- VivaChile.org - https://viva-chile.cl -

Posverdad

La Real Academia Española de la Lengua nos ha sorprendido, una vez más, aceptando este neologismo yanqui como parte de nuestra lengua. Y lo define como toda información o aseveración que no se basa en hechos objetivos, sino que apela a las emociones, creencias o deseos del público.

Más allá de la perfección formal de la definición, lo que sorprende es la prontitud para reconocerle carta de ciudadanía en nuestra lengua. El habla es la manifestación cultural más excelsa de cualquier grupo humano. Es, por lo tanto, una creación espontánea, colectiva y que se decanta a lo largo del tiempo en la medida que permite la comunicación de quienes forman ese grupo. La lengua es el resultado de un largo y complejo proceso más que un buen deseo de los círculos dirigentes de un momento dado. Es, por lo tanto, prematuro canonizar un término ajeno a nosotros y, además, de reciente data en el habla inglesa. Más aún, es una palabreja originada en la demagogia política de Estados Unidos y divulgada en la campaña presidencial que vivieron el año pasado.

El rol de la Real Academia es complejo. Desde ya es más que discutible su rectoría sobre el lenguaje dado el carácter colectivo de este, lo que implica anonimato y larga temporalidad para definirse. Y es más discutible aún que nosotros tengamos que atenernos a ella para definir nuestro castellano. En cualquier caso, esa Academia, u otro cualquier organismo, nunca debe apresurarse a reconocer una palabra, sino, por el contrario, debe ser el último, cuando ya su uso y significado se ha decantado y asegura una comunicación fluida e inequívoca. Cuando ha pasado ya el uso por moda, con toda su banalidad, y como lugar común, con toda la vaciedad que conlleva; cuando ha superado la trituradora periodística, cargada de ignorancia o apuros para llenar silencios que se los considera atentatorios a la comunicación. Solo entonces podrá venir una sanción desde arriba.

La certidumbre de las palabras es un elemento esencial de ellas, sin la cual no hay comunicación. Si se pierde esto, entramos de lleno en la Torre de Babel, fallida por la incomunicación que se apoderó de sus constructores. Debemos colocarnos frente a este núcleo de las palabras, para comprender cabalmente lo que implica que la posverdad, según lo aclara el director de la Real Academia, sirva “para hacer locutivamente real lo imaginario, o simplemente lo falso”. Y para mayor claridad cita el dicho popular de que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. A continuación completa su explicación refiriéndose a que “lo real no consiste en algo ontológicamente sólido y unívoco, sino, por el contrario, en una construcción de conciencia, tanto individual como colectiva”. Dicho en buen castellano, lo real es cualquier cosa que imaginemos. Un término que conlleva esta indefinición no puede ser sino objeto de atenta y prolongada observación.

El idioma protege el alma de los pueblos que lo hablan. El castellano abarca geográfica, política y culturalmente a un enorme continente, y más aún. Y somos de alma indiana-barroca, lo que significa que cualquier imprecisión nos remite sin destino al país de nunca jamás. Quizás por esto mismo, en los grupos más apartados y rústicos, en los campesinos de las más remotas regiones, es donde perviven con mayor fuerza los rasgos originales, que se traducen en un habla parca, pero fuertemente comunicativa y rigurosamente castiza (y esto se percibe en todo el continente).

Es en las ciudades, en los centros más “civilizados”, donde la lengua se nos desdibuja. Es en este ámbito urbanizado donde el límite entre la imprecisión y la mentira se difumina, para fingir la existencia real de algo expresando una apariencia de verdad. Y no podemos olvidar que la mentira solo se sostiene mediante la violencia, que hoy ya no fusila a las personas, sino que solo exige un acto de adhesión, una complicidad con ella, una hipocresía, es decir, una falsa apariencia de virtud o devoción. Es el lenguaje de lo políticamente correcto. ¡Ay del que no se atiene a esta regla! Lo trituran por los medios de comunicación y por las redes sociales.

¿Quiere decir que posverdad es una manera de recurrir a la hipocresía para mentir? Seguramente en la Real Academia no llegaron a este extremo en sus consideraciones. Por lo mismo, es necesario, como nunca, dejar pasar el tiempo para que decante su contenido y sepamos a qué atenernos. La claridad de lo inequívoco es una manifestación de la luz que vincula y comunica a los hombres. De lo contrario, abrimos paso a la mentira como cimiento social.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago.