Sexo y política

Felipe Widow Lira | Sección: Política, Sociedad

#01-foto-1En las últimas dos semanas el senador Manuel José Ossandón ha desatado una fuerte polémica al justificar su apoyo al cambio registral de sexo por parte de las personas autodenominadas “transexuales”. Tal medida, ha dicho el senador, es una exigencia de la sensatez y la misericordia frente al drama de los transexuales que, llevando una vida según una identidad de género diversa de aquella que expresa su carnet de identidad, deben soportar duras condiciones de discriminación. Pero no debemos pensar que el senador haya concedido nada a la ideología de género: se opone firmemente a ella y, por eso, el cambio de sexo ante el registro civil sólo será lícito ‒según su propuesta‒ en los casos contadísimos y excepcionales en que una persona sufre disforia de género y está acreditado médicamente que tal disforia no corresponde a ningún trastorno psíquico.

El lenguaje, a estas alturas, se ha vuelto tan complejo que cabe hacerse la pregunta: ¿de qué está hablando el senador Ossandón? Y la respuesta resulta sorprendente: no está hablando de nada real… no existe algo así como una disforia de género que no corresponda o se identifique con un problema de salud mental; no existe, consecuentemente, la transexualidad como condición normal o natural; no existe, en último término, una identidad de género que se superponga a la identidad sexual determinada por el sexo biológico.

Por supuesto que esto no significa negar ‒con ceguera irresponsable‒ la existencia de esas personas que se autodenominan “transexuales”, ni tampoco se niega la realidad y gravedad de las dificultades que enfrentan ‒que, en muchísimas ocasiones, transforman sus vidas en auténticos y lamentables dramas humanos‒. Lo que aquí se niega es la realidad de la óptica o perspectiva con la que tal drama es enfrentado desde la ideología de género. La clave de esta perspectiva, en lo que toca a la transexualidad, es la admisión de la posibilidad de una “disconformidad real entre sexo biológico y sexo psicológico” (las comillas, aquí y en lo sucesivo, corresponden a expresiones del propio Ossandón) en virtud de la cual es posible que una mujer viva atrapada en el cuerpo de un hombre, o un hombre en el cuerpo de una mujer. Sólo en la medida en que se admite tal premisa tiene sentido afirmar que existe la transexualidad como una condición normal de ciertas personas humanas (simplemente distintas de aquellas en que el sexo biológico coincide con el sexo psicológico) y que, consecuentemente, es posible una “disforia de género” que no corresponde a un problema de salud mental. Lo que el senador Ossandón no ve es que ambas cosas están lógicamente conectadas con la afirmación de que la identidad de género ‒sentimiento o vivencia interna del individuo‒ tiene autonomía respecto del sexo biológico y, en último término, no puede sino depender de la autodeterminación libre del sujeto (cosa que el senador rechaza).

El origen de la contradicción del senador Ossandón radica en la inadvertencia de que una “disconformidad real entre sexo biológico y sexo psicológico” es imposible, porque la diferencia sexual tiene su origen en el cuerpo, no en el alma, de manera que pensar en una suerte de alma femenina (o masculina) en un cuerpo de hombre (o de mujer) es un absurdo: supondría afirmar un principio de diferenciación sexual que es meramente espiritual (con lo cual, lo siguiente será discutir sobre el sexo de los ángeles…, ¡esta vez, en sentido literal!).

Entendido esto, se puede advertir que el argumento de Ossandón en favor de su posición es circular: si entre las condiciones para conceder el cambio de sexo se exige “la constatación de que esa condición trans no se debe a algún trastorno de la personalidad” o un “informe psicológico o psiquiátrico del menor, para acreditar que su transexualidad es real, que ha durado por varios años, y que no tiene problemas de la personalidad”, entonces ya se ha aceptado ‒al menos implícitamente‒ el principio que impone la conclusión: ante la normalidad de la transexualidad no cabe sino admitir la realidad y relevancia jurídica de la distinción entre una identidad de género que es vivencia interior del sujeto y la identidad sexual determinada biológicamente. Y admitido ello, resultaría evidentemente arbitrario negarle al transexual el cambio de sexo registral.

La cuestión es que la constatación de una disconformidad entre el sexo biológico y el psicológico (descartado un problema biológico como el de los hermafroditas) es, de por sí, la constatación de un problema o trastorno de la personalidad. La negación de esto es especialmente grave e injusta, porque cierra las puertas al diagnóstico de tal trastorno y a su consecuente tratamiento. En otras palabras, al psicólogo o psiquiatra que se le pide acreditar la inexistencia de un trastorno de la personalidad en la persona “trans” se le exige no atender a la principal y más evidente manifestación de tal trastorno, como es la disconformidad entre sexo biológico y psicológico. Lo cual es para tirarse de los pelos: es como si a alguien que tiene doble personalidad se le concediese el desdoblamiento jurídico de su personalidad, previa acreditación psicológica o psiquiátrica de que ¡su doble personalidad no responde a un trastorno!

#01-foto-2Por supuesto que ya habrá saltado algún lector pensando que estas afirmaciones ‒y, sobre todo, la última comparación‒ son gravemente insultantes y vejatorias de las personas transexuales. En lo cual se manifiesta uno de los más grandes logros de la ideología de género: que en el lenguaje coloquial ‒e incluso científico‒ quede asociada la afirmación del carácter patológico de estas realidades al insulto y el juicio moral. De este modo, queda descartado apriorísticamente cualquier argumento que busque probar la existencia de un trastorno. Pero esto es evidentemente falso y malicioso: no hay insulto en la afirmación de que la llamada “transexualidad” pueda ser un trastorno psicológico, como tampoco lo hay en la afirmación de que la doble personalidad lo es (¿por qué nadie ataca como vejatoria la afirmación de que la doble personalidad es un trastorno?). Ni menos aún hay, en ello, juicio moral: alguien puede sufrir un trastorno de esta naturaleza sin que haya en él ninguna culpa. La cuestión moral, como sabemos, sólo aparece en relación con las decisiones libres en las que el sujeto asume racionalmente su situación.

Cuando no se advierten estas trampas argumentales y encerronas ideológicas se termina por “pisar el palito” que nos pone el progresismo radical, que quiere reemplazar la realidad humana por una construcción ideológica contraria al más elemental sentido común. Y se asume, de un modo más o menos consciente, un lenguaje equívoco que ‒con la pretendida justificación de reducir el daño u optar por males menores‒ allana el camino a la instalación completa de la ideología que se quiere combatir ‒sobre todo introduciendo confusión y disenso entre los que a ella se oponen‒.

Por supuesto, no se puede sino estar de acuerdo con el senador Ossandón en que a las personas que sufren problemas relacionados con su identidad sexual hay que tratarlas con justicia y misericordia. Pero la justicia y la misericordia exigen respuestas y soluciones verdaderas, y no hay tales sin una recta antropología, que reconozca la necesidad de integración y continuidad entre las dimensiones biológica y psicológica de la vida humana.