La Araucanía y sus falsedades

Sergio Villalobos R. | Sección: Historia, Política, Sociedad

#02-foto-1Se ha anunciado para los próximos días la entrega de un informe relativo a los problemas que aquejan a las tierras de Arauco y la formulación de medidas políticas. Estas suelen basarse en conceptos vulgares repetidos hasta el cansancio, como es la idea de una «deuda histórica» y la necesidad de que todos reparemos ese perjuicio. Habría, además, una cultura ancestral que debe valorizarse.

Para empezar, hay que tener en cuenta que los araucanos, mal llamados «mapuches», son mestizos con una fuerte carga blanca, igual que todos los chilenos de norte a sur. Somos descendientes de los conquistadores, los atacameños, los diaguitas, los picunches, los pehuenches, los huilliches y otras agrupaciones. Todos ellos han sido parte de una nación física y culturalmente unitaria, que ha construido una república exitosa.

¿Qué razón habría para trazar una política privilegiada para la gente de Camiña, Paihuano, Tiltil, Perquilauquén y aun los suburbios de Santiago? Todos ellos merecen un trato igual.

¿Quién está en deuda con quién?

Ya en la época colonial, en el siglo XVIII, el mestizaje era un hecho consumado y en todas partes se hablaba el castellano, salvo unos pocos bolsones aislados.

Desde los años mismos de la Conquista, los araucanos comenzaron a recibir los beneficios materiales y espirituales de una civilización superior. El hierro, los géneros bien elaborados y nuevas ropas, toda clase de herramientas y el arado, primero de madera y luego con guarnición metálica; el caballo, los vacunos, las ovejas, los cerdos y las cabras, constituyeron capital valioso, y la alimentación se transformó con el trigo, la cebada, las legumbres y toda suerte de árboles frutales. La economía dejó de ser de subsistencia y tuvo relaciones de mercado con el resto de Chile y lugares más distantes.

Entraron la moneda y dos productos de gran demanda interna: el vino y el aguardiente, que impulsaron la embriaguez casi permanente e influyeron en el entusiasmo bélico y en la depravación social interna.

Considerando todos esos bienes, cabe discutir quién está en deuda con quién.

Desde el punto de vista espiritual, el aporte invasor no fue menos importante. El cristianismo introdujo la creencia en un solo dios, justiciero y misericordioso, que imponía la bondad y el buen trato, organizaba la familia, amparaba la justicia y el respeto al Estado.

En esa forma se desplazaron mitos y creencias, la hechicería, venganzas y sacrificios humanos, la acción maligna de los machis y muestras de canibalismo.

No estará demás recordar que en 1960 se sacrificó a un niño para aplacar la ira de un dios que señoreaba los maremotos.

Actualmente hay sacerdotes, incluso en las instancias gubernativas, que apoyan la mantención de la cultura ancestral. Cabe preguntarse si aceptan aquellas antiguas manifestaciones y el retiro del cristianismo, en cuyo caso estaría justificado el incendio de iglesias y quizás cuántas otras fechorías.

Hoy día los mestizos de araucanos se declaran mayoritariamente cristianos y quizás no sería conveniente quitarles esa creencia.

Guerreros: Uno de los mitos más tenaces

#02-foto-2Otro aspecto que ha llevado admiración hacia los antiguos araucanos es su valor como guerreros, que constituye uno de los mitos más tenaces y falsos de nuestra historia. Ercilla inició la leyenda y en época más reciente la continuó el general Indalicio Téllez con su ensayo «Una raza militar», apresurado en los datos e inconsistente desde el punto de vista de la teoría.

Ercilla se propuso exaltar «el valor, los hechos, las proezas de aquellos españoles esforzados», reconociendo a la vez la categoría bélica de los araucanos, porque de esa manera realzaba aún más el mérito de los conquistadores. Pero también hubo cronistas españoles que desvirtuaron la calidad guerrera de los nativos. A comienzos del siglo XVII, Alonso González de Nájera desmiente asertos de Ercilla al referirse a la prestancia física de los indígenas de Chile, y en su análisis de la táctica demuestra que sus victorias se debieron a las características accidentadas del terreno, las selvas, los ríos, los pantanos y el clima lluvioso.

