La La Land y el individualismo

Antonio Argandoña | Sección: Familia, Sociedad

Vi hace unos días la oscarizada película “La La Land. La ciudad de las estrellas”. Brillante. Al final me dejó un sabor de boca amargo: una pareja que se quieren, pero que acaban en el fracaso. Bueno, en el fracaso como pareja, porque cada uno de ellos triunfa: el chico tiene su club de jazz, y la chica conquista el puesto que deseaba en el cine. La promesa que se hacen, “te querré siempre”, no se ha cumplido. ¿Por qué? Mi diagnóstico fue: porque tienen dos proyectos individuales y ningún proyecto común. Los primeros salen bien, pero como no hay lo que un filósofo llamaría un “bien común”, la pareja, el matrimonio, la familia, el grupo, llámesele como se quiera, fracasa.

Me temo que esto no se limita a Hollywood, sino que se da también en nuestras sociedades “avanzadas”, donde prima el individuo. Anthony Giddens explica que hoy en día predominan las “relaciones puras”, las que cada uno establece libre y voluntariamente, si quiere, porque quiere y mientras quiera. ¿La familia? ¡Oh!, es un factor de dominación, de machismo, de dependencia: los padres dependen de los hijos, los hijos de los padres, el marido de la mujer y viceversa, los ancianos de los jóvenes… ¡Basta de tiranías!

Así vamos soltando vínculos. Leí hace un tiempo que en Suecia la mitad de las personas viven solas, y muchos viejos mueren solos y nadie se entera hasta que, el cabo de los días, el mal olor atrae a los bomberos… Esto no es una casualidad, sino que es fruto de un planteamiento deseado del Estado del bienestar, que garantiza que todas, absolutamente todas, mis necesidades las satisfará el Estado, desde la cuna hasta la tumba. No necesito a nadie. Y así es: tengo mi escuela, mi universidad, mi seguro de enfermedad, mi pensión… La soledad y el aburrimiento son algunos de los costes de ese planteamiento de la sociedad.

Me preguntará el lector: pero, ¿esto significa que uno de los dos debe prescindir de su proyecto personal, el chico del jazz o la chica del cine? Presentémoslo de otro modo: los dos proyectos personales son proyectos individuales, que prescinden de la pareja. Son planes que vienen de antiguo, y la otra parte no participó en su elaboración, de modo que no se dejó sitio para ella. O, con otras palabras, no hay alternativa: o sale mi proyecto y el tuyo no, o viceversa. ¿Podemos pensar en un plan compartido? No, ya no. Y probablemente es posible, aunque no tal como como yo lo diseñé en mi cabeza hace unos años…

La escena final de la película presenta al chico, solo, tocando el piano, y a la chica, casada con otro y madre de una niña, mirándose de lejos y esbozando una media sonrisa, que parece algo así como… “bueno, qué le vamos a hacer; lo nuestro no fue posible; te deseo buena suerte”. Cuando damos prioridad a los proyectos personales, sin contar con el otro, la vuelta atrás es muy difícil, porque hemos perdido la capacidad de volver a coger compromisos, de recuperar la sociabilidad perdida. Lo malo es que nos damos cuenta cuando ya no hay solución; en algunos casos, cuando uno se hace viejo y se encuentra solo, irremediablemente solo… salvo que encuentre a alguna de las hijas de la Madre Teresa de Calcuta o alguien parecido, que sea capaz de darle algo de ese amor al que el anciano renunció hace años. Y si no encuentra a ese ángel de la guarda, se morirá pensando que esa vida no valía la pena…

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por el autor en http://blog.iese.edu/antonioargandona.