En Chile podrá tener más valor un animalito que un ser humano

Mauricio Riesco Valdés | Sección: Política, Vida

Nuestro país está siendo atenazado por las garras de Satanás. El Senado de la República, al igual que lo hizo antes la Cámara de Diputados, votó y aprobó la semana pasada la legalización del aborto en Chile. Y si como última instancia el Tribunal Constitucional resolviera rechazar la impugnación del proyecto que presentarán los parlamentarios Pro-vida, este rincón del mundo se sumaría a los países que cultivan y promueven la muerte. También en Chile el útero de la madre podrá ser legalmente el lugar más peligroso para vivir, aunque sea por apenas nueve meses.

El proyecto de ley sobre el aborto que envió la Presidenta de la República al Parlamento aquel infortunado día 31 de enero de 2015, lo encabezaba señalando “Tengo el honor de someter a vuestra consideración un proyecto de ley…”; no sé cómo haya podido éste conferir honor alguno a quien lo patrocinó, médico de profesión. En el preámbulo de su proyecto, ella argumentaba que el Estado debe “proteger la vida del que está por nacer”, pero que debe, también, “equilibrar” (ese término empleó) aquella obligación, con la de “regular la interrupción del embarazo”.

No obstante, en ninguno de los únicos tres desdichados artículos de su propuesta, indicó cómo se consigue la enrevesada tarea de balancear la protección de la vida con la eliminación de ésta. Dijo la Presidenta en su mensaje que la normativa vigente “no responde al trato digno que el Estado de Chile debe otorgar a sus ciudadanas”. Esa, quizás, haya sido la motivación que tuvo ella para buscar el comentado equilibrio. Pero, vale la pena aclarar un punto: la primera y más clara demostración del trato digno que hasta ahora les ha podido dar el Estado a nuestras mujeres, ha sido permitirles a ellas mismas llegar a nacer impidiendo su propia muerte a manos de terceros.

Al leer el proyecto aprobado por el Parlamento que permite quitar la vida humana, resulta ineludible traer a la memoria la ley 20.380 sobre el cuidado que se les debe a los animales en nuestro país; es que comparar el texto de esta ley con la comentada iniciativa, revela un contraste tan estremecedor que ofende el más elemental sentido común.

Unos pocos ejemplos: la ley nos obliga a “proteger y respetar (los animales), como seres vivos y parte de la naturaleza”. El comentado proyecto recién aprobado, en cambio, legalizará la muerte intencional de otros que también son seres vivos y parte de la naturaleza. Aquella ley exige a las personas que tengan un animal, “cuidarlo y proporcionarle alimento y albergue adecuados, de acuerdo, al menos, a las necesidades mínimas (…) y a los antecedentes aportados por la ciencia y la experiencia”. La misma ciencia y experiencia, no obstante, nos enseñan que las necesidades mínimas de un niño por nacer son, también, el alimento y albergue adecuados que le proporciona la madre en su vientre. Pero ésta quedará legalmente facultada para eliminar a su hijo, aunque obligada por otra ley a cuidar de su animal.

La referida norma, asimismo, ordena que “En el (…) sacrificio de animales deberán emplearse métodos racionales tendientes a evitarles sufrimientos innecesarios”; mientras, en el Parlamento se aprobó un proyecto que ni siquiera recomienda o sugiere algún tipo de “método racional” (¿?) para evitar el sufrimiento innecesario de la criatura que se eliminará. ¿Es que son más sensibles los animales? Dispone aquella ley, también, que a los niños “en sus niveles básico y medio, (se les) deberá inculcar el sentido de respeto y protección (a los animales), como seres vivientes y sensibles que forman parte de la naturaleza” pero, entretanto, se faculta a las niñas mayores de 14 y menores de 18 años (nivel medio), para “manifestar por sí su voluntad para la interrupción de su embarazo”, es decir, para eliminar el niño de su vientre. La propuesta de la Presidenta hace referencia a la objeción de conciencia como razón válida para que el médico no mate el feto; no obstante, lo obliga “cuando la mujer requiera atención inmediata e impostergable y no exista otra persona que pueda realizarla”.

¿No es todo esto, acaso, un completo y aberrante contrasentido, un manejo kafkiano de la vida? ¿No es una trampa escudarse en la dignidad de la mujer para atentar contra la dignidad de un inocente? ¿Es que en la balanza de la ley pesa más un animalito que un ser humano?

Y al final de su proyecto de ley, la Presidenta terminaba con un “Dios guarde a V.E.” Es triste, no obstante, despedirse de aquella Excelencia ignorando a todos los niños que se les podrá dar muerte antes de nacer; es indudable que también ellos necesitarán que Dios los guarde.