Juan Pablo II y el orden social

Alejandro San Francisco | Sección: Política, Sociedad

Este 1 de abril se cumplen 30 años de la visita del Papa Juan Pablo II a Chile. Fue un acontecimiento histórico especial, que llenó las páginas en diarios y revistas, programas de radio y televisión, y alteró la vida cotidiana de los chilenos. Se trataba de una de las principales figuras morales del mundo, que también contaba con el reconocimiento nacional por su mediación en la paz con Argentina.

Se podrían recordar muchas cosas: mensajes al mundo de la cultura y a los pobladores, reuniones con políticos y su visita a La Moneda, a los jóvenes en el Estadio Nacional, el mensaje a las familias y tantos otros. Sin embargo, en el momento actual que vive Chile cobra especial importancia el discurso en la Cepal, por la profundidad de su análisis social y la reflexión sobre las condiciones para lograr una sociedad más humana y más justa.

En esa ocasión, Juan Pablo II reflexionó sobre los principios orientadores del orden social. Destacó la primacía de la persona humana, rechazando poner a los pobres como meras estadísticas, explicitando la importancia del trabajo para el desarrollo humano -en lo cual recordaba los males de la “psicología del desempleo”-, defendiendo la vida y condenando el aborto. En cuanto al “protagonismo del Estado y de la empresa privada”, el Papa recordó la vigencia de la subsidiariedad, donde el Estado no reemplaza a la iniciativa particular, sino que vela por “su adecuada inserción en el bien común”. Insistió en que tanto la autoridad pública como la iniciativa privada deben cooperar para derrotar el “drama de la extrema pobreza”, subrayando la “dimensión ética y personalista de los agentes económicos”.

En cuanto a la solidaridad, el Papa recalcó que esta exigía una actitud de fondo: “En las decisiones económicas, sentir la pobreza ajena como propia, hacer carne de uno mismo la miseria de los marginados y, a la vista de ello, actuar con rigurosa coherencia”, argumentando que esta solidaridad debía ser la “mística interna” de la economía. Esto implica una exigencia más profunda, que el Santo Padre expresó en su discurso al mundo de la cultura y los constructores de la sociedad, en la Pontificia Universidad Católica de Chile: es necesario crear una “cultura de la solidaridad”, que permita “asegurar el bien común: el pan, el techo, la salud, la dignidad, el respeto a todos los habitantes de Chile, prestando oído a las necesidades de los que sufren”.

Solo así se entiende el llamado tan recordado como siempre urgente: “¡Los pobres no pueden esperar!”. Para esto resultan claves tanto la existencia de trabajos estables y justamente remunerados como la educación, “llave maestra del futuro”, sobre lo cual señaló: “¡Que los Estados, los grupos intermedios, los individuos, las instituciones, las múltiples formas de la iniciativa privada concentren sus mejores esfuerzos en la promoción educacional de la región entera!”.

Otro tema fundamental, para entonces y para hoy, es el llamado “desafío demográfico”. Esto implica rechazar la tentación de limitar el número de los comensales más que preocuparse de “multiplicar el pan a repartir”. Las sociedades requieren impulsar el desarrollo económico y concentrar sus esfuerzos en los que tienen menos, conservando la convicción de que el crecimiento de la población es una “formidable potencia de desarrollo económico, social, cultural y espiritual”.

Nada resume mejor a Juan Pablo II en la Cepal que estas palabras que sintetizan todo un mensaje: “Las causas morales de la prosperidad son bien conocidas a lo largo de la historia. Ellas residen en una constelación de virtudes: laboriosidad, competencia, orden, honestidad, iniciativa, frugalidad, ahorro, espíritu de servicio, cumplimiento de la palabra empeñada, audacia; en suma, amor al trabajo bien hecho. Ningún sistema o estructura social puede resolver, como por arte de magia, el problema de la pobreza al margen de estas virtudes; a la larga, tanto el diseño como el funcionamiento de las instituciones reflejan estos hábitos de los sujetos humanos, que se adquieren esencialmente en el proceso educativo y conforman una auténtica cultura laboral”.

Es evidente que, desde 1987 a hoy, el país ha avanzado mucho, así como es claro que todavía queda mucho por hacer. Las palabras de Juan Pablo II resultan especialmente esclarecedoras y actuales. Un recuerdo de aquellos días y una relectura de sus mensajes pueden ser una gran contribución para Chile, especialmente en momentos de tensión política y debates necesarios sobre el desarrollo nacional.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago.