Reforma

Adolfo Ibáñez S.M. | Sección: Historia, Política

El proyecto de reforma constitucional que acaba de presentar un grupo transversal de senadores apunta a instaurar un semipresidencialismo, con una referencia al sistema francés. Punto uno: se mira una vez más un modelo extranjero; punto dos: se ignora nuestra trayectoria política y lo que ha sucedido en torno al eterno debate presidencialismo-parlamentarismo que atraviesa nuestra historia. Además, se refuerza el escandaloso sistema de reemplazo parlamentario.

Se presenta una figura de semi Primer Ministro. Se argumenta que facilitará formar mayorías; que dará mayor flexibilidad, estabilidad y respaldo al gobierno; que se alcanzará un mejor entendimiento entre gobierno y Congreso, y que dinamizará la capacidad del Ejecutivo. No ha habido un debate previo al respecto y las noticias son bastante escuetas. El problema es si contribuirá verdaderamente a una mayor gobernabilidad o será un nuevo paso en el camino a destruir esa posibilidad.

La eliminación de los senadores institucionales significó perder los consensos en torno a ciertos fundamentos básicos de la convivencia. La eliminación del binominal, ya se ve con claridad, destruirá el orden en torno a mayorías y minorías, situación que ya estamos viviendo por el desorden de la Nueva Mayoría. Esta nueva reforma, mirada a la luz de nuestra historia, significará poner mayorías transitorias a la cabeza del gobierno. Y, más que transitorias, a grupos de poder para beneficiarse del botín de la administración pública para servir a sus clientelas.

Las mayorías transitorias presionarán para que ese Primer Ministro las obedezca. Y ellas se construirán sobre la base del reparto del botín y luego producirán un simulacro de “programa” para la galería. Todo esto ya lo vivimos, ya lo conocemos. No solo el parlamentarismo, acabado con la Constitución de 1925, sino también el desorden de los gobiernos y la inflación crónica de mediados del siglo XX, producto en gran medida de la repartija del Presupuesto Nacional que predominó sin contrapeso. Una situación muy parecida constituye hoy el drama de la Nueva Mayoría. No podemos tampoco dejar de prever un desfile de parlamentarios ganosos de ser ministros para asegurarse una espléndida exposición de cara a las siguientes elecciones. Cabe preguntarse si el problema no radicará en falencias de fondo del mundo político para darle gobernabilidad al país. Nuestra historia nos presenta ese defecto con reiteración monocorde a lo largo del tiempo.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago.