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¿Bus “transfóbico”?

Los alcances del debate sobre la ideología de género han llegado a niveles absurdos, atentando derechamente en contra de la libertad de expresión y pensamiento. Hace algunos días hizo noticia en el mundo un bus naranjo que daba vueltas por Madrid con la siguiente leyenda “Los niños tienen pene. Las niñas tienen vulva. Que no te engañen. Si naces hombre, eres hombre. Si eres mujer, seguirás siéndolo”.

Usted se preguntará por qué alguien pagaría para que un bus recorra las calles afirmando algo como eso. ¿Qué podría llevar a alguien a disponer recursos para que se visibilice una afirmación que parece obvia y pacífica? Pues bien, es una respuesta directa a los acontecimientos del último año en España, que entre otras ha visto a los gobiernos imponer en los colegios la enseñanza de que todos los niños pueden elegir ser hombre o mujer, aún si eso no se condice con su sexo constitutivo, y afirmando como una nueva verdad incontrovertible que “Hay niñas con pene y niños con vulva. Así de sencillo”, una campaña que agrega que “la mayoría sufre cada día porque la sociedad desconoce esta realidad”. El bus es la respuesta de organizaciones de padres que combaten en contra de lo que ven como una falsedad carente de sustento, y como una imposición sobre ellos como papás.

La noticia dio la vuelta al mundo y llegó a parar hasta nuestros lados, siendo recogida por varios medios. Pero la cobertura llama la atención. Todos optaron por aceptar sin más el calificativo de “transfóbico” que le pusieron activistas contrarios al mensaje del bus, con algunos yendo tan lejos como afirmar que era el bus el que “desafía la evidencia científica”(¡!). Reacciones como estas –y el hecho de que estos temas ya llegaron a Chile, donde se discute una ley de “protección y reconocimiento de la identidad de género”– exigen plantarse firmes y hacerle frente a la idea de que afirmar una verdad que hasta hace poco nadie discutía pueda ser calificada de “transfóbica” y sin que se diga nada al respecto (por lo pronto, porque si hay algo que carece de evidencia científica dura son las ideologías de género y sus consecuencias).

Vale detenerse en el concepto utilizado, que es mutación del ya expandido “homofobia”. Ambos surgen del campo retórico y político, y ninguno es una verdadera “fobia”. El uso indiscriminado de estos términos tiene por objeto sofocar el discurso de todo quien no esté de acuerdo con dicha agenda. Declararse ofendido por los dichos “fóbicos” es políticamente conveniente, pues si la opinión (¡y los hechos!) ofende, es homofóbica, y si es homofóbica, no se puede expresar. En esas circunstancias deja de existir libertad de expresión y opinión, en cuanto algunos tienen control de lo aceptable, según si quieren declararse subjetivamente ofendidos o no (y siendo políticamente conveniente afirmar la ofensa). Esto es intolerable en una sociedad que presume de respetar el libre intercambio de ideas, y más cuando lo que se propone es un cambio radical en la forma de entendernos como personas y como sociedad.

¿Por qué es intolerable? Por lo bajo, porque absolutamente nadie le ha entregado a los activistas “trans” la autoridad de decidir unilateralmente y para todo el resto lo que significa el sexo y lo que como comunidad reconocemos que constituye el ser varón y mujer. Responder con el grito de “transfóbico” a una afirmación como la del bus –que no es más que repetir un concepto incontrovertido hasta ayer, y aún plenamente vigente como cuestión científica y legal–, es buscar deliberadamente ganar la discusión antes de empezarla, probablemente porque no se tienen las herramientas para prevalecer por las buenas. Acusar que el mensaje que todos los papás le hemos dado a nuestros hijos desde siempre es sinónimo de un “discurso de odio” es una locura, y ni siquiera pretende ser un argumento.

Pero seamos claros, no hay absolutamente nada de científico en la propuesta de que, por ejemplo, los seres humanos cuya constitución incluye una vagina pueden en realidad llegar a ser varones si así lo escogen, o que fue un médico el que arbitrariamente nos “obligó” a ser hombres o mujeres cuando declaró nuestro sexo al nacer. La idea de que existen personas cuyo cerebro o mente es propia de mujeres en cuerpos de hombres (o viceversa) no tiene evidencia científica que la respalde, solamente la afirmación de los mismos que se identifican así.

La raíz del asunto no es científica (en el sentido de las ciencias exactas), sino que psicológica, filosófica y política. Por lo mismo es que no es razonable doblegarse a esta pretensión simplemente porque así se exige por la sola voluntad de quienes lo afirman, y menos porque algunos han adoptado el mal hábito de tachar toda idea que no comparten y no saben rebatir como “discurso de odio” o “fobia”. Ello elude todo debate, pues afirma sin argumentar que toda opinión contraria no es política ni razonable, sino fundada en la irracionalidad.

Esta discusión no es teórica, tiene consecuencias. Si es transfóbico y odioso afirmar, mediante un mensaje escrito en la vía pública, un dato de la biología —y un entendimiento incuestionable que hasta hoy habíamos aceptado pacíficamente—, ¿qué posible razón existe para creer que el mismo mensaje será considerado aceptable en la sala de clases o en la propia casa? Le adelanto al lector que la respuesta es “ninguna”. Y en un contexto político jurídico que se mueve cada vez más en el sentido de cuidar que nadie ofenda a nadie (lo que es imposible cuando la ofensa es tenida por subjetiva, y siendo además conveniente ser ofendido) y de erradicar los discursos que muestran “odiosidad” (definida por quien lo considera odioso para él o ella), y esto en todas las esferas de la vida humana, es cuestión de tiempo antes de que se nos coaccione a aceptar el nuevo dogma.

¿Cree que no llegaremos a eso? Espero que tenga razón, pero lo cierto es que ya existe un proyecto de ley en nuestro Senado que pretende hacer obligatoria la aceptación y comprensión de las identidades de género para la educación parvularia (¡!).

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero, www.ellibero.cl.