¿Valió la pena la revolución cubana?

Gastón Escudero Poblete | Sección: Historia, Política, Sociedad

#02-foto-1-autorEugenio Tironi, en su columna del martes 29 de noviembre en El Mercurio, se pregunta si la revolución cubana valió la pena. Cuenta que después de visitar la isla en 1996 pensó que no, pero en 2015 volvió a la isla y ahora piensa que tal vez sí: “En momentos en que la humanidad está llamada a tomar conciencia de la necesidad de realizar cambios de estilos de vida, de producción y de consumo –como sostiene el papa Francisco en la encíclica Laudato Si− quizá sea la hora de mirar a Cuba con otros ojos: de valorar su marginación de la vorágine de las compras y los gastos innecesarios y de la cultura del descarte, de apreciar su capacidad de gozar con poco. El sueño de Fidel iba en otra dirección, pero quizás valió la pena: Dios, ya sabemos, escribe recto usando renglones torcidos”.

¿Valió la pena el costo de la revolución para obtener como resultado que el pueblo cubano no sea presa del consumismo que caracteriza a los países occidentales? Pregunta sorprendente, porque el solo hecho de plantearla supone que la posibilidad de justificar los cerca de siete mil fusilados por el régimen (muchos de ellos sin juicio y otros con “juicios” sin posibilidad de defensa, como atestigua Armando Valladares en su libro “Contra toda esperanza”), las setenta y ocho mil personas muertas tratando de escapar de su país, los dos millones y medio que sí lograron hacerlo, los cientos de miles de presos políticos, entre otras atrocidades.

Pero hay otro efecto de la revolución que suele pasar desapercibido para los socialistas: el costo moral, es decir, la destrucción del alma de aquellos que sirvieron a la causa. Tiempo atrás escribí para esta tribuna un artículo sobre el libro autobiográfico del guerrillero argentino-cubano Jorge Masetti titulado “El furor y el delirio”. Su padre participó en la revolución cubana y él mismo, a mediados de los años setenta, se incorporó a las filas guerrilleras del régimen castrista donde sirvió realizando misiones en varios países de América Latina y en Angola hasta fines de los ochenta, cuando se desengañó y huyó de la isla. En 1993 publicó el libro mencionado y reproduzco a continuación algunas frases:

“Cuando observo la que fue mi vida… y la de tantos otros, caigo en la cuenta de que la revolución ha sido un pretexto para cometer las peores atrocidades quitándoles todo vestigio de culpabilidad. Nos escudábamos en la meta de la búsqueda de hacer el bien a la humanidad, meta que era una falacia…”

“Éramos la avanzada de la revolución cubana, los niños mimados de Fidel Castro… que no fuimos elegidos ni por nuestra inserción en las masas ni por nuestro espíritu de sacrificio cotidiano. Éramos elegidos por no pertenecer a nada, sin religión ni bandera, con una capacidad de aventura muy desarrollada, y con un grado de cinismo no menos importante”.

Hoy puedo afirmar que por suerte no obtuvimos la victoria, porque de haber sido así, teniendo en cuenta nuestra formación y el grado de dependencia con Cuba, hubiéramos ahogado el continente en una barbarie generalizada. Una de nuestras consignas era hacer de los Andes la Sierra Maestra de América Latina, donde, primero, hubiéramos fusilado a los militares, después a los opositores, y luego a los compañeros que se opusieran a nuestro autoritarismo; y soy consciente de que yo hubiera actuado de esa forma”. 

Es muy cómodo contentarse con la excusa de haber actuado siempre con honestidad hasta darnos cuenta de la verdad; es muy cómodo invocar el argumento de haber sido manipulados, como es muy cómodo, también, escudarse detrás de la lucha contra las dictaduras militares para justificar los abusos. Es necesario revelar la parte oscura, esa parte inconsciente relacionada con la fascinación por el poder, vecina de la tendencia a practicar la crueldad, porque no sólo tratamos de destruir a nuestros enemigos, sino que destruimos a nuestras compañeras, a nuestros hijos, a colaboradores; en realidad, durante esos años de lucha, destruíamos sin construir nada”.

Las confesiones de Masetti revelan lo que en mi opinión constituye el mayor de los costos del régimen castrista: la destrucción moral. Como afirmé en mi comentario a su libro: ningún ser humano merece ser llevado a la sima de odio, resentimiento y depravación que obra el marxismo en el alma humana. Pero esto se les escapa a los socialistas, pues el concepto de alma espiritual es ajeno a su visión materialista del ser humano.

Si Tironi hubiese leído otra encíclica, la Divinis Redemptoris del papa Pío XI, no se preguntaría si valió la pena la revolución cubana, pues supone la posibilidad de que ésta es redimible cuando en realidad ninguna causa inspirada en el marxismo lo es. “El marxismo es intrínsecamente perverso”, enseñó Pío XI en esa encíclica, y esto implica que la maldad del marxismo es tan profunda que ninguna causa inspirada en él puede valer la pena. Prueba de ello es la siguiente observación de Masetti, que contrasta con la ingenua mirada de Tironi: “…no deja de ser doloroso constatar que Cuba, que se enorgullecía de haber erradicado la prostitución, hoy la practica masivamente… Hoy Cuba es un país destruido, una sociedad humillada. Al cubano que no recibe dólares del exterior no le queda otra opción que prostituirse”.