El Islam como azote de Dios

Luis Segura | Sección: Historia, Religión, Sociedad

Incluso para esta sociedad desmayada y pusilánime, inane e indolente, la implantación del islam en Europa es un hecho inquietante. El pueblo europeo comprende la amenaza que representa el ascenso del islam en el viejo continente, a pesar de lo que digan los altavoces mediáticos de la élite psicopática y luciferina que rige los gobiernos mundiales. Lo sabe de sobra, pero calla por miedo, y porque ya tiene bastante con sudar la gota gorda cada día para ganarse el jornal. También sabe la sociedad europea, aun habiendo padecido durante años un envenenamiento masivo, que la noción de multiculturalidad es un ardid que ha dado lugar a una realidad política infinitamente tirante y peligrosa. Ahora, para nuestra desgracia, tenemos a millones de musulmanes en el primitivo solar cristiano, y lo que es peor: sin saber qué hacer con ellos. Puede que yo sea ingenuo respecto del nivel de consciencia de los europeos acerca del peligro musulmán, tal vez, pero estoy seguro de no exagerar lo más mínimo cuando afirmo que esto no hubiera ocurrido nunca sin la colaboración de un pueblo abúlico y alelado que ha despreciado las lecciones históricas. Y sobre todo sus raíces cristianas.

En relación con las lecciones históricas rechazadas, el pueblo europeo, y en general todo Occidente, ha renunciado en primer lugar a su identidad, y en segundo término, ha olvidado cuál es la naturaleza de la cultura que se ha introducido ya en su torrente sanguíneo. Respecto a esto último, hemos pasado por alto, convenientemente anestesiados por los medios de comunicación y los políticos progresistas, cuál es la verdadera naturaleza del islam. El doctor Bill Warner, fundador y director del Centro para el Estudio del Islam Político, concluye que la auténtica naturaleza del islam son 1.400 años de terror. No he encontrado una definición mejor.

Efectivamente, un simple vistazo cronológico a la expansión militar del islam por el mundo permite fundamentar holgadamente el anterior aserto.

Por otro lado se encuentra la evidente retractación de Occidente, que se ha secularizado, volviéndose babélico y anticristiano, y cada vez más invivible. Por eso a su arraigada ignorancia en cuestiones históricas, a su tibieza y miopía, a su mala fe y rebeldía, se ha sumado el desconocimiento absoluto de la Sagrada Escritura. De haber conocido en cambio lo que dice la palabra de Dios de los musulmanes, tal vez hubiéramos estado prevenidos, y prevenidos en todos los sentidos. Pues en el Génesis el Señor promete a Agar, la esclava de Sara, que multiplicará de tal modo su descendencia que “su gran multitud no podrá contarse”. Esa descendencia arranca como es sabido en Ismael. Y de Ismael dice el autor bíblico que “será hombre (fiero) como el asno montés. Su mano será contra todos, y la mano de todos contra él; y frente a todos sus hermanos pondrá su morada”.

Para informar a quien no lo sepa, o a quien se haya llevado las manos a la cabeza cuando he afirmado que la Biblia habla de los musulmanes, basta mencionar que las tribus árabes son descendientes de ese potro salvaje llamado Ismael. Y estas tribus, como asegura la Biblia, son, han sido y serán, rebeldes contra todos. ¿Acaso no lo son hasta el día de hoy?

Ignorar en definitiva que islam significa sumisión (tanto en términos religiosos como políticos) conlleva estos riesgos. Significa por ejemplo que Londres ya no sea una ciudad inglesa. Significa que en la capital del imperio británico existan patrullas que pretenden imponer la sharía en toda la ciudad. Significar que Suecia, Alemania, Francia, Austria, Italia y demás países europeos estén sufriendo una oleada de asesinatos y violencias perpetradas por salvajes sarracenos, o que en España se trate periódicamente de despojar la Catedral de Córdoba a sus legítimos dueños (la Iglesia Católica). Obviamente esto ha sido posible por la connivencia de los enemigos internos de siempre, comunismos varios y falsos mesianismos. Más la estupidez innata del género humano que, herido por el pecado, apenas sabe lo que le conviene.

Por eso ante tal situación de cosas –caóticas y complejas, oscuras y desazonadoras (no me olvido de los atentados de falsa bandera)–, es interesante plantearse qué papel ha asignado la Providencia en la historia a este tercer pueblo bíblico, indómito y fanático. Y puede que en el profeta Habacuc se halle la respuesta. En este libro del Antiguo Testamento se refiere cómo son castigadas las naciones. Más concretamente, este libro sagrado muestra cómo Dios se sirve de los caldeos para escarmentar a los judíos. Bien es cierto que los paganos sufren más tarde su propia condena, pero mientras tanto son en realidad instrumentos de Dios. Así, Habacuc anuncia el castigo del pueblo mediante las naciones paganas, entre las cuales Israel será despedazado.

En este sentido, no es descabellado establecer un paralelismo con el islam y las actuales sociedades occidentales, antaño cristianas y ahora como el perro que vuelve a su vómito o la puerca lavada que va a revolcarse en el fango. Al fin y al cabo, “hierro con hierro se aguza, y un hombre aguza a otro”.

Puede, en conclusión, que el islam sea nuestra gran peste del siglo XXI; puede que después de todo el islam sea uno de los azotes que el Señor tiene en su mano para escarmentarnos, para poner las cosas en su sitio, para poner fin a tanta maldad y bobería. ¿O es que, como se proclama en el salterio, el que castiga a las naciones no ha de pedir cuentas?

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Adelante la Fe, www.adelantelafe.com.