La base del matrimonio

Patricio Acevedo | Sección: Familia, Política, Sociedad

No puede ser que los prejuicios añejos sean más fuertes que el amor”.

Con esta explicación, la Presidenta de la República anunció que enviaría al Congreso un proyecto de ley para establecer el matrimonio homosexual en Chile.

A pesar de la constante campaña a favor de alterar la definición misma del matrimonio, en la televisión, en el Estado, en las élites culturales, sociales y políticas, esta iniciativa todavía enfrenta fuertes resistencias. Cuando la única opción aceptable en público es la completa sumisión del entendimiento y la voluntad a las pretensiones del lobby gay, y cualquier alternativa o escrúpulo al respecto es denunciada como el epítome de la intolerancia (y por lo mismo, intolerable), sorprende encontrar que un 60% todavía quiere mantener el matrimonio como la unión entre un hombre y una mujer.

Es que el matrimonio nunca será un detalle menor en la forma como la sociedad decide organizarse. En las leyes de matrimonio civil hay muchas normas de detalle, que se modifican todo el tiempo. Cambia al régimen de los bienes, a los requisitos para contraerlo, o sus efectos sucesorios, etc. Esto son aspectos periféricos, que se resuelven sin mayor controversia, como un asunto técnico donde la gente no tiene mayor interés. En cambio, decir que dos hombres podrían casarse provoca preocupación y debate. Existe en la población la intuición de que algo no anda bien, que es una mentira sobre la esencia misma del matrimonio, y que desprestigia a la ley que la acoja y la apruebe.

Sin embargo, convertir esa intuición en un argumento razonable requiere un esfuerzo. Lo habitual es intentar apaciguar los ánimos con soluciones de compromiso, como establecer uniones civiles que son matrimonio en todo menos en el nombre, o admitir que dos hombres se casen pero no que adopten niños.

Nuestro esfuerzo, entonces, será hacer explícito ese argumento.

Comencemos con algo obvio: Hay una regulación legal que se refiere al núcleo del matrimonio y otra que sólo versa sobre aspectos periféricos. La ley debe decidir si la esposa recibe el 50% o el 25% de la herencia de su marido, pero parece que esta cuestión no afecta la esencia de la institución. Lo mismo, si se puede contraer a los 16, 18 o 21 años, o si es necesario previamente acreditar ante el oficial público celebrante el domicilio de los contrayentes. Estos y muchos otros detalles deben estar en la ley, pero no importa tanto qué alternativa se establezca, ni hay tanto debate. En cambio, hay otros ámbitos donde la cuestión es más delicada. Por ejemplo, cuántas personas pueden casarse, si cabe ponerle un plazo, o si lo pueden contraer dos hermanos, o dos personas jurídicas. La diferencia de sexo entre los contrayentes pertenece a esta segunda categoría de preguntas, pues afecta la esencia misma del matrimonio. No es solo cuestión de cambiar una palabra y a nadie le va a importar.

Pero, ¿en qué consiste esa esencia?

Muchos creen que la esencia del matrimonio es el amor. A juzgar por las palabras de la Presidenta, esa es también la respuesta oficial del Estado chileno. El amor justifica que dos personas decidan llevar una vida en común y el Estado debe certificar ese acuerdo. Por lo mismo, si el amor se acabó, el matrimonio tampoco puede continuar, y así tenemos leyes de divorcio cada vez más expedito.

La decisión de llevar una vida en común es esencial al matrimonio, pero no es la única.

El problema con la respuesta oficial es que no nos explica otros aspectos del matrimonio que también parecen importantes. Por ejemplo, que sólo dos personas puedan casarse. El amor puede existir entre tres o cuatro personas que llevan una vida en común, y sin embargo, la ley no permite que se casen. Si la esencia es el amor, tampoco se explica por qué exigir una edad mínima a los novios. Dos jóvenes de 15 años pueden enamorarse tanto o más que dos adultos. También se prohíbe que dos hermanos se casen, incluso si desconocían ese vínculo antes de enamorarse. Las estrictas regulaciones de la ley civil en cada uno de estos aspectos quedan como meras sugerencias arbitrarias, si de todo lo que se trata es de “los prejuicios añejos no sean más fuertes que el amor”.

Recordemos que en derecho existe el principio de la “autonomía de la voluntad”, que lleva a que los particulares puedan celebrar toda clase de contratos, y modificar sus efectos, siempre que no se afecte el orden público. Tratándose del matrimonio no se aplica ese principio. Nadie puede establecer cláusulas de duración del matrimonio, o eximirse del deber de fidelidad, por ejemplo.

¿Qué tiene el matrimonio que dos adultos no pueden hacer lo que quieran en él? ¿Acaso el amor no es una cuestión privada, donde no interviene el Estado? ¿De dónde viene esta necesidad de aprobar o desaprobar lo que ocurre en las alcobas de la ciudad? ¿Qué tiene el amor que debe hacerse un asunto de interés público, a través del matrimonio?

Si estás leyendo esto en una web católica ya conoces la respuesta a tanta pregunta retórica: la base del matrimonio no es el amor, sino el cuidado y educación de los hijos en común. Sólo al reconocer que la esencia del matrimonio son los hijos, todo calza en su lugar.

Los parientes no pueden casarse por el alto riesgo de deformidades genéticas.

Dos adolescentes tampoco, porque no están preparados para educar a los hijos que muy probablemente tendrán en corto tiempo.

Ponerle un plazo de duración al matrimonio atenta contra su esencia, porque no sabes de antemano cuántos hijos tendrás y cuáles serán sus necesidades de educación o de cuidado.

También explica que sólo dos personas puedan celebrar un matrimonio, no tres, cuatro o una. Resulta más eficiente apelar del instinto paternal para cuidar y educar a los niños, antes que dejarlo entregado a una o más personas indeterminadas.

Al Estado le interesa regular el matrimonio porque las personas casadas tienen sexo, el sexo produje hijos, y esos hijos requieren cuidado y atención por muchos años antes de poder convertirse en ciudadanos.

Cada una de estas características esenciales del matrimonio no tienen sentido, si de todo lo que se trata es de amor entre adultos. Por eso, la idea de que el cuidado de los hijos, y no el amor entre adultos, es la mejor respuesta acerca de la esencia del matrimonio.

Esas son las dos concepciones en competencia cuando se trata de hablar de matrimonio: amor vs. hijos. Si todo se trata de amor sexual entre adultos, entonces los gay serían bienvenidos en la institución, pero también los bisexuales y polígamos. Y los incestuosos, y los defensores de la efebofilia. En cambio, si la cuestión de fondo es proteger a los niños mediante el compromiso de sus padres de estar a su lado, entonces los gays cuentan con amplia libertad para celebrar contratos privados, pero no un matrimonio. Y todos los parlamentarios que respaldan el matrimonio gay deberían ser denunciados por crímenes contra la niñez.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por el autor en su blog La Esfera y la Cruz, http://infocatolica.com/blog/esferacruz.php.