Jóvenes, ¡a la acción!

Mario Correa Bascuñán | Sección: Historia, Política, Religión, Sociedad

Nos encontramos en un momento de nuestra historia particularmente complejo, pues por una parte, hay un gobierno que trata de imponer una visión materialista marxista de la vida, con extrema ideologización, aprovechando que cuenta con una mayoría amplia en el Parlamento y que cuenta con gran apoyo en sectores del Poder Judicial, que incluso han aplicado criterios que se contienen en proyectos de ley aún en discusión en el poder legislativo; y por otra parte, amplios sectores de la sociedad subyugados por el materialismo que podríamos llamar capitalista, inmersos en la cultura del “tener y ostentar”, en vez de preocuparse del “ser y trascender”.

Llevamos décadas –cinco por lo menos– en que por todos los medios posibles, se nos bombardea con materialismo de uno u otro signo, con particular éxito, lo que ha traído como consecuencia una pérdida de los bienes espirituales y morales que nos hacen más y mejores personas.

Por otra parte, ha habido exaltación de todo lo sensible y emocional, en que gran parte de la juventud sólo se preocupa de un eufemístico “pasarlo bien” que, no sé por qué, sólo se asocia con el gozo desenfrenado de los placeres sensuales, y ello en todos los niveles socioeconómicos. La diferencia sólo está en la cantidad de dinero necesaria para obtener tan elevado logro.

Hace cincuenta años, la juventud tenía un real interés por la política y por todo lo conducente al bien común. Cada uno defendía sus principios con entusiasmo. Claro que, simultáneamente, se iba sembrando el odio, que se cultivaría y cosecharía durante el gobierno de la Unidad Popular, producto de la “Vieja Mayoría” (la Unidad Popular, que llegó a ser gobierno gracias a la Democracia Cristiana). Los jóvenes participaban en la política en todas las instancias, las estudiantiles y las nacionales. Las candidaturas de todos los signos contaban con el apoyo de jóvenes que, por la defensa de sus principios, destinaban su tiempo libre a contribuir, gratuitamente por cierto, al éxito de quien representaba sus mismas ideas.

Vino la Unidad Popular y la juventud tuvo un papel protagónico en un país dividido y en que el odio se había enseñoreado en la mayoría de los corazones. Esta odiosidad ambiente y un gobierno que, desde una mayoría relativa, pretendía imponer sus conceptos revolucionarios, fueron extremando las posiciones hasta las inmediaciones de una guerra civil, que fue evitada gracias a la oportuna intervención de las Fuerzas Armadas y de Orden, llamadas a voz en cuello por quienes formaban la oposición. En esos tiempos, la juventud fue carne de cañón para múltiples manifestaciones de violencia.

Producido el Pronunciamiento Militar, hubo un llamado a la reconciliación y quienes habían sido opositores al gobierno que había devenido inconstitucional de Salvador Allende, rápidamente hicieron un esfuerzo consciente por desterrar el odio de sus corazones.

El transcurso del tiempo ha demostrado que ha habido otros que no aceptaron ese llamado a la reconciliación y que, por el contrario, han seguido cultivando el odio e incluso, transformándolo en un feraz negocio.

El Gobierno Cívico-Militar que siguió tuvo grandes logros económicos, como lo reconocen hasta sus mayores detractores. Por otra parte, se comenzó un proceso de desprestigio de la política partidista, por razones sumamente válidas; pero que trajo como consecuencia que, especialmente la juventud, se desinteresara de ella, sobre todo quienes no fueron contrarios al gobierno, porque hubo otros que continuaron recibiendo destilados de odio, hasta estos días.

El sistema económico que desarrolló el gobierno tuvo su fundamento en el reconocimiento al esfuerzo personal, al ahorro y al emprendimiento; y mucha gente se dedicó, entonces, a trabajar, a producir y a recibir la retribución a su esfuerzo, obteniendo un merecido lucro.

El problema es que una parte importante de la ciudadanía estableció como el fin último de su vida el éxito económico, de manera que para ella se transformó en un fin en sí mismo y no en un medio para el logro de bienes más importantes para la persona humana, como son los espirituales y morales. Es decir, materialismo puro y duro.

Hoy nos encontramos con un panorama muy similar al de hace cincuenta años; pero en que los cultivadores del materialismo marxista, transformados en “la calle”, se enseñorean y presionan a las autoridades, también marxistas leninistas, que, ante la perspectiva de perder elecciones, no se atreven a contradecirlos. Así, además, se han ido apoderando de muchas organizaciones intermedias, como federaciones de estudiantes, sindicatos, colegios profesionales de especial relevancia, como el de profesores, agrupaciones de empleados públicos, etc.

¿Y quién los contiene y contradice? Prácticamente nadie, porque la oposición no da el tono. Además de estar en minoría, ha claudicado en la defensa de los principios, preocupada sólo de la reelección de sus parlamentarios.

¿Y los jóvenes? Hasta aquí, la mayoría preocupados de avanzar en sus estudios, para incorporarse cuanto antes a la vida laboral y alcanzar el éxito económico.

Entonces, el materialismo ambiente nos avasalla. ¿Por qué ha ocurrido esto? Pienso que el materialismo que nos consume, ha trastocado la escala de valores. Hoy en día, para la inmensa mayoría de las personas, lo importante es el bienestar material, obtenido ojalá con el mínimo esfuerzo y el máximo de retribución. ¿Y las cosas superiores del espíritu? No, esas son cosas obsoletas de los viejos.

Pero existe un número no despreciable de jóvenes que sí está dispuesto a entregar su esfuerzo por las cosas que valen la pena, es decir, por Dios, la Patria y la Familia.

Éste es el momento de salir a la palestra. Necesitamos a esos jóvenes formando rectamente su conciencia y saliendo a la lucha por las ideas.

Nuestra responsabilidad, de todos los chilenos bien nacidos, es mantener viva la llama de la fe, del amor a la Patria y a la Familia, para que Chile siga siendo Chile, un país de hermanos, un país de fe, un país que esté en condiciones de brindarnos nuevos héroes y mártires, como un Arturo Prat o un Ignacio Carrera Pinto. En fin, un Chile en el que, cuando se pueda preguntar ¿por qué estaría dispuesto a dar la vida?, aparezcan muchos que respondan: por Dios, la Patria y la Familia.

Necesitamos a esos jóvenes que son capaces de elegir el difícil camino de la lucha por la libertad, cuando los vientos nos empujan hacia la esclavitud que soterradamente nos tratan de imponer, intentando apoderarse de nuestras conciencias mediante la reforma de la educación; por el progreso que nos hace mejores personas, en momentos en que se habla de retroexcavadoras y de quitar los patines a quienes los tienen, para que nadie progrese, en aras de una inhumana igualdad; por la fraternidad, en momentos en que ha vuelto la siembra del odio y en que hay jóvenes que se dicen “hijos del Che”, probablemente ignorando quién fue su ídolo.

Nuestra naturaleza humana, de criaturas del Creador, llena de limitaciones e imperfecciones, requiere de espiritualidad, pues está llamada a una vida superior. Eso exige elegir el bien espiritual y moral y renunciar a todo aquello que nos degrada y animaliza. Eso exige renunciar al referido materialismo relativista en boga y dedicarse a la búsqueda del bien, de la belleza y de lo verdadero.

Eso exige reconocernos criaturas y que con nuestro solo esfuerzo no lo vamos a lograr. Nuestro mundo contemporáneo ha expulsado a Dios, Nuestro Señor; y muchos piensan que el hombre será capaz de dominar la tierra y alcanzar la felicidad, mediante la satisfacción de sus necesidades materiales y deseos.

No obstante, como hemos señalado, éste es el momento y el campo preciso para que esa juventud que tiene inquietudes intelectuales y morales asuma su papel, participando activamente en la política, planteando los grandes temas que deben preocuparnos: ¿Qué es el hombre?, en momentos en que se pone en duda su dignidad y en que se propugna el aborto, la eugenesia y la eutanasia; ¿por qué existen el dolor, el mal y la muerte y cuál es su sentido?, en momentos en que la soberbia humana desespera por alcanzar la inmortalidad y cree poder alcanzar lo que se proponga, sin reparar en los medios; ¿cuáles son los límites en la investigación que lleva al progreso de las ciencias?, en momentos en que parece que el fin justifica los medios y se manipula a las personas como si fueran ratas de laboratorio; ¿cuál debe ser nuestro aporte a la sociedad?, en momentos en que la mayoría se preocupa de sus derechos y trata de evadir sus deberes, especialmente respecto del bien común; ¿qué puede esperar una persona de la sociedad?, cuando las autoridades se preocupan de imponer sus trasnochadas ideologías, en vez de velar por el bien común; ¿qué nos espera después de la muerte?, cuando muchos se declaran agnósticos y ridiculizan a quien manifiesta su fe en Dios.

Necesitamos a una juventud que crezca en la fe y que tenga claro que esta vida bien merece vivirse, como un tránsito a la felicidad en la presencia de Dios, sobre la base del reconocimiento del sacrificio de Cristo por nuestra salvación. Sólo así, y con el auxilio del Espíritu Santo, venceremos a las fuerzas del relativismo materialista y lograremos que se reconozca que existen el bien y el mal; y que somos libres para elegir el bien. Que se reconozca que existe un núcleo invariable de lo que es moralmente bueno, que nuestra inteligencia es capaz de conocer y nuestra voluntad, si hay recta intención, debe querer.

Joven chileno, éste es tu momento. No es mucho lo que puede esperarse de las generaciones que ya han sido dominadas por el materialismo a que nos hemos referido; pero sí es mucho lo que tú puedes hacer por Dios, la Patria y la Familia.