El hombre sueño

Joaquín García-Huidobro | Sección: Política, Sociedad

#06-foto-1-autorAlgunos dicen que Guillier es simplemente astuto. ¿Para qué exponerse a mostrar sus ideas si el silencio es más rentable? Como tiene delante a Sebastián Piñera, no puede cometer el error de presentarle argumentos, porque sería fácilmente refutado. Una pelota de tenis rebota con fuerza si se lanza contra una pared dura, pero queda inmóvil si uno le opone una masa de gelatina.

Otros piensan que no está escondiendo ninguna idea, porque por ahora no las tiene. Su liderazgo es de otro tipo, blando, blandísimo. Ya recurrirá a sus asesores cuando sea necesario formular un programa y ponerlo en marcha.

En ambos casos, la fórmula del senador por Antofagasta para enfrentar la potencia de Piñera pareciera infalible.

Cabe, sin embargo, que no sea necesario responder a estas inquietudes para entender a Alejandro Guillier, porque es posible que no sea tan misterioso como parece. Para saber dónde están su corazón y mente es suficiente atender a sus votaciones: ¿qué proyectos de ley ha apoyado nuestro senador?

La respuesta es sencilla: él ha apoyado incondicionalmente las reformas y propuestas legislativas de Bachelet. Lo ha hecho libremente: ni siquiera tiene que mirarle la cara a su partido, porque es independiente. Desde un punto de vista político, Alejandro Guillier es Michelle Bachelet.

Surge, no obstante, una duda: ¿por qué las reformas de Bachelet son impopulares mientras que Guillier es amado?

La respuesta también es simple: el mecanismo que hoy eleva a Guillier en las encuestas es el mismo que, en su momento, dio origen a Bachelet. El crecimiento económico de las últimas décadas despertó en los chilenos aspiraciones que habrían sido impensadas para sus padres. Pero, al mismo tiempo, su diaria realidad no cambió tan rápido como para alcanzar sus sueños. Bachelet ayer, como hoy Guillier, constituyen una proyección de todas esas aspiraciones que no es posible satisfacer en el momento presente.

En efecto, si no podemos colmar nuestros anhelos, los proyectamos en una figura amable e inmaculada, una persona que no participa de los males de un sistema que se considera injusto, alguien que es como nosotros pero que ha tenido éxito en la vida, y por eso, sin necesidad de abrir la boca (más bien gracias a su falta de discurso), es vista como la encargada de traer a nuestras vidas opacas la bendita igualdad que nos sacará de nuestra mediocridad presente.

A Guillier no lo destruyen los argumentos, pues está más allá de ellos. No se puede refutar con estadísticas, porque está en el mundo de los sueños. Él no es político, aunque ocupe un sillón en el Senado; es un hombre bueno, por más que haya hecho trizas al juez Calvo. Apoya todo lo que hace Bachelet, pero no cosecha el disgusto popular.

Por supuesto es posible que de pronto se revienten esas pompas de jabón. Pero no será por la fuerza de los argumentos, sino porque aparece alguien como el feo Caval en medio de la danza con la popularidad. Sin embargo, como el mecanismo de los sueños permanece intacto, cuando se hundió Bachelet surgió Guillier en su reemplazo, y si más adelante pasa lo mismo con él, entonces aparecerá Aladino, la Cenicienta o quien sea para llenar esa necesidad disneylándica de contar con príncipes y princesas encantados capaces de encarnar nuestras más profundas aspiraciones.

El problema no es Michelle Bachelet o Alejandro Guillier, sino el hecho de que en nuestro país permanezca intacta la disposición a crearlos. Ellos son el suspiro de la creatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, el producto fantasioso de una sociedad que se ha modernizado muy rápido y que todavía no tiene las herramientas racionales que le permitan entender lo que le está pasando.

Puede que también aparezcan algunas cosas raras en el pasado de Alejandro Guillier, pero no por eso Piñera, Lagos, Ossandón o Insulza podrán respirar tranquilos. Hay una suerte de fragilidad en la sociedad chilena que permite que en cualquier momento prendan ilusiones como las de Bachelet o Guillier. Mientras los auténticos políticos no logren articular discursos dotados de altas dosis de racionalidad pero que, al mismo tiempo, sean capaces de cautivar los corazones de los chilenos, las hadas y los duendes seguirán campeando en la política nacional.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago.