La estridencia acusatoria y la posverdad

Bernardo Larraín Matte | Sección: Política, Sociedad

En el contexto de las crisis empresariales por todos conocidas, Alfredo Moreno, futuro presidente de la CPC, en una entrevista en «El Mercurio» el 5 de marzo dijo: «Errores va a ver siempre, problemas también, no olvidemos que ‘la línea entre el bien y el mal pasa por el centro del corazón de los hombres’«. Parafraseó a Alexander Solzhenitsyn, quien lo dijo de la siguiente forma: «La línea que separa el bien del mal no pasa entre Estados, ni entre clases, ni entre partidos políticos, sino que atraviesa cada corazón humano«.

Al observar el debate actual, que a ratos se torna estridente y acusatorio, y donde algunos se autoexculpan desde un pedestal de perfección apuntando con el dedo, me parecen conceptos muy oportunos. ¿Dónde estamos trazando la línea entre el bien y el mal?

Aplicado al mundo empresarial, pareciera que esa línea se debe trazar entre aquellas empresas que han sufrido crisis originadas en casos de colusión, financiamiento irregular de la política o crisis medioambientales o comunitarias -los malos- y aquellas que no -los buenos-. El paso siguiente, y que es parte del muy debatido fenómeno de la posverdad, es extender la categoría de malo a todo el sector empresarial, instalando generalizaciones simplistas como verdades absolutas. La lista es larga: la empresa chilena es colusiva, tiene capturada la política, no respeta el medio ambiente ni a las comunidades, entre muchas otras.

Eso es lo que intenta decirnos la posverdad. ¿Qué dice la realidad objetiva? Que las empresas chilenas del siglo XXI han crecido y generado valor en Chile y otros países. Que ese crecimiento las ha transformado en sistemas complejos de miles de personas (normales e imperfectas como usted y yo) distribuidas en distintas latitudes, con redes complejas de interdependencia que se extienden hacia clientes, proveedores y comunidades vecinas. Y que en estos sistemas complejos es imposible reducir a cero la probabilidad de malas prácticas.

La realidad objetiva también nos dice que el escrutinio ciudadano y de las organizaciones sociales es hoy mucho mayor (¡bienvenido!) respecto del mundo empresarial. Finalmente, nos dice que la complejidad de la empresa del siglo XXI y el cambio de contexto no son fenómenos particulares de Chile, de otra forma no se explicarían crisis como las de las emblemáticas Volkswagen, Siemens o BP. Empresas que –dicho sea de paso– están insertas en sociedades modernas donde la justicia, y no la política ni la sociedad civil, tiene el monopolio de las acusaciones y sanciones, llegando autónomamente y sin prejuicios ni sesgos a verdades judiciales respetadas por todos.

Si este es el contexto, creo que la referida línea hay que trazarla más bien entre los que se hacen cargo y los que no de sus desafíos. En el ámbito empresarial, esto implica diferenciarse en la forma y manera de enfrentar una crisis, más que presumir que se está libre de ellas. Significa partir con una actitud humilde de reconocimiento de los problemas, en contraste con la soberbia de la negación o la ridiculez de las explicaciones bizantinas. Debe seguir con una firme disposición a los cambios con mirada de futuro, de manera que las crisis sean puentes para una evolución de la empresa hacia nuevos ciclos, en vez de fuentes de reproche del pasado.

Y esta debe ser una actitud permanente. Las empresas tienen que estar siempre, y no solo en una crisis, escrutando y a partir de ello evolucionando sus sistemas de gobierno corporativo y de control, su cultura organizacional y estándares de transparencia. En sistemas complejos como estos no se puede descansar solo en la confianza interpersonal, y por lo tanto, se debe construir un marco institucional que preserve y haga crecer la confianza, quizás el activo principal de la empresa del siglo XXI.

Pero las empresas son solo un eslabón de una cadena que también componen los representantes políticos y la sociedad civil. Actores que también tienen crisis para hacerse cargo: ciudadanos que no se resisten a la evasión sistemática del Transantiago, o dirigentes políticos que presionan para torcer el fundamento técnico de una resolución ambiental. ¿Tiene sentido entonces clasificar la vida en sociedad entre buenos y malos? Si lo que buscamos es que las generaciones siguientes puedan desenvolverse en una sociedad colaborativa y en una democracia respetuosa, cada eslabón debe hacerse cargo ya de sus problemas, y dejar así el camino de la estridencia acusatoria y las generalizaciones de la posverdad.

Termino citando al presidente del principal gremio industrial alemán, Ulrich Grillo, quien en vez de apuntar con el dedo a la Volkswagen cuando se conoció el escándalo de la manipulación de las emisiones, hizo un llamado a todas las empresas alemanas a «prevenir el peligro revisando exhaustivamente sus procesos de administración, incluyendo sistemas de control y compliance . Y preguntarnos: ¿Estamos haciendo todo bien?«. Pero al mismo tiempo, expresando confianza en que «los equipos en Volkswagen han reconocido la tarea y el nuevo liderazgo la está enfrentando valientemente. Esa es la única posibilidad para recuperar la confianza«.

Como dijo Alfredo Moreno en la entrevista referida: «Ha habido organizaciones muy respetadas que después no lo son, y otras muy golpeadas que después salen adelante«. Los golpes fortalecen la capacidad de hacerse cargo. La autocomplacencia o la evasión muchas veces la inhiben.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago.