Alucinaciones presidenciales

Alvaro Pezoa B. | Sección: Política

“Cuando visito regiones, como hoy acá en Biobío, y veo lo que hemos avanzado, confirmo que valió mucho volver a Chile para ser Presidenta”, escribió ella en su cuenta personal de Twitter el viernes pasado estando de gira en esa zona. No deja de ser sorprendente la desconexión con la realidad que esta declaración deja de manifiesto. Al punto que pareciera tratarse de una verdadera alucinación. Esto en el sentido más literal del término, es decir, una ofuscación o un intento por seducir haciendo que se tome una cosa por otra. O, en todo caso, al menos un fantaseo o confusión. Los crudos hechos que arroja el segundo período de gobierno de Bachelet contrastan frontalmente con la imagen que ella se forja y transmite sobre el mismo. A estas alturas pocos, incluso entre quienes votaron por ella en 2013, se animan a afirmar que haya sido un acierto su regreso a La Moneda. La idea ampliamente predominante, en cambio, es que el tiempo corrido de este cuatrienio ha sido francamente malo.

La desvinculación de la primera mandataria con la verdad no resulta novedosa. No es la primera vez que se muestra alejada de la realidad y se despacha desaciertos comunicacionales como el señalado. La raíz de ambos aspectos descansa en un factor de innegable efecto hipnótico: el vértigo ideológico que parece embargarla. El mismo que le haría ver como adecuadas reformas estructurales que a todas luces no lo son, ni teórica ni prácticamente, como las que su gobierno se ha empeñado en sacar adelante (tributaria, laboral, educacional y constitucional) a todo trance; que la incapacitaría para reconocer el carácter terrorista del vandalismo declarado en la Región de La Araucanía y adoptar las decisiones correctivas consecuentes; que le generaría cierta ceguera para advertir los magros resultados obtenidos por la economía durante los últimos años y percibir que sin crecimiento económico es virtualmente imposible dar cabida al mayor desarrollo y justicia social que dice anhelar para Chile; que la obnubilaría en el camino hacia la conformación de una sociedad de derechos (sociales e individuales), sin la contraparte de los consiguientes deberes y responsabilidades; y más.

La cuestión de fondo radica en que la sociedad chilena concreta y singular no parece ser en general lo relevante para Bachelet a la hora de comprender sus necesidades y concebir las soluciones que éstas reclaman. Prima, en cambio, una concepción a priori y abstracta de lo que aquella y sus ciudadanos deben (llegar a) ser, independientemente de sus naturalezas y características peculiares. Por cierto, este es el rasgo propio y distintivo de las cosmovisiones ideológicas, siempre enajenadas y enajenantes. La acción política se realiza entonces de espaldas y hasta en contra de la realidad, no importando cuánto daño o destrucción social pueda generar ella. Se retorna así al recordado “avanzar sin transar” –que, imbuido de rasgos mesiánicos, impulsa a perseverar contra toda evidencia camino al despeñadero–. Lo señalado no revestiría mayor gravedad si se estuviese haciendo referencia a las fantasías de un miembro común y corriente de la patria, pero lamentablemente corresponden a las ilusiones de una persona que desde la primera magistratura de la nación ha demostrado estar dispuesta a gastar todo el enorme capital político obtenido en aras de intentar materializar auténticos malos sueños utópicos, procurando voluntaristamente tornar en realidad las alucinaciones presidenciales.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Tercera.