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Yerkoprolalia y postverdad

Cecilia Pérez es su última víctima fuera del estudio. Yerko Puchento nuevamente ha dado que hablar con sus bromas subidas de tono que, en esta oportunidad, apuntan directamente a la apariencia física de la ex ministra.

Por suerte, Pérez tiene epidermis gruesa y puede defenderse con fuerza ante los ataques del personaje. Sin embargo, es bueno extraer ciertas lecciones de este incidente:

Primero, que en la tan aclamada “Era de la postverdad” parece que la regla del empate permite embestir a quien haya atacado a un tercero, bajo el manto quimérico de un “tu insolencia justifica la mía”. Es decir, los nuevos poderosos como Yerko pueden atacar a Cecilia Pérez porque, supuestamente, ella insultó antes a la Presidenta Michelle Bachelet en un tweet.

La escena deja a Puchento como una versión patética de Robin Hood, pues hace justicia desde el humor para destruir a los que aparentemente ha querido hundir. Y de paso con ello –por cierto– ganar fama, dinero y aplauso.

Segundo, que la misma postverdad permite esgrimir pruebas que —sólo para quien se da el trabajo de buscar su origen— resultan falsas. Así, el ya manoseado tweet en el que eventualmente Cecilia Pérez llamaba “gordis” a la Presidenta Bachelet ha servido como justificativo suficiente para atacarla dos –ya veremos este jueves– noches en horario prime.

Resulta que el tweet en cuestión fue originado por un tercer usuario que mencionaba a Pérez para que opinara sobre un eventual regreso de Bachelet a La Moneda, tiempo atrás. Ese puñado de caracteres se guardan, por años de poco raciocinio y distorsión, para lanzarlo como comodín en una instancia falsa, desproporcionada y atemporal.

Tercero, que la postverdad ha terminado por destruir lo que como sociedad se entiende por humor. Lo que parece puntual del Festival de Viña se ha ido colando por las pantallas del televisor durante todo el año. Va más allá de los garabatos del Profesor Salomón y Tutututu, o la grosería inteligente de Melón y Melame. Es llevar al límite del linchamiento verbal a figuras popularmente desprestigiadas, por ejemplo, por el hecho de ser políticos.

Pasamos de los tartamudos y deformes (como el desproporcionado cabezón que escribe esta columna) a los homosexuales con relativa calma. Pero ahora, víctimas de la postverdad y de lo políticamente correcto, creemos que en el humor hay temas que no deben ser tocados, cuando el asunto tiene exclusiva relación con el tono con el que cualquier asunto sea retratado. El humor no tiene límite temático, tiene fronteras en su tono e intención.

Cuarto y último, la postverdad permite que un Gobierno que lo único que ha hecho por las mujeres es amordazarlas en una ideología rodeada de eslóganes y frases hechas, no se digne –al menos desde su instancia especial para las mujeres– a defender a una de las suyas simplemente porque es opositora.

En ese sentido, el feminismo podría al menos aprender de solidaridad de género como la existente en Estado Unidos y otros países también enredados en ese debate. De poco sirven afiches que denuncian que hasta un cuchicheo puede ser violencia, si no se reacciona al grito público hacia una mujer (y con máxima audiencia) de un sujeto oculto en un personaje. El aún tibio cadáver de la Nueva Mayoría nos recuerda que también se volcó en crear Nuevas Minorías.

En definitiva, Yerko Puchento es sólo una muestra de la peligrosa relación entre humor y postverdad, lo que finalmente deviene en coprolalia dañina para un país ya dividido.

Bienvenidos a la época de Yerko Prolalia.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero, www.ellibero.cl.