Herencia familiar

Alberto López-Hermida R. | Sección: Familia, Política, Sociedad, Vida

Ya fueron entregados los primeros resultados del Censo 2017 y la prensa ya publicó en sus titulares que somos a ciencia cierta más de 17 millones de chilenos. A mediados del próximo año estarán disponibles todas las bases de datos para poder fijar políticas a partir de cifras certeras.

Sin embargo, pocos medios hicieron eco de lo arrojado por otro empadronamiento que se entregó la semana pasada, en esta ocasión del Ministerio de Desarrollo Social, el que da cuenta de que 10 mil son los compatriotas que viven vagabundeando en las calles del país… o como reza la siutiquería hipócrita progre, están en “situación de calle”.

De ellos, la mayoría está en la Región Metropolitana, 15% son mujeres y 21% padece problemas de salud severos que, lógicamente, no están bajo tratamiento alguno.

Una cifra en la que vale la pena detenerse un momento de todas las entregadas por este estudio, es que del total de los entrevistados sólo 11% dice estar en la calle por problemas económicos, mientras que 15% responsabiliza al alcohol y/o las drogas de su situación. La cifra desgarradora es que más de 60% dice que la razón de porqué son vagabundos es sufrir conflictos en sus familias.

Y no hay que sorprenderse: la familia ha sido sistemáticamente desprotegida en los últimos años en Chile y con especial fuerza –tal que parece que más que desprotección es ataque– en este el primer y último gobierno de la Nueva Mayoría.

El regreso de Bachelet desde Nueva York con un ramillete de iniciativas ideológicas radicales mamadas en ONU Mujeres y otras abrazadas sin raciocinio ni intuición con tal de ganar una elección holgadamente, han hecho que la familia en Chile haya pasado en poco tiempo a ser un lugar riesgoso y frágil.

La desconfianza y sospecha generalizadas que ya estaban en las calles y en la sociedad en general han traspasado finalmente la última frontera que restaba: la del hogar. Y ese es uno de los legados de quien en campaña se vanagloriaba de ser cabeza de familia.

Obsesiones legales como la de identidad de género dejan a un puñado de niños chilenos con una autonomía biográfica que los lleva a tomar decisiones de las que está demostrado que una abrumadora mayoría luego se arrepiente.

Leyes como aquella que legaliza el aborto en nuestro territorio –y no sólo lo despenaliza como también reza el léxico progre– dejan a muchas mujeres en una situación de inferioridad y desprotección pocas veces vista en nuestro país, en beneficio de una elite ideológica que dice sentirse empoderada con este tipo de iniciativas, mientras el mundo entero, con vasta experiencia en el asunto, les grita lo contrario.

Proyectos como el de matrimonio entre personas del mismo sexo con la posibilidad de adopción, inventan una pirotecnia social –sobre la que desde luego hay que legislar de algún modo– que desdibuja la institución familiar tradicional, esa que lleva moviendo al país desde su fundación.

Y hay más. Ciertas aristas de las reformas educacional, tributaria y de pensiones también introducen incertidumbre y desbarajuste en los hogares del país. Ni hablar del proyecto de nueva Constitución que está anunciado para octubre, cinco meses antes de que acabe el Gobierno.

Algunos podrán ver en esta administración un avance en la adquisición de los derechos civiles postmodernos (y postverdaderos). Otros muchos, recordaremos a Michelle Bachelet como aquella Presidenta que, conducida por la intuición e informada por la prensa cuando alcanza a leerla, entró a la cristalería de nuestros hogares a hacer de las suyas.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Pulso, www.pulso.cl