Es cierto que en varias ocasiones los araucanos tuvieron grandes victorias, pero también las tuvieron los castellanos. Debe tenerse en cuenta que, a la llegada de Valdivia, la población de la Araucanía era de unas 500 mil personas, mientras en todo el siglo XVI no llegaron a Chile más de unos 5.000 hombres. Generalmente los choques armados eran entre decenas de miles de indios y unas pocas decenas de conquistadores. Y, aún así, estos últimos eran vencedores no pocas veces.

En las grandes rebeliones indígenas, las ciudades y los fuertes, que solo contaban con unos cuantos cientos de soldados, resistieron largamente la embestida de las hordas, y si finalmente cayeron se debió a la falta de recursos.

La llamada Guerra de Arauco estuvo lejos de ser el fenómeno permanente que se cree. Durante un siglo tuvo un carácter tenaz, pero luego decreció y transcurrieron periodos de veinte, treinta o más años en que reinó la paz.

De la lucha a la convivencia fronteriza

La lucha fue reemplazada por la convivencia fronteriza, por lo menos desde 1655, produciéndose relaciones de todo tipo que ayudaron a la incorporación definitiva de los araucanos, ya transformados en mestizos. Durante la República recrudeció momentáneamente la lucha, pero finalmente se produjo la incorporación, que concluyó con la refundación de Villarrica, en 1882.

Los descendientes de araucanos fueron un objeto de preocupación del Estado dentro de la política de integración de su territorio. Vastos espacios de sus tierras fueron reconocidos como reducciones, donde su propiedad quedó protegida. Hubo, a la vez, enajenación de tierras por voluntad de sus antiguos poseedores, procediéndose legalmente y bajo vigilancia del Estado; pero ocurrieron inevitables abusos por parte de los dominadores y también por parte de los nativos. Los pagos eran engañosos, hubo apropiación de mayores terrenos que los estipulados y los mestizos de araucanos, por su parte, vendían tierras que no les pertenecían o alegaban que en lugar de vender solo habían entregado en arriendo.

Por otra parte, durante el avance final, diversos caciques cercanos a las fuerzas chilenas cedieron gentilmente terrenos para la erección de fuertes y empastadas naturales para la mantención de las caballadas.

Ese fenómeno tenía viejas raíces, databa desde mediados de la época colonial, cuando algunas tribus se transformaron en «indios amigos» que colaboraban con los invasores para obtener ventajas, animales, alimentos, objetos que llamaban su atención y alcohol. A cambio de ello despejaban los senderos, cavaban fosos, ayudaban a cruzar los ríos y proporcionaban leña y pasto. Llegaron a formar cuerpos auxiliares y casi permanentemente lucharon junto a los invasores en cantidades apreciables, transformándose en enemigos feroces de sus hermanos de sangre. La existencia de esas tribus y sus caciques se explica porque el pueblo araucano carecía de unidad, solía haber disputas sangrientas y el espíritu de venganza se mantenía por largo tiempo o permanentemente.

Desde mediados de los tiempos coloniales, los españoles comenzaron a designar «capitanes de amigos», cabos, sargentos y simples soldados que vivían junto a los caciques, los auxiliaban en la paz y en la guerra y participaban de sus costumbres.

Fueron verdaderas autoridades que los nativos acogían con gran interés y, como el sistema funcionaba tan bien, se pasó a designar un «comisario de naciones» que dirigía esa estructura y se entendía con los caciques. Estos últimos, además, comenzaron a recibir sueldo, eran los «caciques gobernadores» y eventualmente fueron incorporados a la planta del Ejército.

No cabe duda de que los araucanos fueron protagonistas de su propia dominación.

Los parlamentos

#02-foto-3En la incorporación gradual a la dominación, la realización de parlamentos con los indígenas tuvo un papel importante. Eran reuniones que el gobierno español creó para mantener la paz y disminuir el gasto que significaba la guerra, cuando las finanzas de la corona no bastaban para mantener su poder en todo el mundo y cuando la riqueza de plata de Potosí comenzó a disminuir notoriamente. A la vez, se procuraba de esa manera reducir a los indios pacíficamente, de acuerdo con los principios del cristianismo.

