Si no les gusta la UC, ¿a qué vinieron?

Johnny Olate | Sección: Educación, Religión, Sociedad

Distintos pueden ser los factores por los que un estudiante decide unirse a una institución a recibir formación profesional; en particular, si de la Universidad Católica se trata. Los argumentos más comunes que se mencionan desde el estudiantado son “visión de sociedad”, “formación de excelencia” (número uno a nivel nacional según ranking QS), “cómoda infraestructura y ambiente” (materiales en los campus, cantidad de paros y convivencia cívica), alta empleabilidad, etc.

Sin embargo, resulta fundamental para efectos del mensaje que se busca entregar en esta columna, entender cuál es la esencia de aquella comunidad que tiene como protagonistas a maestros y discípulos. Pareciera ser que en la doctrina existe un consenso en que la finalidad común de todas las universidades es la búsqueda de la verdad. En palabras del gran escritor Jorge Millas, cuando trata sobre la tarea que se debe realizar en estas instituciones, él reflexiona que “el saber superior es la única medida de la esencia y existencia universitaria”.

Luego, si acotamos al modo por el que estas instituciones llegan a esa verdad, varían en cada caso particular, existiendo una importante diversidad de proyectos educativos que difieren unos de los otros, a tal punto, que aquella verdad o aquella visión que se posee sobre los medios para llegar a ella, se contraponen entre sí. Sin embargo, el debate sobre la existencia y realidad de esa verdad no es algo que se pretenda suscitar acá.

Cuando analizamos cuál es la misión universitaria de la Pontificia Universidad Católica de Chile, con sólo conocer su nombre, orgánica e historia, no resulta complejo saber que está ligada a su carácter confesional y a la misión evangelizadora de la iglesia. Pero si se desea profundizar sobre esto, en su declaración de principios explicita de forma clara su vinculación con lo que ahí se menciona como “el pueblo de Dios” o si se quiere entender de otra forma, con el carácter propio de la cultura en que se encuentra inmersa nuestro país, que es la cristiana-occidental. Sin el ánimo de generar juicios de valor al respecto (al no ser parte de la pretensión de esta columna), y por evidente que parezca, dejémoslo enunciado.

Lo anterior es muy relevante –si no esencial– para discutir sobre la conveniencia o inconveniencia de conductas, actividades e iniciativas que han venido trayendo a nuestra universidad, integrantes de organizaciones como “Iguales” o la “SEGEX”.

Soy un férreo creyente de la libertad, en la que cada ser humano, dentro de su campo de autonomía, se puede desarrollar de la forma que estime conveniente, siempre y cuando respete a su entorno y a las personas que integran los espacios en que se desenvuelve. Entonces, ¿cuál es el propósito de un grupo que entra a una universidad confesional, con unos principios conceptuales especificados en la doctrina de la Iglesia Católica, en la historia de nuestra institución y en su declaración de sus principios, al promover por medio de manifestaciones, ideas o conductas que la contravengan? ¿Qué intencionalidad hay detrás de una manifestación en la que se trae a un candidato a diputado a burlarse de un profesor asesinado por defender las mismas ideas de la institución a la que pertenecía? ¿Acaso no sabían al momento de matricularse que se encontraban frente a una universidad confesional? ¿Lo hicieron para modificar o destruir desde su interior ese sello valórico que ha sido elegido por generaciones de estudiantes y profesionales que han realizado un indudable aporte a forjar el carácter de nuestro país? ¿Lo desconocían? De ser así, ¿es correcto que lo intenten suprimir? ¿Por qué elegir el patio de una facultad con una enseñanza objetiva sobre la moral –la compartamos o no–, para realizar actividades que desafían esa visión?

Son infinitas las dudas que nacen a partir de este extraño fenómeno en que estudiantes se unen a una casa de estudios para desafiar sus principios (teniendo otras opciones). El deseo no es hacer un juicio de valor respecto a sus formas de actuar objetivamente totalitarias, pero sí manifestar que existe preocupación respecto a la polarización, violencia y pérdida de diálogo al interior de la universidad. Si esto no se detiene, la Universidad Católica podría ser destruida arbitrariamente, y por dentro, por quienes no comparten los principios cristianos y, como consecuencia de ello, se le coartaría a futuras generaciones, la posibilidad de elegir una formación basada verdaderamente en esos principios

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por elPUClítico, www.elpuclitico.cl .