Los salvadores

Axel Buchheister | Sección: Política

#07-foto-1-autorLa conclusión que más comparten los analistas de todos los tipos y colores es que “Chile cambió”. Por eso, resulta paradojal que el pronóstico predominante sea que la final será entre Lagos y Piñera, dos expresidentes que han estado presentes en la política nacional en los últimos 26 años.

Pero los hechos, encuestas incluidas, tienden a contradecir el apronte, en particular respecto de Ricardo Lagos. Entre los primeros, está el anuncio de José Miguel Insulza que entra a la carrera presidencial, que es lo más cercano a un certificado de defunción de la candidatura del exmandatario. Porque el “Pánzer” jamás se habría lanzado a la piscina si no juzgara que la opción de Lagos es muy débil, pues ocupan un mismo espacio en el imaginario político colectivo.

La debilidad de Lagos queda en evidencia en el intento de cambiar su carácter como el candidato que nos puede proteger del desorden, por uno de estilo ciudadano. Otra paradoja, porque muchos le pidieron que volviera para que hiciera lo primero, no para lo segundo. Porque si se trata de ejecutar bien el programa de Bachelet, mejor contratar a Fernando Atria, no a Lagos.

Pero que Insulza haya visto el espacio, no necesariamente explica por qué se lanzó. La decisión sorprende, pues se veía que estaba dispuesto a asumir como ministro del Interior en un eventual ajuste de gabinete. Que alguien que está esperando la oportunidad para presentar su candidatura presidencial se conforme con el Ministerio del Interior, cargo que de hecho lo deja fuera de la competencia, es extraño. O sea, que en realidad su interés por la primera magistratura no es tanta; o mejor, que sabe que sus posibilidades son pocas.

Y lo son cuando su trayectoria está unida a la Concertación, y a las administraciones de Lagos y de Frei: mucho de lo que pueda criticarse a éstos, también lo alcanza a él. Más todavía, cuando su trayectoria como candidato a lo que sea es nula: jamás se ha postulado a nada ni ha desgastado suela de zapatos en un “casa a casa” de verdad. Más bien se le conocen partidas en falso. Lo suyo es el manejo del poder tras bambalinas; o delante de ellas, pero siempre nombrado por otro, no compitiendo en una elección.

Lo que parece haber detrás no es una intención competitiva –nunca la ha tenido– sino de retirarse con honores: ser el que salvó la causa de la Nueva Mayoría de la UTI política. Ideal habría sido como jefe de gabinete, torciendo el rumbo de un gobierno que se va a pique, que con él no naufragaría sino que lograría flotar y llegar a puerto. Como no sucedió, vale el intento como candidato. El gobierno se pierde, pero se puede salvar razonablemente al conglomerado de un completo descalabro en la elección, lo que será siempre reconocido y agradecido.

Curioso, porque algo similar es lo que pretendería en el fondo Ricardo Lagos: así lo sostiene Carlos Peña cuando le dice que encontró una razón para perder. Pero el problema es que el país elige un Presidente, no un salvador de la derrota. Alejando Guillier tiene mejor oportunidad –además de indicarlo las encuestas– porque quiere ser Presidente, no inmolarse por nada.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Tercera.