Igualdad de Género

Alvaro Góngora | Sección: Educación, Política, Sociedad

A propósito del Día de la Mujer, celebrado a comienzos de mes, hubo programas que relevaron la promoción de la «igualdad de género«. Concepto que se entiende de distintas formas. Una de ellas es de inicios del siglo XX, cuando movimientos feministas lucharon en contra de la discriminación padecida por la mujer desde tiempos antiguos, en términos sociales, políticos y jurídicos. Mujeres recluidas al mundo doméstico, desarrollando actividades propias «del sexo«, se decía. En cambio, las ventajas masculinas eran completas y sus dominios estaban en la vida pública y privada.

La reacción igualitarista, para abolir este criterio jerárquico, provocó modificaciones cualitativas que permitieron a la mujer acceder a derechos que en justicia le pertenecían, recuperando una condición y dignidad negada por siglos. En nuestros días ha alcanzado un protagonismo importante en ámbitos laborales, políticos, jurídicos, económicos, etc. Y aunque todavía queda espacio para mejorar, importa señalar que esta posición no negó la dicotomía sexual entre mujer y hombre. Sin embargo, hay quienes conciben la palabra género en forma muy distinta al uso tradicional, a consecuencia de una corriente, ya instalada, que emplea el vocablo alterando la relación entre sexo y género, varón y mujer.

Promediando el siglo pasado, una ideóloga del movimiento feminista bregó por una nueva forma de sexualidad humana: «La mujer no nace, se hace» (S. de Beauvoir), sosteniendo que ella es un «producto cultural» construido socialmente. Es decir, sexo (biológico) y género (cultural) están disociados. Planteamiento que continuó estructurándose desde las ciencias sociales, aportando sustento teórico a lo que sería la «ideología de género«, hoy moneda corriente entre los relativistas posmodernos: «El género… no es el resultado causal del sexo, ni tan aparentemente fijo como el sexo» (J. Butler). Afirmación que extrema la indefinición sexual que ocurre en casos muy aislados en los recién nacidos (Aparisi).

De este modo, la defensa proderecho de la mujer se radicalizó, sosteniendo que la sexualidad debe entenderse desligada de la realidad biológica. No hay sexos, sino roles, orientaciones sexuales, por las cuales se puede optar libremente -conste-, desconociendo diferencias endocrinológicas, fenotípicas y otras, por juzgarlas innecesarias. Postulado insostenible empíricamente, amén de ignorar una diferencia esencial, ontológica. A saber, el ser de la mujer es único, superior a toda racionalidad, porque es naturaleza, como la tierra, que posee la vida y la hace germinar. Y en este plano existe una relación de complementariedad con el hombre, equilibrada y armónica. Nada puede modificar esta verdad.

Verdad sin sentido para la ideología en cuestión, al punto de pretender manipular los derechos humanos, agregando los «reproductivos» y reclamando el aborto como derecho «básico» (libertad reproductiva). Se insta ajustar la vida humana -que ha fluido naturalmente ab initio creaturae– al modelo social y sexual de esta ideología que se pretende imponer desde el poder.

Comenzó a socializarse en la Asamblea Mundial de las Naciones Unidas sobre la mujer, realizada en Beijing (1995), donde se acordó una agenda planetaria de igualdad de género, con objetivos estratégicos para empoderar a la mujer. Misma entidad aprobó crear las Naciones Unidas para la mujer, cuya primera directora ejecutiva fue M. Bachelet (2010), nuestra Presidenta (2013). Leal a su compromiso programático, creó el Ministerio de la Mujer y de Equidad de Género (2016), instancia que promueve una ley de derechos sexuales reproductivos y una educación sexual laica y humanista en colegios. ¿Conoce el lector la cartilla publicada por el ministerio del ramo para niños: «Educación para la igualdad de género 2015-2018«?

Si hay parlamentarios oficialistas que no leyeron el programa de la Nueva Mayoría, ¿sabrán cuál es el sustento ideológico de la legislación sobre derechos sexuales que se tramita y si es congruente con la doctrina que dicen profesar? ¿Lo sabrán, a cabalidad, los chilenos de sus distritos que ellos creen representar? ¿Yo?, no creo.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago.