“Me siento culpable”

Gastón Escudero Poblete | Sección: Sociedad

Me pasa algo raro: hace tiempo que me vengo sintiendo culpable ‒me comentó mi amigo cuando le dije que lo notaba preocupado‒.

¿Culpable de qué?‒ le pregunté.

De distintas cosas. Mira, cuando hace un par de semanas se celebró el día de la mujer me volvió a ocurrir. ¿No te pasó a ti? Me gusta ser hombre, pero los medios de comunicación hablaron tanto de lo que mal que las mujeres han sido tratadas por los hombres desde el principio del mundo que me sentí culpable.

No seas tonto, tú no eres culpable por lo que hagan otros sino por lo que haces tú mismo. Además siempre te he dicho que admiro la forma en que tratas a tu señora.

¡Ese es el punto, que el discurso políticamente correcto me hace sentir culpable a pesar de que no lo soy! ‒dijo alzando la voz.

Cálmate viejo, a tu señora no le hablas así. ¿Con qué más te pasa esto?

¡Con todo! Por ejemplo, siempre he sido partidario de la obra del gobierno militar y fui del 43% del país que votó “sí” en el plebiscito, pero resulta que ahora tengo que explicarle a mis hijos que no soy cómplice pasivo de nada, como dice la izquierda. ¡Ellos, que gritaron a los cuatro vientos que iban a matar para llegar al poder!

Déjame recordarte que eso de los cómplices pasivos no viene precisamente de la izquierda. Pero no entiendo por qué te afecta.

¡Es que no le achunto a ni una! Mira: soy católico, quiero a mi Iglesia y procuro ser consecuente con mi fe, por lo que me llaman “extremista”; si fuera católico “a mi manera” estaría más a la moda, pero no puedo ser así. Como dice la canción, “no he sido siempre un santo” (por decir lo menos), pero creo en los sacramentos, en la oración, en…

Ya, ya, lo sé, pero…

Déjame continuar. Estoy convencido de que el matrimonio es para toda la vida. Es cierto que cuando la flaca se pone mal genio me dan ganas de mandarla a la punta del cerro y buscarme una más joven, pero cuando me casé me comprometí para siempre y además nunca me perdonaría a mi mismo si la hiciera hacerla sufrir; creo que no podría vivir sin ella (todo esto entre nosotros po´ h…).

¡Obvio! Pero no entiendo que eso te haga sentir culpable.

¿No? Cuando los periodistas se refieren a las personas que piensan como yo nos llaman “ultraconservadores”, con un tonito de sospecha, como si fuéramos un peligro público, todo por creer en algo tan evidente como que el matrimonio es para siempre y que además es entre un hombre y una mujer, no entre dos hombres, o dos mujeres, o un hombre y varias mujeres, o una mujer y varios hombres, o varias mujeres y varios hombres. Y para qué hablar del aborto: no porque un niño venga enfermo lo vas a matar.

Esto lo hemos conversado varias veces. El mundo está así y no puedes evitarlo ‒le dije tratando de tranquilizarlo, pues a medida que avanzaba la conversación se iba exaltando.

No he terminado. ¡Soy chileno y a mucha honra! ‒exclamó golpeando la mesa con el vaso schopero‒. Nací en este país al igual que mis padres y mis abuelos, y hasta donde conozco la historia de mis antepasados no tengo una gota de sangre de “pueblos originarios”, como dicen ahora, pero resulta que, según los progresistas, por el solo hecho de tener apellidos españoles, piel blanca y ojos claros, tengo una “deuda histórica” que por supuesto no pienso reconocer ni pagar. Súmale a eso que soy empresario; tú sabes que provengo de familia humilde y que me he sacado la cresta trabajando para hacer crecer mi empresa y darle trabajo a mucha gente. Ahora estoy en el 1% con más ingresos del país, pero en vez de que esto sea visto como algo bueno, soy considerado un “chupasangre” como dijo tú sabes cuál político que no tiene idea lo que cuesta hacer que los gastos sean inferiores a los ingresos. Ya casi me da miedo decir que soy empresario porque me pueden pegar, sin contar con que cada vez que llega un fiscalizador a mi fábrica inventa alguna tontera para pasarme una multa de puro resentido, y como no pago coimas estoy frito. Pero según los progresistas, cuando era pobre era bueno y ahora que soy rico soy malo.

Me parece que estás exagerando.

¡Y para colmo, me gustan las mujeres! Sabes que no tengo problemas con los homosexuales, los respeto y no me gusta que los molesten, pero si fuera gay estaría más a tono con los tiempos que corren. A lo mejor me invitarían a la televisión.

¡Córtala! ‒le dije golpeando yo esta vez mi vaso schopero en la mesa‒. Los que te conocemos sabemos que eres un buen gallo y estas cosas no te deben afectar.

En ese momento llegaron más invitados y paramos la conversación. Al otro día le di vueltas al asunto. Mi amigo es un ejemplo como esposo y padre, hombre de firmes convicciones morales, patriota, católico consecuente, honesto y trabajador como el que más por lo que tiene todo el derecho a ser rico, además que es tan austero que no se nota y vive ayudando a los demás. ¿Cómo es posible que se sienta culpable por ser precisamente así? Y, sin embargo, no dejaba de tener razón: es todo lo contrario de lo que proclama el discurso políticamente correcto de los progresistas.

Concluí que algo estaba mal: o los progresistas están equivocados (¡y mucho!) o mi amigo tiene razón (¡y mucha!) en sentirse culpable. Y entonces recordé lo que me dijo mi señora cuando lo conoció: “Es medio bruto, pero si hubiera cincuenta como él, nuestro país sería mucho mejor. Aprende”.