos ya con niños de 6 años que dicen ser transexuales, y que piden que se les nombre y se les vista como si fueran del otro sexo. La conciencia de ser del género femenino o masculino se desarrolla paulatinamente, y puede haber casos excepcionales en que esa evolución descarrile por percepciones subjetivas o experiencias adversas. Pero en esta proliferación repentina de disforia de género no es extraño ver la influencia de una ideología que ha llegado a los niños, que, como en tantas cosas, imitan modelos de adultos.

Un elemental principio de precaución debería llevar a no adelantar decisiones hasta que el interesado haya adquirido la mayoría de edad que le permita entender bien lo que quiere hacer y sus consecuencias. Y a ofrecer la ayuda psicológica oportuna a los menores que sufren un problema de autoaceptación.

La ideología que justificó las relaciones sexuales entre adultos y menores hace cuarenta años fue tóxica para los niños que sufrieron esta experiencia, y que luego se consideraron víctimas de un abuso. Una enseñanza que no conviene olvidar ahora que la ideología de género justifica en los menores intervenciones que tienen efectos irreversibles.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Aceprensa, www.aceprensa.com.