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La compasión empieza por casa

“¿Qué se confabuló para que mi papá sufriera de esta manera? El hombre que se pregunta aquello viajó en bus a Santiago desde Coquimbo, para desahogarse e intentar descifrarlo.” Así comienza el artículo de El Mercurio sobre las amarguras de un hijo que se lamenta por las circunstancias en que falleció su padre, Pedro Vivian Guaita, carabinero retirado.

El padre

El 28 de abril de 1975, Pedro Vivian Guaita era cabo, chofer de una patrulla del Cire, formada por funcionarios pertenecientes al Ejército y Carabineros de Chile quienes allanaron un domicilio de la comuna de Tierra Amarilla, Provincia de Copiapó. Durante el procedimiento detuvieron a Pedro Gabriel Acevedo Gallardo y luego lo trasladaron hasta el Regimiento de Infantería N° 23 de la misma ciudad. Allí quedó detenido después de ser interrogado, pero unos días más tarde se informó a su familia que se había fugado del recinto militar y que se ignoraba su paradero.

Desde entonces Pedro Acevedo Gallardo se encuentra desaparecido. A consecuencia de lo cual, 40 años más tarde, Pedro Vivian Guaita fue condenado a presidio, junto a otros, por mantener secuestrado a Pedro Acevedo Gallardo desde aquel fatídico día hasta la fecha.

Cumpliendo condena en Punta Peuco, el suboficial retirado enfermó de diferentes males, leucemia entre ellos. Su familia, invocando su estado crítico, pidió el indulto, pero ya en su lecho de muerte, pocas horas antes de fallecer, mientras según su hijo “jadeaba, sufría mucho”, fue notificado de una nueva condena por un caso similar en el cual tuvo el mismo grado de participación.

Su hijo, Eduardo Vivian Padilla, acusa a la presidente Bachelet de no haber tenido compasión. “Nadie, de ninguna cárcel, tiene derecho a morir así. ¡Mi padre murió humillado, como un perro!

El hijo

Este hijo, ex miembro del Frente Patriótico Manuel Rodríguez Autónomo, asesinó en 1997 a un carabinero y baleó a otro en la cabeza mientras intentaba asaltar una distribuidora de licores en Quilpué. En esa época lideraba un grupo revolucionario en formación compuesto por ex miristas y ex frentistas. Su padre se enteró del hecho por la radio, mientras manejaba, y fue tal su conmoción que sufrió un infarto y estuvo a punto de desbarrancarse. “Así mi papá se enteró de que yo era un revolucionario comprometido”.

Eduardo Vivian Padilla fue condenado a 39 años de cárcel, pero cumplió sólo 17 pues, según sus propias palabras, “al final condenas superiores a 20 años se entendía que eran 20 nomás”. “Mi padre nunca dejó de ir a verme y jamás me pidió cuentas sobre mi pasado”, dice Eduardo Vivian.

Un hijo juzga a su padre

En cambio, el hijo no se priva de pedirle cuentas al pasado de su padre, a quién enterró la víspera. “Mi padre fue un represor, un pinochetista convencido”, un “facho pobre” según expresó en una entrevista televisiva, y alega: “Mi tema es que en relación con el cumplimiento de las penas en delitos de derechos humanos tengo una sola posición: no a la impunidad. Las condenas tienen que cumplirse. Y yo sabía que mi papá se iba a ir preso. Me dolía, pero también entendía, con todo lo que lo quería, que cometió hechos terribles”. Preguntado acerca de estos hechos terribles, reconoce: “Bueno, él era cabo no más. Era chofer de una patrulla. No disparó”.

Pesos y medidas

Ante tamaña declaración de principios, cabe extrañarse en primer lugar de que este hombre no haya solicitado para sí mismo lo que pidió para su padre: el más riguroso marco de la ley. En efecto, aceptó ser liberado luego de tan sólo 17 años de cárcel en vez de exigir se le hicieran cumplir los 39 que le correspondían. ¿Esta indulgencia hacia sí mismo se debe quizá a que los carabineros asesinados no tenían derechos humanos?

Cabe también cuestionar la altura moral desde la cual un asesino se permite juzgar los actos de otra persona, más aún cuando esa otra persona es su propio padre y, por si no bastara, públicamente. Porque eso es lo que ha hecho: condenar y denigrar en prensa y televisión a su padre fallecido.

Cabe sorprenderse, igualmente, de que este hijo acepte sin pestañar el cargo del que se acusa a su padre: mantener secuestrada a una persona por más de 40 años. Sin embargo, como quedó establecido en el juicio, el carabinero Vivian Guaita participó sólo en la etapa de detención y posterior traslado de Acevedo Gallardo al regimiento. Entonces, este hijo, al sopesar los hechos y formar su propio juicio respecto de su padre, ¿analizó si el cargo del que se le acusaba era compatible con la vida que su padre llevó durante tantos años y con lo que quedó acreditado durante el juicio?

Evidentemente, no encontró atenuantes para su propio padre. Pero es la falta de compasión de la Presidente Bachelet lo que el hijo “revolucionario” señala con el dedo. Sin embargo él no ha tenido la compasión que exige a terceros. Sólo la humillación final de su padre logró conmoverlo, pero ya era tarde.

Honrarás padre y madre

A la pregunta “¿Qué se confabuló para que mi papá sufriera de esta manera?” se puede responder que uno de los confabulados fue el propio hijo, pues él también empuja el carro del “ni perdón ni olvido” que terminó pasando por encima de su familia.

Pero Dios escribe derecho en renglones torcidos: este hijo realizó un verdadero acto de piedad al llamar a un sacerdote que administrara la Extremaunción a su padre. El Suboficial de Carabineros Pedro Vivian Guaita no murió como un perro.