Los araucanos solían pedir la realización de tales reuniones cuando las armas de españoles o chilenos los tenían en duros aprietos y, perseguidos en sus tierras, debían retirarse a los bosques, las montañas y los terrenos abruptos, abandonando sus rucas, bienes, ganados y cultivos.

A las asambleas acudían parte de los caciques y sus mocetones, y en ellas se ventilaban quejas y se establecían condiciones de paz que generalmente no se cumplían, principalmente por parte de los nativos.

Con el tiempo, sin embargo, los acusados fueron más respetados, facilitaron la convivencia, se reconoció a los caciques gobernadores y estos a las autoridades del Estado español y luego el chileno. Poco a poco, los indígenas iban sometiéndose al orden nacional. Después de las luchas de la Independencia y su desarrollo siniestro al sur del Biobío, tanto entre chilenos como entre los araucanos se sintió la necesidad de buscar la unidad y aunar los esfuerzos comunes. Se fijó al efecto la realización de un parlamento en Tapihue, en 1825, que resultó muy auspicioso.

Los caciques, con un grupo de sus hombres, llegaron corriendo a caballo en torno al campo, gritando «¡Viva la paz, viva la patria, viva la unión!» El cacique Mariluán, a nombre de todos, proclamó la necesidad de constituir una sola familia para vivir en paz y aumentar el comercio. Uno de los artículos señaló que el Estado comprendía desde el despoblado de Atacama hasta los confines de Chiloé y que todos sus habitantes serían tratados como ciudadanos chilenos. Los indígenas quedaban sujetos a las mismas obligaciones de los chilenos y a las leyes que dictase el Congreso.

Desde aquel momento, y pese a vicisitudes en adelante, la gente de la Araucanía quedó sujeta a la ley chilena.

La incorporación definitiva y la acción extensiva del Estado chileno significó para los nativos de la Araucanía y sus descendientes obtener toda clase de ventajas y con poco esfuerzo propio. Se construyeron caminos, puentes, vías férreas, puertos, casi todo financiado por el poder central. La educación básica, media, técnica y universitaria, se desarrollaron paulatinamente. Se crearon organismos administrativos, militares y policiales, hospitales y policlínicos. Las municipalidades ayudaron en el ordenamiento local. Empresarios grandes y pequeños, provenientes de afuera, modificaron técnicamente los trabajos agrícolas y ganaderos, crearon talleres e industrias, y dieron una vinculación sorprendente con la economía chilena y la mundial. Abrieron fuentes de trabajo a masas de hombres que no habían salido de la rutina y del ocio del campo.

No sorprende, en consecuencia, que los descendientes de araucanos se desempeñen en toda clase de oficios, sean empleados fiscales y de empresas privadas, tengan títulos universitarios y desde hace muchos años hayan sido jefes de servicios, parlamentarios y ministros de Estado. Algunos han estudiado en el extranjero y se han sumado a la voz del imperialismo. Otros han llevado su protesta a naciones extranjeras, donde se desconoce totalmente la realidad chilena.

86% vive en ciudades

La opinión vulgar en nuestro país desconoce casi por completo la realidad de los mestizos de araucanos. No saben que el 86% vive en ciudades, principalmente Santiago, Temuco y Concepción. Que solamente el 16%, habla el «mapudungún» (aunque deficientemente), que la inmensa mayoría desconoce sus ritos y tradiciones (Encuesta CEP, 2002). Sin embargo, se desea estimular esa cultura regresiva e ignorar que un número aplastante se declara cristiano, cumple con sus deberes cívicos y son de tendencia moderada.

Políticos y gente de gobierno oportunistas, periodistas necesitados de noticias, antropólogos y etnohistoriadores en busca de fama y necesitados de hacer carrera, han creado una falsa imagen de la Araucanía e impresionan al país.

Por sobre todo, se manejan vulgaridades y se ignoran las numerosas investigaciones publicadas desde hace más de treinta años que señalan una realidad completamente distinta.

La historia real puede ser olvidada.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago.