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Un dios insaciable

¿Por qué existe tanto interés en Occidente por establecer el llamado “derecho” al aborto? ¿A qué puede deberse este notable y persistente empeño que no descansa y que cada vez se amplía más? Parece difícil creer que sólo sea por razones de compasión hacia la mujer (no así hacia el niño), al menos en los casos límite con los cuales se introduce inicialmente esta práctica (como está ocurriendo en Chile), lo cual no es sino el primer paso para llegar al aborto libre, como ya ocurre en tantos países. Aquí no hay que engañarse: si se logran aprobar las tres causales que hoy se discuten, al día siguiente comenzará la lucha por su ampliación.

Dicho de otra manera: algo muy profundo tiene que haber cambiado en el ethos occidental, o al menos en buena parte del mismo, para que en los últimos cincuenta años se hayan invertido tantos recursos y esfuerzos para imponer el aborto, a tal punto, que gracias a su constante expansión, se ha convertido de lejos en el mayor genocidio de la historia humana, con más de mil millones de muertos hasta ahora. Todo lo cual, muestra de paso, lo poderosas que pueden llegar a ser las ideas.

Obviamente sería simplista pensar en una sola causa. Sin embargo, tal vez la razón más poderosa que explica este lamentable fenómeno sea el completo cambio en el modo de entender el fin último de la sexualidad, la que pasó de ser considerada sobre todo un método de procreación, a convertirse en un instrumento de placer, incluso lúdico, que cada vez asume formas más alambicadas. Y en parte, este cambio fue posible, al menos en un principio, gracias a la introducción de la anticoncepción.

En realidad, tan drástico ha sido este cambio de mentalidad sobre el sexo, que la procreación es vista hoy casi como una maldición suya, maldición que debe ser combatida por todos los medios posibles a fin de lograr el llamado “sexo seguro”. Por eso, como los anticonceptivos no bastan (puesto que fallan, se usan mal o no se usan), en el fondo, el aborto se ha convertido en un método anticonceptivo más, la solución final, dicho sea de paso.

En consecuencia, hoy puede hablarse sin miramientos de una idolatría del sexo, es decir, que para muchos sectores se ha convertido en un auténtico dios, ante el cual todo cede y se inclina, hasta la vida de los millones de niños que mueren por el aborto. Incluso podría decirse que estos mártires inocentes son el precio que vastos sectores de nuestras sociedades entregan gustosos a esta nueva deidad, tal como algunas culturas antiguas ofrecían sacrificios humanos para sus dioses. Pero además, en el presente caso, pareciera que estamos en presencia de un dios insaciable.

De esta manera, ¿cuántas millones de vidas han sido cobardemente segadas por esta práctica? ¿Cuántos grandes talentos (intelectuales, líderes, hombres de bien) se han perdido para siempre para la historia humana? ¿Cómo habría sido la historia de nuestro tiempo y futura si hubieran podido nacer?

Pero además, ¿puede una sociedad ser la misma cuando permite esta matanza? Es como si a una tela (similar al tejido social), constituida por el entramado de muchos hilos, se le fueran extrayendo, por aquí y por allá, más y más hebras. Sin embargo, ¿podrá seguir siendo la misma tela (o la misma sociedad) si literalmente se va autoaniquilando?