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Simplemente Portales

El 16 de junio de 1793, nació don Diego Portales y Palazuelos. Este aniversario de su natalicio no es uno más. Hay razones de sobra para preguntarse quién era y qué hizo y, sobre todo, si su obra aún tiene razón de ser.

En lo personal, Portales era un hombre enigmático, una mezcla de finas maneras aristocráticas y criollismo. Práctico, sin distorsiones de la realidad dictadas por antojos ideológicos. Un hombre de negocios, por ello, ejecutivo y pragmático. A esto se debe la grandeza de su obra, pues, se funda en la realidad y no en meras ilusiones.

Como ministro del Interior y Relaciones Exteriores, Diego Portales organizó la República, permitiendo así que nuestra patria fuera el primer y, por mucho tiempo, único país organizado de la América hispánica. Es imperecedera su concepción de un Estado austero y eficiente, con un Ejecutivo fuerte, a cargo de gobernantes modelo de virtudes y patriotismo.

Su obra en Relaciones Exteriores es menos conocida. De su realismo político, se desprenden cuatro actitudes básicas que Chile debía tener: políticamente nacionalista, económicamente integracionista, militarmente defensiva y navalmente hegemónica. Una muestra de su gran visión radica en su postura antibloques regionales, coincidente con la de Metternich en el Congreso de Viena (al respecto, consultar de Mario Barros “Historia diplomática de Chile”). Sin duda, Portales concebía a Chile en grande, por ello, su rechazo categórico a la Confederación Perú-Boliviana. En esta línea se enmarca su declaración: “Somos pobres, pero somos nación”. Chile no podía ser menos.

Hoy, el Estado portaleano enfrenta una muy peligrosa ofensiva. Uno de los logros de Portales fue terminar con el caudillismo, lo que minaba decididamente la soberanía del Estado. Aunque no lo parezca, este fenómeno está ad portas. La elección de gobernadores e intendentes terminará convirtiéndose en una versión moderna de caudillismo. Ante una fiebre electorera que plantea que la solución al desprestigio de la política es la elección masiva de cargos y no los gobernantes modelo de virtudes y patriotismo, ¿qué puede suceder? Es simple, los ciudadanos más idóneos por méritos morales e intelectuales no querrán experimentar los costos de participar en una actividad desprestigiada porque también se desprestigiarán y, además, recibirán insultos, agresiones y más. Quedará el campo libre para los caudillos de segunda categoría. Esta situación se evita manteniendo la designación presidencial de las mencionadas autoridades y designando políticos locales para cumplir con una mejor descentralización, además de darles a las provincias y regiones más autonomía por otras vías.

Otra amenaza a la obra de Portales, radica en el debilitamiento de la autoridad presidencial. La historia insiste en demostrarnos que un Ejecutivo fuerte es garantía de orden y eficiencia. ¿Cuántas veces los presidentes se quejaron de ser rehenes del Congreso? Los presidentes que hicieron buenos gobiernos contaban con atribuciones necesarias para gobernar.

El panorama no es auspicioso: un Ejecutivo debilitado y fiebre electorera.

Resulta imposible mencionar en un artículo el legado del gran ministro Portales y las implicancias de éste. Por ello, para abordar mejor su obra, tal vez resulte más conveniente detenerse en el político.

Se han dicho muchas cosas de Portales, pero nunca se ha negado su influencia mayúscula en la vida nacional. Ha sido calificado de variadas formas: desde tirano, por el liberalismo de José Victorino Lastarria, hasta de titán, por el particular estilo de Miguel Serrano.

Para poder dimensionar quién era, debemos remitirnos a quienes lo han estudiado. El reconocimiento ha cruzado las fronteras: según Miguel de Unamuno, lo único serio que hubo en América fueron las fundaciones de los jesuitas en Paraguay y la obra de Portales en Chile. El destacado historiador de Cambridge Simon Collier reconoce sus méritos como organizador de la república.

En Chile, sus críticos se han focalizado en sus métodos para poder atacarlo. José Victorino Lastarria criticó fuertemente los métodos de Portales, pero reconoció en él un hombre que ejerció el poder cuando otros no se atrevieron a hacerlo y que terminó con el caos. En la misma línea, otro liberal, Benjamín Vicuña Mackenna también le reconoce el mérito de asumir una responsabilidad que otros rechazaron. Además de tirano, lo calificaba de audaz, patriota, genio y que donaba su sueldo a las milicias republicanas. Esta institución se trataba de una milicia cívica, cuyos fines eran proteger al gobierno en caso de alzamientos militares y proporcionar una actividad sana a la población. No sería mala idea crear una instancia para inculcar servicio público y civismo a la juventud.

Rafael Sotomayor tiene una postura menos crítica. Lo reconoce como el creador del orden público sobre la base de instituciones republicanas.  Este fenómeno es fundamental en un Estado de verdad, pues, se respeta la legalidad, sin importar quienes ejerzan los cargos, porque lo permanente es la institucionalidad, lo que dio origen a nuestro característico legalismo. Además, Sotomayor sostuvo que Portales simbolizaba el patriotismo, el espíritu público y el don de gobierno. Considera una proeza o casi milagro la creación de la República.

Benjamín Vicuña hizo una comparación muy especial. Según él, Portales se parecía a Julio César. No parece una exageración, pues, este historiador lo que plantea es que ambos personajes, pese a sus métodos, brindaron grandes servicios a sus respectivas repúblicas. Como hecho curioso está que los dos murieron asesinados por traidores. Hay algo que agregar sobre este punto: ambos estadistas ejercieron el poder por poco tiempo y, sin embargo, dejaron una impronta muy duradera. Si Portales hubiera brillado en un país importante, sería, sin duda, un personaje de renombre mundial como Napoleón o Bismarck.

El Estado portaleano se enfrenta a cuestionamientos sustentados sólo en ideologías, lo que es gravísimo. Nos dio y nos sigue dando unidad y orden, en una región en que estos bienes no abundan. Representa nuestra tradición republicana. Puesto que el mundo es cambiante, tal vez haya que revitalizarlo, pero en ningún caso destruirlo.